Distraído, sin observar a mi alrededor ni fijar la vista en el semáforo para saber cuál de sus tres luces me ordenaba hacer algo, simplemente levanté mi pie derecho y lo posé un paso más adelante que el izquierdo. No conseguí levantar este último para tomarle delantera a mi posición, pues en vez de ir
hacia adelante, como yo quería, un pesado metal con nueve ruedas desplazó mi cuerpo hacia el sur, y con dolores en mi costado izquierdo, volé no sé
cuánto tiempo ni sé que distancia, sólo sé que navegué en el aire, y que las partículas de esmog eran tan densas que no me dejaban caer. Un pestañeo involuntario (como la mayoría de los pestañeos) adhirió mis párpados. No conozco muy bien el resto de la historia, pero tengo muchas razones para pensar que la brigada antiaérea (No les tengo mucha confianza, se nota que su amabilidad es fingida, y además, todos visten prendas blancas) se percató de mi inconciencia y aprovecharon de capturarme. Me encuentro en una cama,
con sábanas blancas y olor a hospital, y a pesar de que ya les hice saber mi
enojo, siguen comportándose como buenas personas, casi doctores. Creen que
me engañan, y siguen sonriéndome y cubriendo mi cuerpo para que no note que
me han puesto metales dentro del cuerpo, todo para que no vuelva a volar. Me
gustó mcuho hacerlo, no me importaba la sensación de apaleo que las nueve
ruedas me dejaron, porque alguien cuerdo siempre tiene claro que volar
necesariamente duele. Y ahora es imposible, me pusieron muchos kilos extra,
"para que pueda mejorarme", me dicen estos sinvergüenzas. Solamente puedo
esperar a que un día olviden darme aquellas cosas que me dan cuando simulo
dormir y que me debilitan, un día que olviden o se confundan y me den cinco
minutos de fuerza, para poder arrancarme esta fea armadura interior que me
instalaron.