Texto número 11 para el 12º Asalto del Club de la Pelea.
Categoría: Prosa
En El Hall
De repente, vino como un deja vu de mi primera visita al Casino, si se le puede llamar visita a esperar durante horas y horas en el maldito hall del Casino Central, a que mi bendita madre probara su suerte en la ruleta, con sus números de siempre. Todavía los recuerdo: el 17, el 21, el 32, el 12 y alguno más que se me escapa; siempre jugaba los mismos números a cualquier juego que fuera. Y no es que mi vieja fuera timbera ni que la hubiera perdido el juego; le gustaba, pero la podríamos poner dentro de ese peligroso e hipócrita lote de los “jugadores sociales”.
Tendría seis o siete años y todavía me faltaba algo más de una década para poder beber de las mieles del escolazo…
Lo recuerdo como si fuera ayer; aquella interminable escalera con una inmensa alfombra roja donde la mayoría de la gente subía con sus ingenuas sonrisas y sus locas carcajadas, de la cuales, solo unas pocas sobrevivían al regresar; aquella enorme cordillera colorada que todos escalaban desafiantes y que al finalizar la noche de derroche, se convertía en una triste cascada de perdedores…
Escuchaba sus voces, ese murmullo constante y enloquecedor que se oye en los lugares donde se junta mucha gente a hablar boludeces, cada tanto interrumpido por algún grito, producto de algún acierto esporádico en alguna apuesta o de maldiciones por culpa de ese numero traidor…
Recuerdo que trataba de identificar la voz de mi madre entre cientos de voces, diría miles que sonaban sin cesar, lo que se convertía en un pasatiempo, que ayudaba a matar el irremediable aburrimiento, sin éxito por supuesto.
Y esta noche, con mi mayoría de edad en los bolsillos, algo que había esperado durante tanto tiempo, estaba trepando aquel muro que me separaba de este nuevo y desconocido vicio, esta nueva perdición; solo para poder enterrarme hasta el cuello en algo tan sabroso y amargo que sería imposible no volver a probar.
Black Jack, Punto y Banca, Dados, Ruleta, no me perdí ninguno y todos me perdieron a mi; todos los devoré sin compasión y ellos hicieron lo mismo conmigo…
Y hoy, que caigo por esta cascada, en la cual solo mi madre, solía descender cristalina y victoriosa, me pierdo entre los derrotados, como uno más, engañado y masticado por aquel edificio, donde se matan las ventanas sin darle ni una sola oportunidad al sol, donde el tiempo se pierde, sin reloj al cual mirar, donde todo esta heladamente calculado para introducirnos en el jugoso infierno del juego, infierno que vació mis bolsillos, llenándolos de soledad…
Hoy desearía estar esperando en el hall…
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