Martes, 24 de abril del 2007
Ana Claudia, me costó una semana y horas llorar y pensar (lo hago) lo suficiente, para darme cuenta de tu verdadera humanidad. Eres tan apacible y dulce. Nunca me di cuenta. Dios sabe porque no supe lo que tenía enfrente mío; aunque nunca te lo dije ni demostré, has sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Te quiero hasta el infinito mismo, que no tiene comienzo ni final, como mi amor por el tuyo. Sabes, necesito y extraño muchísimo a tus manos, dueñas de las mías.
Muero por tus frágiles hombros, por tu cuerpo como el helio, tan ligero, tan consistente; muero también e increíblemente por tu perfecto sentido del humor, me alegraste más que días y noches. Necesito tanto de tí, amor. Necesito tanto de tus te quieros. Y, ¿sabes?, quiero un mundo lleno de tí. Por favor, necesito, más que nada, tu perdón y compasión, de tu aislada sonrisa, solo para mí, de tus labios, que rozaban siempre con los míos y, se sentía como una frescura de rocío, como un vapor que con el frío de la azul noche, se condensa en la atmósfera en gotas muy minúsculas, las cuales increiblemente aparecen sobre algún recóndito árbol y logran ausentarse de este, ó como una lluvia corta y pasajera que únicamente en tus labios brotaron.
No sabes cuanto me duele dejarte solo estás cuantas cosas que quería aclararte desde hace mucho. Me haces tantísima falta. Besos y palabritas de bebes por doquier.
Te ama y necesita,
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