Eran seres grises, miraban pero no veían. En su mundo gris no existían las palabras y las pocas que se decían estaban vacías de contenido.
Les daba lo mismo acariciar que tocar, les estaba vedado el don de escuchar al otro…..y solo eran capaces de escuchar sus propias mentiras.
Los engaños se multiplicaban por doquier, dando lugar a todo tipo de estafas, simulaciones, apariencias……
La vida de estos seres era oscura, infeliz, sin sentido.
Eduardo no era la excepción.
En su devenir por la vida, creyó tener momentos de felicidad, instantes de plenitud, que se le escurrían como agua entre los dedos. Nunca pudo atraparlos, no podía cerrar el puño. Tal vez, no era su propia imposibilidad, sino que con cada ser gris con que se encontraba, estaba en la misma situación.
Por acción u omisión incurrían todos en algún engaño, en alguna trampa tendida casi inconscientemente, parte ineludible de una sociedad hipócrita, simplemente gris.
El sospechaba que existía otro mundo, otro país, uno donde los colores reinaban, donde el sol brillaba y que cuando llovía, el agua era de tal pureza que inspiraba con fuerza las pasiones mas voluptuosas.
Creyó incluso, haber estado alguna vez, en ese lugar…pero simplemente se dio cuenta que se trataba de un sueño, de un sueño en colores y volvía una y otra vez a su mundo de grises.
Hasta que una tarde, se supo, con total certeza, que se había transportado hasta ese exacto lugar. Le bastó con percatarse que lo estaban mirando a los ojos, que esa mujer que tenía en frente, lo veía tal cual era, con sus defectos y virtudes, con su desprotección. Que podía entender su búsqueda, su dolor, su despellejada humanidad.
No fue hasta que ella se encontró súbitamente con sus manos en las de él, que ambos supieron que ya no podrían dejar de verlo todo iluminado. Tanto, que los colores brillaban y las palabras cobraban sentido. Ya no tocaban, acariciaban, curaban, mecían, acunaban…
Se sucedieron los encuentros, siempre en ese país mágico, maravilloso. Un lugar que tan solo con una mesa y un ventanal que daba a un kiosquito de revistas, podía contenerlos, hacerlos libres, sentir que estaban en medio de una pradera verde, donde las bandadas de mariposas aún existían y se convertían en pétalos.
Pero claro, no era sencillo acostumbrarse a tanta luz, a tanto color, y una mañana lluviosa, gris como tantas otras, Eduardo regresó.
Nerviosamente ensayó una de sus tantas palabras vacías y la mentira lo oscureció todo.
Tomó el colectivo y se fue confundido, descubierto, temeroso. Volvió a tocar, sin acariciar….a tender trampas, solo que sabiendo que esta vez, era consciente de que se estaba tendiendo una trampa a si mismo.
Como siempre, como cada vez que regresaba al país descolorido. Dijo cosas como, tomémonos un tiempo, tus reclamos son justos, pero yo también tengo los míos…. Y en una marea de reclamos y verdades no dichas, volvió.
Ella lo esperaba en su país, con un miedo infinito a que se desvaneciera la luz, a que las praderas, las mariposas, los colores se esfumaran. Sabía perfectamente que una sola palabra vacía, una sola mentira, la convertiría a ella también en un ser gris.
Temía que el kiosquito de revistas solo fuera eso, y que la mesa que los cobijaba, estuviera ocupada para siempre.
No le importaba seguir o no… de hecho, seguir, convertida en un ser gris no le interesaba. Pero mucho menos quería que su Eduardo dejara de tener color, luz…
Necesitaba con toda su alma rescatarlo de la soledad, mecerlo en su ternura, fundirlo en su fuego…hacerlo ciudadano de un país de colores.
Rita Mabel Paruolo
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