Texto número 35 para el 12º Asalto del Club de la Pelea.
Categoría: Prosa
EL CABALLERO.
Un casino es una droga legal con juegos de círculo y de contrapartida. En los primeros lo primordial es ganar a otros pringados y en los segundos los pringados juegan contra el casino.
Como inauguración me encaré en una deliciosa mesa de póker, iba convencido de que aquellos paletos no podrían con un antiguo crupier. Me conocía todos esos perfiles amarillentos de miles de noches pasadas en soberbios casinos. Así que allí estaba yo. Jack para los amigos y Black para el resto.
Tenía acorralado a un niñato de polo Lacoste, ganador de no sé que torneo con su rubia de culo respingón al lado.
Pero yo estaba en racha, de la buena claro está. Las probabilidades de tener una Escalera Real eran de 1-en 72200 y yo la había guardado entre mis manos con el disfraz de quien apenas ha jugado en su vida. El del polo lacoste se tragó el antifaz y terminé conquistando una prepotente suma de dinero.
Nos dimos la mano, firme la mía y temblorosa la de él. Cansado de ganar a los incautos me fui a por la casa.
Como ya habréis podido notar mi antiguo trabajo consistía en repartir y defraudar en las mesas de BlackJack.
Fui el séptimo inquilino en la mesa número catorce y aposté todo lo que había ganado en el póker.
Un saludo Cordial por parte del crupier y un leve asentimiento de cabeza de los demás jugadores.
Dos cartas sobre el tapete verde y zas… Blackjack. Aquello era tener suerte. Me subí un poco las mangas de la camisa y aposté la mitad de la ganancia. El crupier volvió a repartir y de nuevo un Blackjack.
Por supuesto la mesa no tardó en cerrar y yo me di un garbeo por la zona de copas. Supuse que aquello de la suerte no podía durar demasiado ya que había visto a más de uno con la estrella del azar a favor que de tanto marearla había caído en picado.
El niñato del polo y su rubia conversaban dos butacas más allá y divisé esa mirada resentida, directa e irreverente. El niñato desapareció y la rubia se apresuró en mi busca.
No soy estúpido y calé su intención nada más verla llegar con aquel movimiento de serpiente del desierto, sin embargo quise divertirme un rato y le seguí el repertorio.
Ella me llamaba “miamor” y yo me relamía los labios madurando la idea de reservar una suite con la susodicha.
Se lo dije y aceptó.
Pedí la habitación y le señalé que se fuese poniendo cómoda mientras yo me encargaba de los trámites de cobro. No iba a perder mi providencia por un polvo y solicité que el dinero fuese encomendado a la caja fuerte del Casino. Asimismo y como quien no quiere la cosa le advertí a un encargado de seguridad de una conducta sospechosa por parte de un hombre con polo azul Lacoste.
Las casualidades son parte, también, de la ventura. Mi rubia se esmeró en la habitación y su velocidad, peso y rozamiento se me antojaron una buena ruleta. Bebimos Champagne y cenamos con vino.
Ella quería venirse conmigo de gira por los casinos y yo incluso me lo había estado pensando.
--Piénsalo “miamor” –me dijo--, tú estás de racha, pero yo tengo algo mucho más potente.
--¿Potente? –pregunté.
--Vale…, te lo confesaré –hizo una larga pausa--. Mi auténtico nombre es Ivannova y soy lo que comúnmente llaman una contadora de cartas.
Aquello era tener suerte. Sí señor, de inmediato le dije que sí. Después de otro juego a esa ruleta “rusa”, por lo de Ivannova, le comenté que tenía que ir a arreglar unas cosas y que luego nos veríamos en la mesa seis del blackjack.
Una hora después Ivannova fue invitada a salir del casino y yo, como premio, me lucré una habitación de lujo por dos años, todo incluido.
En la vida el objetivo no es tener la carta más alta sino ganar a los demás. |