A veces, el día aciago dura toda la semana,
día desventurado que tiñe la noche siguiente,
y el día siguiente, traspasando la frontera precisa
de las horas que el reloj desgrana a golpes.
Aquel día, se expande como una mancha,
figura infausta que nos atrapa sin clemencia
y nos condena a vivir entre turbiedades,
ciegos de horas y hambrientos de madrugadas.
A veces, el día aciago se nos mete adentro
y se cobija en nuestras entrañas y se duerme
para que lo acunemos con la misma desconfianza
de la embarazada que alimenta al hijo de la infamia.
A veces, sólo a veces, el día no dura una semana
y es más cruel la indeleble huella que nos deja,
el día después es más luminoso y pleno de dicha,
pero a su sombra se oculta un pantano doloroso.
El día aciago, destroza a su paso toda esperanza,
y se enmarca como la patria de la oscuridad,
las lágrimas riegan sus surcos serperteantes
y van a dar a la mar inhóspita de lo abortado.
El día aciago, se posa como una densa nube
estrangulando todo raciocinio y toda ilusión,
nadie quisiera estar sometido a su dictadura,
pero aguarda, inclemente, en cualquier quebranto…
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