Un señor pasea por el campo invernal. Se agacha para recoger del suelo
una piedra extrañamente cúbica de un satinado color negro; analiza la
superficie del objeto que parece mineral: saca la otra mano del bolsillo en
que la resguardaba del viento, para mejor analizar su hallazgo. Al tocar los diez dedos el supuesto pedruzco inocente, y tras un leve chisporroteo, el paseante desapareció. La piedra cayó, rebotando hasta buscar su sitio entre
la yerba gris y helada, donde descansaba desde la noche de los tiempos,
desde el primer sueño.