Me sentía nerviosa, mi cuerpo tiritaba como si de algún momento a otro se fuera a desquebrajar y en mi estomago se producía una sensación difícil de describir, era un cosquilleo que subía y bajaba y mi cuerpo transpiraba como si estuviera sometido al calor más difícil que puede soportar ser humano alguno. Hasta que al fin pude desprender mis pies del suelo los cuales se encontraban aferrados a esta como si en ella encontrarán una seguridad incondicional, incluso podría afirmar que fue solo un impulso, pero al fin logré llegar al borde del precipicio, entonces sentí como una pequeña brisa acariciaba mis labios mientras un dulce aroma de vida invadía mi cuerpo poco a poco… Cerré mis ojos y por fin sentí que podía volar, volar como lo hacen los pájaros, los insectos y los sueños, podía sentir como el viento soplaba mi corazón cada vez más y más como si de algún momento a otro tuviera vida propia y se fuera arrancar de mi pecho. Eran sensaciones únicas en su especie, ¡puras sensaciones!, una sensación de libertad y a la vez de encierro, de fuerza y a la vez de miedo, miedo de abrir los ojos y caerme de cara contra el suelo. Pero a pesar de todo eso, no podía dejar de sentir una felicidad tan grande que sentía que el mundo me quedaba chico, que los sueños no eran imposibles y que el paraíso estaba bajo mis pies. Poco a poco fui descendiendo y mientras lo hacia comprendía que nunca antes había podido volar a pesar de que muchas veces lo había intentado cayéndome una y otra vez, entonces comprendí que de tanto sentir me había encontrado frente a frente con el amor, un amor que logró lo imposible, logró que tocara el cielo con mis manos, pero lo más importante logró darle vida a mi corazón que estaba muerto por la desilusión y el olvido. |