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Escrito para la "Jornada de Homenaje a Julio Cortázar en el Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional de Córdoba", junto una instalación sobre la obra del autor. Agosto de 2006


Pedazo de cronopio el tío Roque. Cuando todos pensaban que se encerraba en el altillo a leer novelas eróticas, el tipo había instalado un telescopio que hubiera sido la envidia de Galileo, y lentes más lentes menos, era una réplica exacta del de Monte Palomar. La cosa es que el tío subía y bajaba envuelto en misterio, más que en misterio en medio de la indiferencia de sobrinos, hermanos y vecinos. Qué podía estar haciendo el viejo tanto tiempo puliendo un vidrio, un pisapapeles del tamaño de la mesa del comedor. Después se había comprado ese pizarrón gigante y una caja de tizas y allí se pasaba el día y la noche en el altillo escribiendo fórmulas y ecuaciones, coordenadas y sinusoides. Cuando llegó con las poleas, los engranajes y el gigantesco caño de Obras Sanitarias todos pensaron se va a construir el baño, al fin algo útil para la casa de paredes húmedas y techos rajados de la calle Billinghurst, a metros de la Facultad de Ciencias Exactas donde el tío pasaba algunas tardes revolviendo libros en la biblioteca.

La tía Elvira decía que Roque estaba medio loco, si no fuera porque todos los meses se acordaba de cobrar la pensión, dejaba algo de plata para la casa y el resto lo gastaba en la ferretería, en la óptica y en “Casa Vila Cristales y Espejos”.
Una mañana todos los chicos de la casa estaban tomando la leche cuando el chiquitín Calisto, el preferido de Roque, dijo que el tío había descubierto un cometa. A la tía Elvira se le atragantó una medialuna caliente y a su amiga Enriqueta la modista le salió el té por la nariz. Calisto contó que el tío Roque le había mostrado el cometa mirando por el agujero de un caño que estaba en el altillo, que tenía cabeza y cola y que el cometa se llamaba Calisto, como él. Lo que más provocó las carcajadas de todo el mundo fue cuando el pibe dijo que el cometa pasaría el sábado a la noche iluminando todo el cielo como esas cañitas gigantes que tiran en Año Nuevo. El tío le estaba llenando la cabeza, pobre chico.

El sábado a la noche Roque se había encerrado en el altillo. Le golpearon la puerta, le dijeron que estaba listo el asado, que Fermín había traído un semillón de Mendoza, pero nada. Decidieron dejarlo ahí igual que a Calisto, pendejodemierda que tampoco quiso comer y se ariba con el tío, mirando el cielo.

El cometa pasó muy cerca de la Tierra y solamente dos personas en el mundo pudieron verlo, al menos hasta su regreso, doscientos treinta y cinco años después.





© RNPI Nº 155707 - Junio 2008

Texto agregado el 19-04-2007, y leído por 157 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-05-2008 UN relato interesante, muy atronómico. Narrado excelentemente y con su pizca de humor. UN saludo! josef
29-04-2007 Que cosa esto de la astronomía y los tíos excentricos, me hubiera gustado tener uno así. Buen relato. negroviejo
 
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