Cuentan, los que saben, que hace mucho tiempo Papa Noel se encontraba en si reino absurdamente aburrido. Tengamos en cuenta que solo trabaja uno o dos días al año, por lo cual tiene mucho tiempo libre entre manos. Mirando a su alrededor, nuestro colorado protagonista, vio un juguete de tamaño familiar que, aunque le pareció raro, vio que le convenía para sus propósitos. Era un cañón de colores, tan grande y tan largo que no alcanzaría la extensión del cuento para describirlo. Llamo a su reno Rudolph y le obligo a meterse dentro, solo para verle volar por sobre la nieve. Claro que debía aterrizar sobre sus cuernos (pobre Rudolph) para no hacerse daño. Dicho y hecho Papa Noel vio volar al reno por sobre el Polo Norte. Cómo disfrutó Papa Noel ese día. Aun así, cuando intento convencer a Rudolph que volviera a intentar la hazaña, éste le dijo:

-¡Por qué no intentas aterrizar tú sobre tu sombrero, gordinflón irresponsable!

¡Inaudito! No dejaría que ningún reno lo tratara de esa manera. Se encaramo al cañón con bastante dificultad y una vez que estuvo en posición, el vengativo animal encendió la mecha. No solo Papa Noel se quemo los cuartos traseros (aun el eco de sus gritos de dolor resuenan en el Polo Norte) sino que, o ironía, dado su gran masa corporal quedo atascado dentro del juguete. Desde ese momento es que los niños del mundo, aun a sabiendas que no va a venir, esperan ansiosos sus juguetes el 25 de diciembre solo para terminar el día desilusionados. Papa Noel, no aparece y con lo único que deben conformarse los niños, es con una fantasmal risa que oyen siempre alrededor de esa fecha. Suena como las carcajadas de un reno feliz e insano que se burla de un colorado gordito, que deseaba que fuese volando por los aires del Polo Norte solo para su propia diversión.