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Té-Quiero contar un cuento

Había una vez una princesa que iniciar quiso su propio cuento, como en toda historia, encontró a su sapo encantado y encantador, con una naríz tan larga como pinocho, pero a la vez tan fascinante como la de Cyrano, pues enamoraba a las princesas con sus poemas que solo un par de ojos elegídos tenían el privilégio de leerlos.
Y sucedió que al pasar del viento y el mar enamoró a la princesa, esta había guardado todos los tesoros que él, le fué entregando: el sol en el rostro desde una barca libre navegando, el reflejo de la luna en el cuerpo mientras se celebrara una ceremonia de piel, champagne y promesas, un amanecer desde el cerro embrujado donde solo se puede ver a través de las rendijas de la realidad irreal, dos cuerpos flotando en el lago de los deseos extasiados y etéricos, los pies desnudos en la arena de la playa de tu risa y mi abrazo y hasta la forma alquímica perfecta para ser mejor en la corte donde solo los nobles tenían su espacio; todos ellos guardados en el cofre de la conciencia, donde solo la mágica llave lo abre cuando la luna es plena.
Ella se atrevió a besar al sapo una y otra vez y cuanto más se repetía el suceso, este se transformaba en humano, ese que tiene virtudes, pero también grandes defectos, ella languidecía en las noches largas y él más humano se volvía, ya humanizado y convertido en príncipe, adoptó las viejas formas de conquistar la comarca y a su propia vida la bsorbió su propio deseo.
Y sucedió que un día, la princesita desesperada, regresó a media noche después de consultar a las estrellas, los planetas, los elementos y los elementales, ellos le dijeron que siguiera el impulzo de su corazón y que fuera a su encuentro aunque en ello le fuera la vida, ella buscó el sicómoro donde una noche eclipsada por primera vez al sapo besara, se sentó bajo sus ramas y meditando se trasladó dimensionalmente para llamarlo con todo su pensamiento y todo su ser, él llegó como por arte de magia en un carruaje que parecía la llevaría hacia el Gran Palacio del Cerro de los Corazones Rotos, ella no se equivocó, pues él enfiló el carruaje hacia allá tomando la vereda de jade, donde los guijarros resplandecen como diamantes indicando el camino. Los árboles se apartaban a su paso saludándoles con sus ramas ; ella sintió que estaban próximos a llegar, pues al asomarse por la cortinilla del carruaje observó que pasaban frente al muro del Castillo del Sr. de la Serpiente y el Águila.
Al llegar al pórtico del palacio descendieron por la escalinata de concha nácar y ensueño, una hermosa hiedra formó un arco para recibirlos, las estrellas resplandecían y el ambiente tenía un delicioso aroma de heliotropo, almizcle y mirra, él tomó su cuerpo entre sus brazos y lo llevó hacia el aposento de las bocas rojas, la ungió con aceite aromático de rosas frescas y fruta madura y le ofreció una linda ceremonia, donde se toma el té como solo ellos, los amorosos, sabían tomarlo, en pequeñas tacitas de porcelana que reflejan dos cuerpos en uno, bebieron hasta el último sorbo, ella se quedó profundamente dormida, pues este té poseía esa cualidad (la de adormecer y no mostrar la verdad). Cuando la princesita abrió los luceros de sus ojos, las horas habían pasado como cuentas del calendario o como las hojas que de un árbol en otoño caen; en ese instante la inundó el arcoiris de los efluvios de la luz angélica matutina que se filtraba por la ventana del desamor, entonces el encanto desapareció, el príncipe de alma bella se había convertido en el monstruo de la palabra falsa, los ojos de la princesita otrora estrellas, se convirtieron en mares, en borrasca se desbordaron en perlas y cuentan que fueron tantas sobre el cuerpo de aquel incierto ser, que lo sepultó bajo ellas; adiós príncipe, sapo, ilusiones y todo, la dulce princesa huyó desconsolada y corrió colina abajo hasta alcanzar la arena de la playa de los máximos suspiros que estaba tan fría como su vida, se despojó de sus propias ataduras y desnuda de cuerpo y del alma se fundió con el mar.
Dicen los que la escuchan en las noches de luna que se convirtió en sirena y desde el risco de los enamorados canta a los marinos que viajan libres en sus barcas de velas al viento y vuelan violentas ante la ráfaga de su voz encantadora. Si tú la escuchas, solo mira en lontananza y si aparece un delfín que con cabriolescos saltos te dirige hacia el bajo de la hiervabuena, ten cuidado pues correrías el riesgo de quedar enacantado en esa noche de luna plena cuando la sirena recobra su cuerpo de princesa y desnuda se baña, para calmar su pena en el profundo mar.
Cuentan los árboles de la vereda de jade, que desde esa noche en que se celebrara la ceremonia del té, el sicómoro se fue secando hasta que desapareció y se convirtió en polvo de estrellas de esperanza.

MORALEJA:

Si encuentras un sapo no lo beses y mucho menos celebres una ceremonia del té con él, si este se ha convertido en príncipe si por error o amor lo besaste.

Si encuentras una princesa que desnuda se baña en el océano, no la sigas, que puede ser el espejismo de una sirena encantada a los casi veinte años.

Si encuentras un sicómoro en el camino no des un primer beso bajo sus ramas, pues antecediéndose a los acontecimientos, puede anticipar su propia muerte y convertirse en polvo de estrellas de esperanza.


Con amor y libertad, sin apego, para mi amigo por siempre "sapo cancionero".


Texto agregado el 29-02-2004, y leído por 760 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
20-04-2004 Realmente lindo y bueno a veces a pesar de besar muchas veces al sapo no se convierte en príncipe, eso lo aprendi a fuerza. BZS. KaReLI
11-03-2004 Gracias, josé, sin caballero no hay dama. isabelvaldeolivar
01-03-2004 Hola princesa encantada, bienvenida seas...Un besote y un fuerte abrazo... josedecadiz
 
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