En todas las ciudades hay algún lado más sombrío que otros, algún lado que los transeúntes con vidas monótonas y ordenadas, evitan. Zonas atestadas de indigentes calentándose al borde de un fuego que desprende un humo toxico y negruzco. El extrarradio, el barrio más contaminado, una zona de edificios abandonados, donde la corrupción ha arrasado toda vida libre de armas y drogas. Lugares en los que las esquinas tienen dueña, donde a diario charcos de sangre tintan el suelo por pagos atrasados.
En uno de esos sitios, en una fabrica cerrada hacia veinte años, un joven de no más de quince años esta tumbado en el suelo. Es un lugar oscuro, unos pequeños ventanales iluminan pobremente una espaciosa galería. El techo oscurecido por el rastro de unas llamas que un día acabaron con la empresa oscurece y empobrece aún más el ambiente. El muchacho esta tiritando, arropado en una sudadera sucia y agujereada por las quemaduras de los cigarrillos. A su lado, una cuchara esta apoyada sobre una jeringuilla, esta, gotea todavía.
El muchacho tiene los ojos azules, unos profundos y penetrantes ojos zafiro que miran fijamente a las explotadas bombillas que se tambalean con el viento que se cuela por las apedreadas ventanas. Mira fijamente, desorbitado. Por su cabeza pasan imágenes que ni el mismo creía imaginar, sus ojos, mas azules que el mas alto de los cielos, ven pasar delante de ellos un niño de tres años de ojos azules corretear por un jardín con unos padres que se ríen. Ven un día de pesca junto con unos abuelos sonrientes. De repente todo se empieza a iluminar, unos rayos blancos se apoderan del entorno. Solo se ven dos eléctricas pupilas.
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