La cabra al monte tira. Ayer nomás, me comprometía a preocuparme de mis cuantiosos caudales, haciendo caso omiso a estos dedos hambrientos de plasmar en el teclado todas las figuras e ideas que se me vienen a la cabeza. Ahora tengo que desmentirme y reconocer que, aún siendo millonario, no he inhibido esta razón de ser.
Por lo tanto, haciendo un alto en mis, ahora, pecuniarias actividades, quiero documentar mis primeras impresiones sobre el hecho de haberme transformado, de la noche a la mañana, en un flamante millonario.
Lo primero que tengo que decirles, es que uno cambia, eso es irremediable; con todas las letras digo, que uno cambia. Sólo el lunes, caminaba encorvado por las calles y con mi mirada apuntando al suelo. Eso no lo había notado hasta ayer, momento preciso en que supe que mis escuálidos fondos, recibirían una remesa incalculable. Mi autoestima creció de inmediato, desperté a la realidad y pensé en cuanto tiempo había dilapidado escribiendo para unos anónimos lectores, sin que me ganara un peso con ello.
Al saberme respaldado por tan magníficos estipendios, mi cuerpo se alzó como un poste y mi barbilla se elevó por sobre esas testas que deambulan a diario frente a mí. Me siento importante, claro que sí. Ahora, me aterroriza esa enorme marea de menesterosos que convive conmigo. Nadie se salva, los mismos que ayer me miraban con conmiseración, hoy me parecen seres zaparrastrosos que están a la expectativa, para arrebatarme mi dinero. Esa es la parte angustiante de ser millonario, la gente se datea, lo ubica a uno y cada cual quiere sacar su tajada de mi fortuna, como si esta perteneciera al erario nacional.
Recién acabo de recibir en mi libro de visitas, las excusas de alguien que confesó ser el autor de las mezquinas estrellas que sistemáticamente blanquean mis doradas estrellas. Me dijo –con tono de arrepentimiento- que él era un simple ser humano y que yo tratara de comprenderlo. Que me reconocía como un monstruo literario, inalcanzable para él. Que la envidia no lo dejaba vivir y que la única manera de sacársela de encima, era colocando esa estrella, a modo de daga traicionera. Me rogó que lo perdonara, que no fuera rencoroso, que él ya había pagado su culpa. Y de paso, me contó que era un estudiante de escasos recursos que trataba de sacar su carrera adelante, a duras penas. Me contó que su madre era viuda y muy hermosa, que si yo lo deseaba, me la presentaría de inmediato. Al final, convinimos en que yo le costearía su carrera, le entregaría una suculenta cantidad de dinero para que no pase mayores penurias y que, con respecto a su madre, no me interesaba conocerla, porque mi corazón ya está comprometido.
Los dejo por ahora, no escribo más porque tengo que ir a ver unas propiedades que me interesa adquirir. Me dejaré llevar por mi instinto ya que lo que priorizo es un lugar que incentive mis sentidos.
Y no teman que los abandone. Les pediría sí, que fuesen moderados en sus peticiones. El dinero que tengo es demasiado para un solo ser pero muy poco para una muchedumbre deseosa de gastarlo. Así que, hasta aquí llegamos por hoy. Disfruten su situación por ahora. Se los recomiendo, ya que ser millonario, para mí ha sido un verdadero dolor de cabeza…
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