Astor dejaba derrapar su música por el filo de lo imaginable. Allí donde se esperaba una blanca, metía ocho semifusas, o un silencio de corchea y una negra con puntillo. Dejaba con la boca muy abierta a sus admiradores y detractores, a los fanáticos y a los indiferentes.

¿Por qué Piazzolla tocaba tan bien el bandoneón?

Porque su apellido tenía dos “zetas”, y dos “eles”.

Todo su apellido era un fuelle. Arrancaba el primer compás con un “Piaaaaaaa...” muy suave, luego un crescendo hasta llegar a la doble zeta, el suspiro íntimo del bandoneón: “zzzzzzzzz.......”.

La “o” llegaba como un punto seco y cortante, un golpe de percusión y de asombro para todo el que escucha una “o” luego de dos zetas:

zzzzzzzó...!

Y allí aparecía la doble ele, la melodía que trepaba desde el adoquinado hasta la cenefa descascarada de la ochava. Las dos eles juntas, hilvanando el subibaja de grises y dorados, del nubarrón a la tormenta, y en seguida la primera “ele” se va quedando atrás con alguna nostalgia, mientras la segunda sigue, sigue y sigue hasta encontrarse con la “a”, formando el “La”.

Y qué se puede decir del “La” que no se haya dicho ya en todos los tratados de música.





© RNPI Nº 155707 - Junio 2008