SU NOMBRE BEGOÑA Su sexo aprisionaba mi pene, su interior era cálido, húmedo, mi sexo horadaba su templo con cadencia, nuestras pelvis se unían en un baile armonioso.
Begoña, sí, ese es su nombre, aunque más bien podría ser Orquídea, simplemente con evocarla mis sentidos se ponen en tensión, mi respiración se vuelve acelerada, el pulso aumenta de ritmo y mis hormonas se desbocan.
Nuestra relación es complicada, la distancia que nos separa es mucha y sin embargo es como si estuviéramos juntos a cada segundo. Su cara, su hermosa sonrisa, esa risa divertida y nerviosa que tanto anima mis días, toda ella está presente en mi ritmo de vida habitual. En ocasiones, cuando paseo por el casco antiguo, creo verla en alguna de las transeúntes que caminan a mí alrededor, pero sé que no es ella, es tan solo el deseo de verla.
Su vida está en otro lugar, otra ciudad, casada con un hombre oscuro que para nada la merece y que más bien parece un lastre para ella, su vida es su familia, sus hijos. Mi vida está aquí, y sin embargo nuestros caminos se han unido.
La noche es nuestra confidente, sí, la noche, una noche como la de ayer, aún no sé cómo pudo suceder, a duras penas logro recordar cuando me puse en marcha hacia su casa, solo recuerdo la carretera y los escasos coches que me encontraba en mi viaje, su rostro iluminaba mi camino y era la meta de mi destino.
No me costó tanto encontrar la casa de sus padres donde pasaba unos días de descanso, aunque fue algo más complicado descubrir la ventana del primer piso que suelen dejar abierta. Mis manos sudaban a mares, era una locura y aún así quería vivir esa locura.
Debía ser silencioso, nadie podía despertarse sino la situación se volvería comprometida, me imagino el escándalo y las imposibles explicaciones, supongo que terminaría en comisaría, aún así, el riesgo merecía la pena.
La puerta de su habitación estaba entreabierta, me adentré en ella casi de puntillas, ella descansaba en la cama de espaldas a su esposo, plácida y profundamente dormidos ambos. Por unos instantes me quedé contemplándola, su cara relajada y algo sonrosada, su respiración tranquila y acompasada.
Me puse a su lado y la besé levemente en la frente, le puse mi dedo índice sobre los labios y le hice cosquillas en el cuello para intentar despertarla. Poco a poco comenzó a despertar de su sueño, sus hermosos ojos se desperezaron lentamente para abrirse por completo una vez que fijó la vista en mí. Su cara era de tremenda sorpresa, estaba totalmente anonadada, su boca se abrió en un expresivo signo de asombro, para luego tapársela con ambas manos evitando que sonido alguno saliera de su garganta.
La tomé por una de sus manos y ella se dejó llevar por mí, salimos de la habitación sin hacer ruido y hasta que no llegamos a las escaleras que conducían al piso inferior no dijo nada. ¡Estás loco!, ¿lo sabes?, eres un loco, y yo lo soy todavía más por estar contigo - me susurró al oído, me giré y nos sonreímos para luego besarnos como si nada. ¿Dónde vamos? ¡Estoy en camisón! ¡Se pueden despertar! La noche es preciosa, estrellada y cálida, vamos fuera. Le dije mientras la arrastraba hacia la puerta.
Abandonamos la casa para llegar a un jardincito donde nuestros cuerpos se entrelazaron mientras nuestras bocas se devoraban con pasión. Su cara resplandecía, sus ojos brillaban como exquisitas piedras de azabache tallado.
Ahora era ella la que me arrastraba a mí, me condujo a un lugar apartado del jardín, en él había un balancín donde nos sentamos para continuar besándonos y acariciándonos. El cielo resplandecía sobre nosotros, una noche mágica en la que la lluvia de estrellas fugaces inundaba el firmamento.
La ligera brisa que soplaba mesaba su cabello y hacía que su sedoso y trasparente camisón se pegara a su cuerpo dibujando nítidamente cada centímetro de su anatomía. Era un momento único y maravilloso y lo hubiera dado todo por detener el tiempo en ese instante para disfrutar de su radiante belleza. Nuestros besos se volvieron más intensos y pasionales, nuestras caricias se volvieron más audaces e íntimas.
La senté sobre mis rodillas con mi pecho apoyado en su espalda, mis labios besando su delicado cuello y mis manos recorriendo y explorando su cuerpo. Acariciaba la turgencia de sus pechos, dibujando círculos sobre sus pezones endurecidos como rocas volcánicas y nítidas bajo la seda de su ropa. Recorría la llanura de su vientre y descubría los espasmos que mis caricias provocaban en ella.
Mientras, ella mordía los dedos de una de sus manos para que sus ligeros gemidos no fueran audibles. Una de sus manos se posó sobre la mía, la tomó y la dirigió hacia el interior de sus piernas para a continuación cerrar éstas aprisionando ambas manos.
Notaba claramente la voluptuosidad de sus labios íntimos y la humedad de su sexo bajo mi mano, mi boca mordió dulcemente su cuello a la vez que mis dedos pellizcaban uno de sus pezones. Un ahogado gemido salió de las profundidades de sus pulmones y ella comenzó a mover la mano que tenía unida y aprisionada junto a la mía, de esta forma comencé a acariciar y recorrer su sexo, movimientos lentos y delicados arriba y abajo, consiguiendo que la flor de su intimidad se fuera abriendo poco a poco en cada deslizamiento.
El ritmo de las caricias aumentaba, el sudor empapaba su espalda, mi mano percibía como su humedad iba en aumento, empapando la tela con un perfume intenso y oloroso que comenzaba a inundarlo todo.
Notaba como un pequeño y duro diamante crecía en el inicio de su sexo y me dediqué a prestarle la atención debida acariciándolo en círculos una y otra vez con mi dedo corazón. Al cabo de unos minutos de estas íntimas caricias Begoña aprisionó con fuerza mi mano, tensó su cuerpo y se quedó quieta como una estatua, noté maravillado como lenta y continuamente brotaba un pequeño manantial de su interior que empapaba mi mano. Saboreamos lentamente el momento mientras nos besábamos en un curioso escorzo, esperando que ella se fuera reponiendo pausadamente.
Unos minutos más tarde era ella la que me prodigaba sus expertas caricias, arrodillada a mis pies desabotonó mis pantalones para alcanzar con sus suaves manos mi sexo ya bastante excitado. Sus dedos recorrían todo su tronco de abajo a arriba y viceversa, consiguiendo que mi pene se irguiese con suma facilidad y, delicadamente, sus labios se posaron sobre la cabeza sonrosada de éste para aprisionarlo en su cálida y húmeda boca.
Su lengua jugueteaba con cada pliegue de mi sexo y lo recorría con cadencia acompasada. Ahora el que sudaba a mares era yo, el placer intenso que Begoña me proporcionaba apenas puede ser expresado con palabras, por momentos la totalidad de mi sexo descansaba en el interior de su boca, captando el calor de su lengua y de su paladar, era como disfrutar del vértigo de una montaña rusa, como la caída libre de un paracaidista, como rozar las nubes con las yemas de los dedos...
La tomé de los hombros y la hice ponerse en pie, era igual que contemplar a una diosa griega, mis manos se introdujeron por debajo de su camisón hasta alcanzar el elástico de sus braguitas. Mis manos comenzaron a deslizarlas por sus piernas, haciendo que éstas se fueran enrollando poquito a poco hasta alcanzar sus pies, salió de ellas como dando un curioso saltito.
La senté nuevamente en mis rodillas, ahora mirándonos ambos a los ojos, mis manos acariciaron y abrieron su intimidad, se deleitaron haciendo sufrir a su tremendamente excitado clítoris, ella tomó con sus manos mi sexo y lo dirigió a su enrojecida y palpitante vulva para, progresivamente, ir incrustándose en ella.
Su sexo aprisionaba mi pene, su interior era cálido, húmedo, mi sexo horadaba su templo con cadencia, nuestras pelvis se unían en un baile armonioso, unas veces nuestro ritmo era lento, otras rápido y en ocasiones desenfrenado. El balancín sobre el que estábamos nos acunaba en estos momentos de placer, acaricie sus pechos para posteriormente besar y lamer sus pezones, Begoña arañaba cariñosamente mi espalda, el momento se acercaba, ambos notábamos como nuestros cuerpos estaban próximos a estallar como volcanes. Y el momento llegó, como una erupción de lava candente, como un tifón que levanta las olas, me aferré más a ella, mis dientes aprisionaban uno de sus pezones para morderlo con mimo, mientras, los dos unidos nos derramábamos uno en brazos del otro.
Así permanecimos unos minutos, abrazados, ensamblados casi, exhaustos, sudorosos, felices y a la vez tristes, tristes porque la despedida estaba próxima, alargamos ésta con caricias y besos, con mimos y juegos adolescentes. No me acompañes a la puerta, no quiero despedidas, no quiero oír ningún adiós, te llamaré mañana mi vida. Me dijo con sus ojos empapados de lágrimas.
Así la vi alejarse por el jardín, mientras yo iba en busca de mi coche, algo rodaba por mi mejilla, una lágrima, una lágrima de tristeza, de alegría, de pasión, de amor, una lágrima... de Begoña.
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