- Oh, qué mala, Freddy.- dijo la Yasmina, todavía con la cabeza apoyada en el hombro del Muerto.
- Sí. Ayer hablé con la inspectora y me dijo que al cabro chico lo tienen con psicólogo y todo. Pero dijo que va a esta bien. Como todo en la vida, hay que acostumbrarse, “cauros”.
Andrés miró su reloj. “Son las 1:05, ¿No iban a comprar copete?”. “Está bien” dijo el Muerto contando a las personas con la vista. “Somos 9. De más que nos alcanza para algo bueno.”
Todos se levantan y se sacuden el pasto. Andrés camina tambaleándose y sacudiendo la cabeza cada cinco pasos, como para quitarse una especie de letargo que no lo dejaba caminar bien. Alberto hace lo imposible para disimular que podía caminar bien. Yasmina se apoya en el brazo del Muerto y éste tiene que casi arrastrarla durante el primer trecho. Freddy va conversando con los otros cuatro, agradeciendo a los cielos porque por fin van a comprar algo para tomar.
La botillería tiene mucha luz, demasiada. Andrés baja la cabeza lo más que puede sin que se vea sospechoso. Como hay más personas comprando, tiene la extraña sensación que alguien se dio cuenta que había estado fumando hierba. El Muerto tiene en su mano toda la plata que pudo juntar, y sonríe. Yasmina compra un chicle de menta y lo mastica con la boca ligeramente abierta. Andrés se pone nervioso y empieza a hablar con Freddy, esperando que el tiempo se pase rápido, pero la espera se estaba haciendo más larga de lo normal. Parecía que el Muerto se tardaba demasiado en elegir un pisco. Después de un rato Andrés mira su reloj, nervioso. No habían pasado ni tres minutos. Pero para él habían pasado quince. Sale a la calle. Estaba el Alberto fumándose un cigarrillo. Mira despreocupadamente a Andrés y le dice algo así como “cálmate”. Andrés se acuerda de un libro que había leído hace mucho, mucho tiempo, pero no se acordaba cuál. Estaba todavía pensando en lo que le dijo Alberto cuando el Muerto sale con dos bolsas. “Vamos”, fue lo único que dijo, o lo único que Andrés creyó que dijo.
La caminata de vuelta fue más corta que la de ida. Freddy iba jugando con unos vasos de plástico, y Andrés con Alberto iban hablando de algún tema increíblemente incoherente, pero que en ese momento tenía mucho significado. Llegaron al mismo lugar que hace mucho tiempo- según Andrés- habían dejado para comprar copete. Freddy comenzó a repartir los vasos, y el Muerto a llenarlos de pisco y bebida. Después de un trago, Andrés dejó el vaso en el suelo frente a él y cerró los ojos. Quería relajarse, ya que no tenía tanto frío como hace diez minutos atrás. Detrás de sus párpados pudo ver claramente como unas llamas hechas de cartón se movían y él caía hacia ellas. Un remezón lo sacó de esta visión. “No te duermas” dijo Alberto. “Si no me duermo” dijo Andrés, un poco molesto, cerrando los ojos de nuevo, tratando de buscar esas llamas tan extrañas, pero ahora se encontró con algo diferente...
* * *
Se encontró en una especie de cerro, árboles y maleza ocupaban todo el lugar. Reconoció el lugar de inmediato, era Valparaíso, cuando él tenía doce años. Era el cerro detrás del colegio donde los alumnos iban a trotar- y según las leyendas que se tejen en las salas viejas- donde los curas mataron a un alumno hace cincuenta y tantos años atrás. Andrés caminó un pequeño trecho cuando se encontró con Alberto, quien estaba sentado en un pilar de mármol, ruina de lo que otrora había sido una capilla. Alberto fumaba de una larga pipa unida a una botella (“Hookah”, pensó Andrés, acordándose del cuento infantil y la pipa, “es la oruga del cuento”). Alberto exhaló una gran nube de humo, y dijo con una voz queda: “Mantén la calma”. Andrés asintió y escuchó una voz detrás de él. Giró en ciento ochenta grados.
- Andrés Friz!- La figura imponente de su profesor de quinto básico lo puso de inmediato dentro de un antiquísimo salón de clases. Andrés estaba parado en frente de la clase, Alberto y el pilar desaparecieron y su profesor lo estaba interrogando:
- Encuentra la solución a este problema, Andrés. En una granja se crían veintisiete caballos, treinta gallinas y veinte cerdos. ¿Podría decirme cuantas patas hay en total, si consideramos que la respuesta es doscientos cuarenta y ocho?
- Profesor...-Andrés miró al profesor y luego a la clase, el semblante confuso- me acaba de decir la solución al problema...doscientos cuarenta y ocho.
- No la dije- el semblante del profesor estaba rígido.- Sólo te dije la respuesta. No es lo mismo.
Andrés quiso preguntar cuál era la diferencia entre respuesta y solución, y se vio de inmediato sumergido en una oscuridad total, pero extrañamente aterciopelada. Se empezó a sentir desesperado y deseó que alguien lo sacara de allí. Corrió hasta que chocó con algo frío y suave. Era un espejo. Y se estaba mirando a sí mismo, mirándose. En realidad, miraba cómo Andrés se miraba en un espejo, sosteniendo un vaso de agua. Empezó a escuchar voces y de pronto todo se sacudió.
* * *
CONTINUARÁ.- |