Es la incertidumbre en su luminosa brevedad
que despierta la agonía desterrada
de aquellos monumentos arrojados
a la súbita perplejidad de ser ahora
un recuento en la morada de discursos
para infames animales de escopetas tatuadas
en la región más pululante de la marginación.

Estos nauseabundos esperpentos
hablaron de morir en la utilidad
de desquiciados analistas del espacio
que se extiende desde el puño abierto
de los últimos inquilinos del asombro
hasta aquellos protestantes
que renunciaron malgastando sus sonrisas
en pobres artefactos poblados de humanidad.

Pero, como era de esperar,
siguen en su impronta fascinación
alzando novedades en lenguas apocadas
por la infortunada lealtad de algunos soñadores
y otros pocos majaderos
enredados a una estrella derrochada
disfrazando de imaginación
la caída de los reyes del estorbo
y de todo mártir infantil
que lloro sus plegarias
junto a una rosa brotada de la obviedad poética.