Ayer Mohamed se despertó pronto. Todavía no habia amanecido del todo, solo unos cortos rayos de sol atravesaban el raso cielo de Bagdad cuando acababa de tomarse un nutritivo vaso de leche como desayuno. Era día de mercado, pero tendría que ir a la tarde, porque tenía que ayudar a su abuelo en la pequeña panadería que había a dos manzanas de distancia se su casa. Así pues, se le pasó la mañana cargando y descargando sacos de harina, amasando pan y horneando las barras. Consiguió algo de dinero para llevar a su padre a la obra, pero pensó que sería mejor emplear el dinero en las compras de la tarde, así que cogió una barra de pan y volvió a casa. En casa, su madre le esperaba con la comida en la mesa. Partió un trozo de la barra y el resto lo dejo en una bolsita que colgaba de una puerta.
Engulló la comida casi sin masticar y fue derecho al mercado. Se cruzo con mucha gente, pues ese era el momento del día en el que el mercado se llenaba más. Como era pequeño tenia que ir dando empujones para poder avanzar entre la inmensa multitud, pero al final consiguió comprar lo que su madre le había pedido y se disponía a abandonar el mercado cuando un camión que traía comida estuvo a punto de atropellarle.”Por un pelo”- pensó. Se había caído al suelo y tuvo que recoger algunas patatas que habían rodado entre los innumerables pies. Acabo de recogerlas todas cuando de repente se paró todo. Un ensordecedor ruido envolvió el mercado. Se oían gritos de terror, gente corriendo de aquí para allá. Mohamed estaba tendido en el suelo, un hilillo de sangre salía de sus oídos y caía por la cara. Tenía los ojos fijos en la nada, mirando el mundo que le había tocado vivir: Tiendas y edificios destruidos alrededor, gente muerta, llantos de dolor y sangre por todas partes. Sangre de niños, ancianos, hombres y mujeres por todas partes, manchando las paredes de una ciudad destruida por el enfrentamiento de diferentes ideologías.
El camión, conducido por un kamikaze chií había detonado causando más de 150 muertos y alrededor de 200 heridos.
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