Aquel día fue curiosamente bello, pero aún así normal. Me calmaba el resultado me mi prueba de Kanji japonés. Pero seguía atormentado por mis frecuentes ataques de melancolía. Algo bastante molesto, considerando que ya tengo asumida mi condición de solitario, y que aún así, sigo deseando encontrar a “mi otra mitad”.
Aquel día era hermoso. El entorno era perfecto: Los árboles, aun con vestigios de verdor, desplegaban su dorado manto de muerte, que denotaba otro año más de antigüedad. El cielo, completamente gris, daban la luminosidad perfecta para mis ojos. Y la temperatura, un factor importantísimo, era la precisa. Buena música en mis oídos, y quizás la compañía más adecuada:
Nadie.
Caminé por mi ruta recurrente... Pero se me dio el antojo de dibujar algo.
Tomé asiento en uno de los tantos jardines de la institución, saqué mi croquera, mi lapicera... y me dejé llevar.
Estuve dibujando alrededor de tres horas. Casi no sentía mis piernas, debido a la incomoda postura. Sin darme cuenta se había hecho casi de noche, por lo que me proponía a dejar la inspiración artística. Pero, de pronto me sentí ensimismadamente observado. Me di la vuelta, y me topé con una agradable, pero a la vez tenebrosa sorpresa... Una extraña joven me miraba con detenimiento. Casi 1, 65 metros de alto, bastante menuda, tez clara, unos extraños pero hermosos ojos amarillos, cabellera larga, tomada por una cola, de un profundo color azabache. Tenía un hermoso rostro, de rasgos casi nórdicos. Estaba completamente vestida de negro. Eso me cautivó.
Corto de palabras como siempre, me sonrojé, y me oculté en “mis asuntos”, a pesar de que mis piernas ya casi se gangrenaban por la falta de sangre.
Pero sucedió algo. Algo que nunca había pasado.
Sentí que me tomaron de los hombros. Helado, solté mi lapicera, me quité los audífonos y me di la vuelta.
A pesar de su aspecto de fría femme fatale, se dirigió a mi con una cálida y amistosa voz:
-Hola!
-Este... Hola... –dije titubeante, y bastante colorado-
Miró un instante el croquis.
-Me gusta tu dibujo. Es triste.-dijo, cautivante-.
Me llamó la atención de que sintiese lo mismo que sentí yo cuando lo dibujé.
-Gracias. -respondí, algo más calmado-.
-Me llamo Iris
-Alex. Mucho gusto.
-¿Te molesta si te acompaño?
En aquel momento sentí que todo podía cambiar, que la utopía era posible, y que dios existía. Pero no me di cuenta de un detalle: Todo estaba saliendo demasiado bien.
Inocente, asentí. Se sentó a mi lado y comenzamos a conversar mientras ella revisaba mis dibujos anteriores.
Así me enteré de que ella no estudiaba: sólo estaba paseando por el recinto.
Y también me enteré de que me conocía de antes. Yo no entendía cómo, pero emocionado, supuse que era normal.
Miré la hora. Era tarde, y ya casi estaban por cerrar la universidad. Me ofrecí para acompañarla a tomar la locomoción que la dejara en su casa. Feliz, ella acepto, me tomó del brazo, y comenzamos a caminar.
Sin darme cuenta, entre palabra y palabra, la hermosa muchacha me llevó por unas callejas que nunca en mi vida había pisado... Lo mas extraño, que a pesar de lo tétricas que se veían las antiguas casas iluminadas por la tenue luz anaranjada de los faroles y manchadas por las sombras que formaban los enormes árboles de la vereda, todo aquello me parecía oníricamente familiar.
Nostálgico, y a la vez sobrecogedor.
Recuerdo que hablamos de muchas cosas. Sin percatarme, le conté prácticamente toda mi vida. Pero aún no logro acordarme como llegamos a conversar acerca de la fragilidad del alma. Estábamos muy animados, hasta cuando dije:
-En cierta manera el amor es fugaz e inútil...
Y un silencio aterrador me detuvo en seco.
Miré a Iris. Ella también me miraba, pero no como antes. Emanaba una fuerte emoción. Emoción que me contagió misteriosamente. Vi como caían las lagrimas de sus ojos. Pero me equivocaba por completo. Eran mis lagrimas las que corrían.
Con mi mente en blanco, lo único que atiné a hacer fue abrazarla.
-Perdón...-le dije entre sollozos-. No se porqué dije semejante estupidez...
Pero el silencio fue mi única respuesta. Y mi pena fue aún mayor.
De pronto, pasó algo. Un tremendo alivio recorrió toda mi alma.
Sentí que ella también me abrazaba. Era un abrazo precioso. Era suave. Delicado, pero cargado de amor. Me removió el corazón.
Yo estaba consternado, y ella decidió romper el mutis:
-Quiero que entiendas una cosa...
Guardé silencio.
-Quiero que entiendas que yo no soy normal. No soy como cualquier persona.
-Por supuesto que no. Eres única. Además, yo tampoco soy muy normal...
-No... no es eso... Es muy complicado.
-Tomate tu tiempo...
Me miró a los ojos.
-T-t te... Te amo... -dijo mientras sus bellos ojos se humedecían-.
No lo podía entender. ¡Me conocía hace apenas un par de horas!. ¡No podía amarme!
-P-p pero ¿cómo? –dije embobado-.
-Te dije que te conocía. Esto... te he estado observando desde que cumpliste los 18 años, cuando llegaste a esta ciudad.
No supe qué decir.
-Me parece hermoso todo lo que haces...-continuó-.
-Pero... Es imposible... –dije algo conmocionado-.
-Claro que es posible. Te amo. Y te voy a dar la muestra máxima de mi amor.
Yo no podía entender nada. Completamente confuso, no podía pensar en nada con claridad. Nada calzaba. Todo era incoherente.¡Toda mi vida buscando alguien especial, y ahora resultaba que una desconocida me “amaba”! ¡Parecía un chiste!
-Pero... ¿que vas a hacer?...-dije casi asustado-.
-Es algo que quizás nunca vas a entender...
Volví a callar, ansioso por oír algo que le diese sentido a todo esto.
-Voy a hacer algo, que esta en contra de el deseo de mis superiores. Voy a... voy...
-¡¿Qué?! –dije histérico-.
-Voy a regalarte la vida eterna...
Si todo lo anterior había sido incoherente, ahora mi mente se convertía en un cuadro dadaísta. La miré un instante. Y la solté de mis brazos.
-Pero... –dijo con voz temblorosa-
Se veía tan hermosa. Sus ojos brillantes me partían el alma.
-No te preocupes.-dije- No me voy a ir. No me has decepcionado. Continúa.
Le tomé las manos. Estaban muy heladas. Ella sonrió.
-Resulta... –Su inseguridad se sentía a veinte metros-
-Dime. Confía en mi...-dije con tono auxiliador-.
-Pertenezco al reino de las sombras... Tu sabes...
-¿Cómo?
-Yo... soy... una vampiresa...
No sabía que hacer... Si reír, si llorar, si callar... Tenía un nudo en el estómago. Y lo más extraño, es que, después de todo... Le creí... Y seguí ahí parado...
-Ya es tarde – dijo con tono de sentencia-. Ya sabes mi secreto. Nuestro secreto. Y ahora solo tienes una alternativa: Morir o vivir para siempre en la oscuridad. Elige.
Su rostro seguía siendo igual de hermoso. Pero había algo completamente nuevo en él: Era frío, casi asesino. Sus ojos demostraban una dureza espiritual que jamás había apreciado.
Me inundaba el terror.
- Q- qui- quiero vivir... –dije horrorizado-.
-Me encantas. –dijo con un tono extrañamente amoroso-.
Se acercó a mi. Me besó como nunca nadie me había besado. Era un beso mágico. Me hipnotizó con él. De pronto bajó su cabeza, llegando hasta mi cuello. No sentí nada. Sólo que ella estaba allí. Pero a los pocos minutos, comencé a perder mi vista. Todo se volvía borroso. Comencé a sentir un perforante dolor en mi cabeza. Tan fuerte que casi me quitaba la respiración.
-Para... –dije casi agonizante-
Pero no se movió. Siguió en su faena asesina. Llegué a pensar que era un mal sueño, pero no: el frío era demasiado. El cansancio me vencía. Y era real...
De pronto aparecí en el suelo, con suerte respirando (y consciente). Iris se me acercó.
-¡Eres tan lindo! –dijo muy cariñosamente.
Sentí su brazo en mi boca... Era tan dulce... Pero... Tan pronto bebí de él...
Dolor... Fuego... mi estómago ardía como si hubiese bebido ácido. Era un dolor terrible. Espasmos. Ya no lo podía soportar.
Dolor...
Y oscuridad...
Ya no aguantaba... más...
Dolor...
E inmortalidad.
Ya no volveré jamás....
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