Espesas volutas de humo ascendían hacia el infinito cielo negro que se abría ante nuestros ojos. Me encontraba sentado en el tercer escalón a las puertas del templo, ablando con El maestro mientras el opio adormecía nuestros sentidos.
Cada noche, El maestro seleccionaba a uno de sus alumnos y se quedaba hasta el amanecer conversando con él y, así, impartía sabiduría entre sus discípulos.
Esa noche me había tocado a mí. Al finalizar la cena se levanto de su puesto y se acerco a mí haciéndome un gesto para que le siguiera mientras el resto de compañeros se disponían a irse a sus respectivas habitaciones.
Allí estaba yo pues, sentado junto al hombre más sabio que jamás he conocido, observando la negrura que se extendía ante nuestras atentas miradas. La noche era fría, pues el invierno hacía tiempo que había llegado. Todo estaba en calma y El maestro me contaba la historia de Buda como nunca nadie me la ha contado. Entonces, note que un copo de nieve se posaba sobre mi mano derecha y un escalofrió recorrió mi cuerpo.
El maestro alzo la mirada.
-Curiosa la nieve.- Sonrió.- Se compone de infinitos copos, cada uno totalmente diferente a todos los demás. Es curioso, pero me recuerda a las personas. Cada copo de nieve nace en diferentes puntos, al igual que los diferentes hombres y mujeres que componen este mundo. Los hay que nacen en familias señoriales, rodeados de riquezas y lujos y los hay, en cambio, que van a nacer, por voluntad del destino, en un entorno de pobreza. En cuanto a la conformación, cada copo de nieve tiene una forma diferente a la de otro copo, dependiendo de las corrientes de aire o temperaturas que haya tenido que soportar, dificultades o retos que todo ser humano ha de superar. Estos retos, conforman y moldean nuestra forma de pensar, de creer, de ser. Las corrientes de aire y temperaturas que tenemos que soportar a lo largo de nuestra vida nos esculpen hasta el día de nuestra muerte, como a un diminuto e insignificante copo de nieve. Millones y millones de copos de nieve cruzan desde el cielo hasta la tierra, y nadie se fija en uno solo, porque un solo copo es tan insignificante como una hierva en todo un prado. Pero, tanto el prado, como la nieve, como la humanidad, hacen una totalidad que hace bella la existencia en este mundo. Cada uno de nosotros es un copo de nieve, que acabara de ser copo. Puede estrellarse en la cima de un monte, como en la copa de un árbol, o incluso puede llegar al mar, pero todos acabamos siendo una pequeña gota de agua que se posa en el suelo, en el mar, o en la mano derecha de un joven aprendiz. La muerte es lo que nos hace a todos iguales, pues nadie diferencia un copo de otro cuando un manto de nieve adorna la ladera de una montaña. Así que recuerda, muchacho, no eres mas importante ni menos importante que otros copos de nieve, pues tu, como todos los demás, acabaras siendo una pequeña gota de agua.
Entonces el maestro se levantó y se adentro en la cortina de copos de nieve. Yo, le seguí.
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