Para sumergirnos en la verdadera atmósfera de Belchite, pueblo de la provincia de Zaragoza y protagonista de una de las más crueles batallas de nuestra desdichada guerra civil, debemos internarnos en sus raíces, es decir, en su historia, para poder comprender el verdadero significado que el pueblo viejo esconde a través de los escasos muros que quedan en pie, cuyos fragmentos aun gritan lo que en su día fue Belchite y que se encargan de recordarnos a los vivos lo que la mano del hombre es capaz de hacer cuando la razón cae en un sueño profundo. Homo Homini Lupus (el hombre es un lobo para el hombre) tal como en su día escribió Plauto y que parece describir muy bien la naturaleza del ser humano en un estado de conflicto ideológico.
La batalla en el campo de Belchite tuvo lugar entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre de 1937; impulsada por el general pozas, del bando popular, quien pretendió conquistar
El pueblo antes de llegar a Zaragoza, su destino inicial, debido a que era un importante núcleo franquista en medio de un territorio que pertenecía a la república.
La misión del general era contener el avance del ejército nacional por el norte de España y para ello se valió de 80.000 hombres, 3 escuadrillas de aviación republicana con Polikarpov 1-16, Polikarpov 1-15 y 105 carros T-26 soviéticos. Las primeras poblaciones (Quinto, Medina y Codo) sucumbieron enseguida en manos de la republica;
Sin embargo, Belchite consiguió resistir hasta el 6 de septiembre de ese mismo año. Aun a pesar de la conquista del pueblo, éste volvería a caer bajo el poder franquista, el 10 de marzo de 1938, cuando las tropas sublevadas de Franco atacaron y tomaron el pueblo. A partir de ahí el destino del pueblo viejo, parcialmente destruido en la guerra, sería decidido por el caudillo, quien ofreció dos posibilidades a sus supervivientes:
La ejecución de una serie de infraestructuras que permitiría llevar el regadío a la comarca o la construcción de un nuevo Belchite. Los caciques del pueblo, movidos por sus intereses personales decidieron lo segundo pues temían que la mayor parte de los trabajadores locales fuesen a parar a los cultivos si esta serie de mejoras se llevasen a cabo. Esta decisión fue claramente un error ya que el agua traería más riqueza tanto al pueblo como a algunos otros cercanos a él y ello contribuiría a la ampliación y modernización del asentamiento. Sin contar que Belchite viejo contaba con un sistema de acequias que evitaba las inundaciones cuando se originaban lluvias severas.
La construcción del pueblo nuevo, parco, monótono y de casas clónicas, se sitúa prácticamente al lado del antiguo y transmite a quien lo vislumbra la sensación de querer representar una marcha militar. Su inauguración oficial tuvo lugar el 14 de octubre de 1954 con el traslado de los primeros vecinos, los más afines al régimen.
Los últimos en abandonar sus casas lo hicieron en 1964; iniciativa que se planteó como gratuita pero que resultó no serlo pues quien quiso casa tuvo que comprarla teniendo que Vivir en el pueblo viejo entre escombros y recuerdos hasta su cambio definitivo.
Para la construcción del actual Belchite se utilizó la mano de obra de unos 1000 republicanos que fueron obligados a trabajar en condiciones infrahumanas e instalados en un destacamento penal en el lugar. Aún se pueden ver pequeños restos del campo de concentración donde vivieron los presos aunque cada vez resulte más dificultoso debido al gran deterioro sufrido mas que por la guerra en sí por el abandono sistemático del pueblo a las inclemencias atmosféricas, la ocupación de gamberros o a que los propios habitantes desmontaron metódicamente sus casas para trasladar sus bienes de sus antiguos hogares a los nuevos.
Según los testimonios de algunos supervivientes la vida en el penal era simple:
a las 6 de la mañana se producía el toque de diana, los presos trabajaban todo el día hasta la caída del sol, excepto en sus respectivos descansos a las horas de las comidas, consistiendo éstas en agua sucia que pretendía pasar por café y acelgas, siempre acelgas.
Recibían un escaso jornal al que se le sustraía dos pesetas por cada hijo y un tanto por ciento correspondiente a la “comida” que les daban.
El recinto estaba vigilado por guardias, aún así unos pocos afortunados consiguieron escapar con la ayuda de algunas personas del pueblo.
Muchas familias de los combatientes republicanos se marcharon a vivir a Belchite, instalándose donde pudieron: acogidos por gente del pueblo, en cabañas en medio de los huertos o incluso en unas naves agrícolas semi-abandonadas próximas a donde estuvieron presos los brigadistas internacionales, a las que designaron con el sobrenombre de “Rusia”. Todo ello para encontrarse lo más cerca posible de sus familiares. Hay que tener en cuenta la seguridad con la que era llevado el proceso de construcción del pueblo. No se permitía a nadie que entrara o saliera del área sin el correspondiente salvoconducto. Tampoco se permitía mantener contacto con los prisioneros por lo que la única posibilidad de encuentro se producía furtivamente cuando un preso, a la hora de construir los cañizos que recubrían el campo, dejaba aposta pequeños huecos por donde comunicarse con sus seres queridos sin ser descubierto.
Hoy en día Belchite ha cambiado, la posguerra parece haber borrado los recuerdos de aquellos años, sólo los ancianos son capaces de relatar lo que en su día ocurrió mientras que los jóvenes pasean más o menos ignorantes o indiferentes entre las calles del pueblo nuevo. La vida sigue. Tan sólo los vestigios que quedan en pie nos muestran queramos o no lo cruda y estoica que fue nuestra guerra civil, pieza del rompecabezas que conforma la historia de nuestra humanidad y que nos recuerdan que en un conflicto de semejantes características no hay ganadores, sólo perdedores, y puro e innecesario sufrimiento.
No importa quien principiara la batalla, si los populares por atacar Belchite o los nacionales por sublevarse contra un régimen democrático como el que era la república, lo importante es aprender de nuestros errores para que no volvamos a tropezar dos veces con la misma piedra.
Cuando te sumerges en la profunda esencia de Belchite, es como si te adentrarás en un mundo diferente, ajeno a ti pero a la vez próximo; es imposible expresar con palabras todas las sensaciones y sentimientos que se desencadenan en tu cabeza al contemplar aquella estampa.
Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre
se escucha que transita solamente la rabia,
que en los tuétanos tiembla despabilado el odio
y en las médulas arde continua la venganza
las palabras entonces no sirven son palabras
Manifiestos, artículos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas, neblinas estampadas,
qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!
Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste,
lo desgraciado y muerto que tiene una garganta
cuando desde el abismo de su idioma quisiera
gritar que no puede por imposible, y calla.
Siento esta noche heridas de muerte las palabras.
(RAFAEL ALBERTI)
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