Martita quería ir al cumpleaños de Gabriela, yo no la quería dejar ir. “Ella esta enferma, pero es nuestra amiga, ahora más que nunca hay que apoyarla, sino no se va a curar nunca.”, nos dijeron a coro, Sofía y ella, a Gustavo y a mí, para convencernos. La historia de Gabi es muy triste, era una chica normal y linda, de muy buena familia, que jugaba al hockey en GER. Un verano se fue de vacaciones a Río de Janeiro, y tuvo la desgracia de pisar una aguja infectada con Sida en la playa. Unos meses después fue al dermatólogo, estaba toda cubierta de manchas rosas. De ahí en adelante, toda su vida se desmoronó, dejó el hockey y la facultad de fonoaudiología. Su novio, se llamaba Marcelo y era muy amigo mío, la dejó –se había contagiado, una vez habían compartido el cepillo de dientes- y al poco tiempo, me contaron que lo habían llevado preso, acusado de dejar agujas infectadas en las butacas de un cine. La detención de Chelo la destruyó, cayó en las garras de la droga, e inevitablemente se hizo lesbiana.
Me tocaba manejar a mí, para poder evadir un eventual control de alcoholemia me compré un paquete de pastillas de mentol, y dirigí mi auto hacia el boliche gay en que era el cumpleaños. En la puerta, para que nos dejaran pasar, tomé de la mano a Gustavo y Martú se abrazó con Sofí. “Hacen linda pareja”, nos dijo Sofi, riendo.
Al principio me sentía muy incómodo, me pedí una Coca Cola en la barra y a los pocos minutos me sentí muy distinto, experimenté una sensación de ligereza, un increíble vigor físico y mucho bienestar. Eufórico me puse a bailar, me pareció maravillosa la música electrónica, que iba subiendo lentamente hasta sincronizar todos los cuerpos y almas al ritmo del universo.
En un momento perdí de vista a mis amigos y empecé a bailar con un chico muy simpático. -“La música trance consigue que nos olvidemos de los egos y prejuicios personales, acá la gente celebra la vida y se alimenta de la energía positiva de cada uno… Nos sentimos conectados no sólo entre nosotros, sino con las fuerzas de la naturaleza que nos rodean y están dentro nuestro. Yo veo la música y el baile, como medios para dispersar al planeta entero sentimientos de amor, unidad y respeto por la diversidad…, si todos bailamos, la abundancia y el amor van de ser el estado natural y cotidiano de toda la humanidad”- me explicaba, mientras yo sentía su cuerpo musculoso y transpirado cerca de mí.
A pesar de la felicidad y la confianza que me embargaban sentía una sed abrasadora, bajé hasta la barra para comprar una botella de champagne con la que invitar a mi nuevo amigo. El rubio musculoso de la barra me aconsejó que no la tomara, me iba a cortar el efecto.
-¿Qué efecto?- Le pregunté sonriente.
-En tu Coca-Cola había una pastilla, vos sos nuevo acá, la primera siempre es invitación de la casa, si queres más, pedile a Jimmy- dijo señalándome a un negro, todo vestido de blanco y con un sombrero de ala ancha, también blanco.
Al ver que lo mirábamos, el negro me hizo una leve inclinación con la cabeza y me sonrió.
Aterrorizado me di cuenta que todo era una trampa, me habían drogado, quizás los habían drogado a mis amigos también. En la escuela me habían contado lo que pasaría después, tenía que encontrar a mis amigos y salir de ahí inmediatamente, antes de que me hiciera adicto y tuviera que vender mi sangre para pagar mi dosis diaria, una de esas granjas de rehabilitación podría salvarme.
Encontré a Martú y a Sofi pero Gusti había desaparecido. Nos quedamos en la puerta hasta las seis de la mañana, esperándolo y mandando mensajes de texto que él no contestaba.
Finalmente nos llamaron desde el celular de Gustavo. Era un enfermero en la guardia de un hospital. Una ambulancia lo había traído respondiendo a una llamada anónima que habían hecho al 911. Lo encontraron desnudo en una bañadera llena de hielo, le habían robado los riñones.
En el sanatorio, nos dijeron que nuestro amigo se estaba muriendo, el transplante que se necesitaba para salvarlo costaba un millón de dólares. Los padres de Gusti eran pobres, no tenían tanto dinero. Desesperados, nos fuimos al cyber de la otra cuadra, durante tres días estuvimos mandando cadenas de e-mails patrocinados por un magnate de internet, hasta recaudar el dinero necesario para la cirugía.
Gustavo se salvó, pero tenés que tener cuidado, vos podes no tener tanta suerte.
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