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ENTRE “PUNKINDIO” Y “SOLDADOSO”


Llegó corriendo del centro para chicos especiales; saludó a la carrera y subió las escaleras que le separaban de su cuarto en un tiempo record. Rusty, que desde que entró en la casa le seguía de cerca, no dejaba de menear el rabo mientras su larga lengua colgaba balanceándose sobre una impresionante hilera de grandes dientes blancos. Acarició a su fiel amigo, dejó sobre su escritorio la cartera que siempre llevaba al colegio, colgó la chaqueta en el respaldo de la silla y…Allí estaban, esperándole, en línea, callados, sin decir nada. Primero se los quedó mirando como quien pasa revista a sus tropas, para después decirles con el semblante muy serio:
-Mañana tendremos a un miembro más en nuestra comunidad, espero que la recibáis como os gustaría ser recibidos. Miró de reojo a los cerdos para cerciorarse que todos estuviesen en su sitio. Antes de abandonar la habitación regaló una fugaz mirada a “Caradebuenchico” la figura del payaso que vestía a rombos y que ocupaba uno de los extremos de la fila, estando además algo alejado de los otros. Él se sentía muy identificado con “Caradebuenchico” pues los demás niños se reían mucho de sus absurdas ocurrencias Y le dejaban de lado.
Salió corriendo de su cuarto perseguido muy de cerca por Rusty. A toda prisa bajaron por las escaleras mientras él iba diciendo:

-Tengo hambre, tengo hambre, tengo hambre ¿Qué puedo merendar?
Cortó el chocolate en pequeños pedacitos y con mucho cuidado los metió dentro del pan que previamente había cortado por la mitad; lo puso todo en un plato, acarició al perro antes de volver a subir a su cuarto, esta vez caminando despacio, no fuese a suceder que su merienda besase el suelo. Rusty le miraba sin dejar de mover el rabo.
Una vez arriba, se sentó frente a la ventana desde donde veía el parque donde jugaban los niños.
Como cada día su vista saltaba de un niño a otro siempre y cuando no se encontrase en el parque la bailarina de su corazón, si ella estaba, todo a su alrededor se volvía blanco y negro mientras ella desprendía infinidad de brillantes colores.
Terminó de merendar y bajo al salón. No había tenido suerte, ella no había aparecido. Los días que sus ojos la descubrían bailando abría su cajita de música y se imaginaba que bailaba únicamente para que él la mirase. En esos momentos se sentía el chico más feliz del mundo.

Se fue a la cama algo abatido. Aquella había sido la noche mas larga de su vida, se pasó la mayor parte de ella despierto, pero eso ahora ya no importaba. Se levantó de la cama como un resorte. Su mirada atravesó el limpio cristal y fue a toparse con los poderosos rayos de un sol con ganas de hacerse notar. El día amanecía espléndido, brillaba con luz propia e hizo que su corazón brincase en su interior una y otra vez como si fuese catapultado por diminutos muelles invisibles y muy bien engrasados.
Miró en dirección a la cómoda y allí estaba; su legión de cerdos numerados y pintados a mano. Parecían mirarle, inmóviles. No eran muchos, sólo diez pero si suficientes, eso ya lo tenía comprobado pues era la décima vez que los engordaba concienzudamente. Cogió uno y lo sopesó, pesaba una barbaridad. Los abrió uno a uno extrayendo de su interior su valiosa carga. La montaña de monedas apilada en su escritorio ganaba en altura y brillo a unos cuantos billetes manoseados que parecían ejercer de simples comparsas lisas frente a la montaña de brillos, aunque su valor era mucho mayor que el de las propias monedas. Empezó a contar, y cuando estaba terminando perdió la cuenta. Volvió a empezar de nuevo y esta vez sí, llegó a contar hasta la última moneda quedando muy satisfecho con aquella cantidad. Creyó tener suficiente para comprar lo que quería. A los billetes no les dio importancia. Dirigió entonces sus grandes ojos hacia el espacio ahora vacío y que pronto podría llenar con su nueva adquisición. La colocaría entre el indio mohicano “Punkindio” el soldado que sujetaba en sus brazos una cría de oso: “SoldadOso”
Con mucho cuidado metió tanto las monedas como los billetes en una bolsa que sabía soportaría el peso.
Estaba contento, no sólo porque fuera su cumpleaños sino porque pronto podría tener junto con las otras, la figura de la bella bailarina.
Se arregló y salió a la calle, Rusty corría alegremente junto a él. Sus padres les vieron desde la ventana de su habitación. Él le cogió la mano, adivinando lo que ella pensaba. A ella se le escaparon un par de lágrimas.
Había estado tanto tiempo ahorrando, que ahora las ganas de comprar lo deseado le hacían cosquillas hasta en la planta de sus pies, lo que parecía que no tocara el suelo sino que flotase.
Llegó hasta el establecimiento. Rápido sus ojos capturaron con la vista el objeto deseado, pero en ese mimo momento una intrusa mano le arrebataba casi la vida. De su vista desapareció la bailarina de porcelana que de puntillas desafiaba a la ley de la gravedad haciendo una pirueta imposible de mantener en el tiempo real. Le dio la sensación que el mundo había dejado de girar. Se quedó mirando el hueco dejado por la bailarina, sin saber qué hacer ni cómo reaccionar.
Rusty le miraba sin entender nada. Conocía bien a su amo, pero no comprendía aquel brusco cambio de actitud. David sabía que estaba mirando NADA pero…no podía hacer otra cosa. Rusty daba saltos intentando lamer la cara de David sin conseguirlo.
Al poco rato el vendedor cogió otro objeto del aparador volviendo a dejar a la bailarina en su lugar. El alivio que sintió no se puede describir con palabras. Una pareja salió de la tienda llevando en una bolsa un paquete envuelto. Entraron. Depositó toda la pesada carga sobre el mostrador. El vendedor, que le conocía de otras veces, se limitó a contar los billetes y a coger alguna moneda que faltaba para llegar al importe total de la compra; después ayudó al chico a colocar el resto de monedas en la bolsa.
A pesar de que era subida, no pararon de correr hasta llegar a casa. Rusty, con la lengua al aire, David con los mofletes colorados y resoplando. Le costó abrir la puerta con la llave, pero al final lo consiguió. Saludó levantando la voz y perseguido por Rusty subió hasta su habitación. Sacó de una caja a la bailarina, se la quedó mirando un instante, le dio un beso y la colocó entre “Punkindio” y “SoldadOso”.
Miró de reojo a “Caradebuenchico”. Estaba realmente contento y además le habían sobrado muchas monedas. Cogió la bolsa y las extendió sobre la cama. Las dividió en diez montoncitos mas o menos iguales y, con mucha parsimonia, introdujo por la ranura de cada cerdo una de las partes. Al ir a dejar las huchas en su sitio algo en el parque llamó su atención. La niña bailaba al son de una música que él no alcanzaba a oír. Cuando vio que él la observaba dejó de bailar y le hizo una señal para que bajara al parque con ella.
David como acto reflejo se giró para saber si la bailarina le dedicaba el gesto a él. La niña le volvió a hacer señas, ahora no tenía dudas, se lo decía a él. Salió de la casa corriendo.
“Nos vamos al parque, nos vamos al parque, nos vamos al parque”
Rusty lo siguió mientras madre cerraba la puerta de la calle que había dejado abierta. Se reunió con su marido que desde la ventana del salón no se perdía detalle de lo que hacía su hijo.

Al rato volvieron
“Ya estamos aquí, ya estamos aquí, ya estamos aquí”- dijo el chico- mientras Rusty, lengua al aire, subía las escaleras tras su divertido amo.
David cogió la figura de la bailarina, juntó a “Punkindio” y “SoldadOso” para que no se notase el hueco dejado por ella. Colocó a la bailarina al lado de “Caradebuenchico” diciéndole: Tú te llamarás “DanzAna” y serás muy amiga del payaso. Abrió entonces la cajita de música, de ella empezaron a salieron bellas notas invisible. Se tumbó en LA cama sintiéndose el chico más feliz del mundo.
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Quiero dar las gracias por el pulido del texto a:
CLARALUZ

Texto agregado el 20-04-2007, y leído por 120 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-05-2007 Ha sido una delicia leer este maravilloso cuento. Es tierno, es dulce e inocente como el niño protagonista. Me encantó el cariño con que personifica cada uno de sus muñecos y les da el justo valor. El simil de la bailarina con ese primer amor... Tiene buenos ingredientes y has sabido cocinar a la perfección. Te felicito, amigo. ***** Claraluz
 
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