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EL MESÍAS



El muchacho era hermoso. Su carita redonda, sus ojitos azules, su naricita perfecta. Era una obra de la Santísima virgen, era una imagen en vivo del niño Jesús. Si, el mismo hijo de Dios. Sus cabellos rizados, su boquita, todo su cuerpecito. Todos decían alabando el milagroso de Santuario: “ ¡ese niño es el mismísimo Jesucristo!”.
Al niño se le trataba como tal en la casa, la comidita siempre en la mesa con una ración doble de dulce de moras o merengón. Era al único de sus hermanos que se le permitía correr con tijeras, salir en calzoncillos, llenarse de golosinas antes del almuerzo, para Cuchito no había regaños. Y es que chuchito no los necesitaba, era un santito. Cada uno de sus movimientos era un sinfonía maravillosa, sus palabras, desde la primera fueron increíblemente hermosas y llenas de sabiduría. Había dicho el curita, que siempre lo usaba en los pesebres humanos y todo tipo de procesiones, que el niño era sin duda un milagro extraordinario, que sobre todo, por la imagen de su rostro, Dios había tenido que haberlo bendecido.
Ésas no eran las únicas características de chuchito, esas eran sólo coincidencias. Muchos niños se llaman Jesús, y son nacidos de un padre, José, que es carpintero. Muchos son parecidos a las imágenes que se conocen del divino niño. Muchos son inteligentes, muchos se mueven con elegancia. Jesús, éste Jesús, si era aun milagro. Su imagen nunca se alteró, su imagen fue siempre la misma, desde que tenia tres años, hasta hoy, que se prepara todo en su hogar para celebrar su décimo sexto cumpleaños. Según los cálculos de todos, la mitad de su vida. Él, un poco metido en su rol, se comporta con seriedad e imita algunos de los discursos de Jesucristo, pero sabe que en él no hay nada extraordinario, simplemente juega como lo ha hecho siempre.
Pues si que seguía igualito, salvo algunos centímetros de crecimiento, salvo unos pocos rastros de grasa facial, seguía igual a las imágenes del niño Jesús, seguía igual a cuando tenía tres años. No importaba qué tanto comiera Chuchito, nunca cambiaba su figura extremadamente delgada, como la del divino niño. Y no era que faltase comida en su casa, Jesús comía como cerdo, sus doce comidas al día lo hacían incluso mejor “muela” que su padre, un gordo de mandar a hacer los pantalones. Ese era su milagro. Eso lo hacía mas que una casualidad. Era la confirmación de que Chuchito estaba ahí para recordarle a todos que había un Dios, y que ese Dios nos había mandado a su hijo a salvarnos
En el pueblo todos lo tenían presente. Y el día de su cumpleaños llenose la casa de Chucito de regalos, casi todos inútiles para un muchacho de 16 años, pero muy válidos para un Mesías. Túnicas, catecismos, versiones de lujo de la Biblia, todo tipo de imágenes de santos, incienso, mirra y oro.
Pero el día del cumpleaños de Chuchito, ese día, en que todos estaban en su casa, ese día esperado por todos, sucedió otro milagro, sucedió algo increíble. Jesús no se sentía bien, parecía enfermo. Entró él al sanitario alegando un gran dolor. Estaba adentro ya cinco minutos. Todos afuera, impávidos, esperando. De repente, un grito, un alarido horrible. Y aun mas, golpeteos, mas gritos, parecía una lucha, una batalla ahí dentro, Chuchito estaba llorando, se le oía chillar cada vez mas fuerte, era un caos total, gruñía. Otros diez minutos estuvieron todos afuera, esperando. Ninguno se movía, seguro algo horrible sucedía ahí dentro. De repente, silencio. Se oyó el lavamanos, se oyeron dos pasos de Jesús hacia la puerta, el giro de la llave, el giro de la misma puerta, y una luz incandescente que hacía la figura de Chuchito aun mas bella y celestial. Y Jesús se desmayó.
Al despertar el Mesías de Santuario, todos estaban felices. Él Había ganado la batalla contra el Patas. Una dura batalla de diez minutos donde había acabado con el demonio, que en forma de serpiente, había sido encontrado muerto en la tasa del sanitario. Es muy claro, quería el diablo acabar con el Mesías mientras podía, mientras era joven. Pero Jesús tenía el poder de Dios. Era un milagro, una clara confirmación del carácter de el muchacho destinado a la santidad.
El doctor empezó a examinarlo. Aunque era hijo de Dios, se había rebajado a la figura humana, y como tal, podía ser herido, sobre todo con las fuerzas del demonio. Todos esperaban un diagnóstico. Y el médico habló. “Señores, este muchacho lo que tenía era la Tenia mas larga que he visto en mi carrera. Es probable que por eso no haya crecido apropiadamente, trece años estuvo enfermo y hoy por fin la cagó. El no es ningún milagro, es un pobre enfermo.”
Al día siguiente el pueblo seguía venerando a su santo. Al día siguiente no había médico en el pueblo. Al día siguiente, y hasta que murió gordo como su padre, Jesús siguió siendo el Mesías de Santuario.



inspirado por "San Antoñito" de Tomás Carrasquilla

Texto agregado el 29-02-2004, y leído por 255 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
29-02-2004 Bueno. Final inesperado. Me ha gustado muchísimo, desde la idea hasta la narración impoluta. Copas de buen vino. rodrigo
 
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