Ambos cerraron sus celulares convencidos que ese día a las 21 hs exactamente tendrían su gran cena, esa que esperaron ansiosamente. Es cierto que las interferencias en el teléfono no los dejaron decirse más. ¡Siempre pasa. En el día de los enamorados, se saturan las líneas - pero bueno, pensó Claudia- nada es perfecto! Le diría que lo amaba cuando levantaran las copas esa misma noche, en un brindis lleno de complicidades.
Durante toda la mañana estuvo pensando que haría de comer para agasajarlo. Hacía frío. ¡Este invierno venía crudo en serio!
En el escritorio de la oficina los papeles iban amontonándose como torres a punto de derrumbarse, mientras ella, con una sonrisa que no podía evitar, escribía minuciosamente la lista de todo lo que necesitaba para el evento.
Pensó que Pablo le había dicho que le gustaba la sopa. ¿Pero cuál? No tenía tiempo de hacer algo tan elaborado La cazuela de mariscos llevaría su tiempo
..
Pablo ese día no trabajaba. Eso le daría todo el tiempo para cocinar, ordenar el departamento, comprar flores, seleccionar la música que bailarían
No era un buen cocinero, ¡pero esa mujer bien valía el esfuerzo!
A ella le gustaban las pastas. Eso era fácil pensó. ¡La historia era la salsa! Tenía que lucirse. Recordó entonces las salsas de la nona Francesca
, esas a las que invariablemente le agregaba un caldito de verduras para realzar los sabores. Tenía justito allí, en su nariz, el aroma especial de los domingos en casa, con la nona, preparando la salsa desde las diez de la mañana.
¡Ya está! Iba a llamarla y solicitar su consejo. Nada podía fallar.
A Claudia las horas se le hacían interminables, salió de la oficina como disparada directo al supermercado. Compró todo lo necesario para una cena espectacular. Así la había imaginado, y así sería.
Recordaba haber escuchado en algún programa de cocina, que las flores comestibles eran afrodisíacas
. Así que se decidió por una sopa de zapallo, a la que le agregaría pedacitos de pan tostado y flores de calabaza
. Luego, la cazuela
, el vino, las velas, ya podía imaginárselo todo.
.
Pablo repasó cada detalle con una mirada rasante al pequeño comedor de su departamento de soltero. Revisó la temperatura del vino y del champagne que sin dudas Claudia bebería con él, no sin bastante insistencia de su parte. Ella no solía tomar alcohol, pero la situación lo ameritaba. Estaba seguro que cedería y lo disfrutaría tanto como él.
Miró el reloj, eran las 20 hs... ¡Tiempo de bañarse! Tenía pegado en toda su ropa el olor a la salsa de la abuela, quien cansada de explicarle en vano, vino en persona a preparársela. Fue como esas caricias que solía prodigarle en el sillón cuando juntos miraban la novela de la tarde, mientras su mamá trabajaba.
.
Claudia se había probado todo el guardarropa
Decidiéndose al final por el vestido rojo de escote pronunciado. Se miró al espejo, puso música, encendió las velas y se sentó con una ansiedad devoradora en el sillón, mientras fumaba con fruición un cigarrillo.
Dejó que la imaginación volara y se encontró bailando al son de la música que escuchaba en ese momento, junto a su Pablo.
.
Tenía que ser una eventualidad, sin dudas algo le había sucedido. Claudia siempre era puntual. Esta era la cena de la reconciliación y ella le había dicho que ¡si! Pero tal vez, quisiera seguir castigándolo. ¡No, no! ¡Tenía que sacarse las ideas negativas de la cabeza! Se retrasó, eso era todo.
Sin dejar de mirar el reloj, tomó el teléfono y comenzó a marcar el número
. Pero daba ocupado. Eran casi las 22 hs.
22:10 hs Ya tiene que haber cortado
-.Pablo volvió a llamar-
El sonido del tono ocupado sonó en sus oídos como si subiera al mismo ritmo que su inquietud.
¡Era la tercera vez que lo llamaba y siempre ocupado! Que desconsiderado, seguro estaría hablando con esa compañera de facultad que vive llamándolo, para preguntarle si quiere preparar con ella la materia. O tal vez descolgó el teléfono. Así no tendría que darle excusas, porque lo real, es que salió con ella. ¡Pero esto no va a quedar así! - se dijo Claudia-
Tomó su tapadito negro. Desafiando al frío salió a buscarlo. Llenas de ira las mejillas y con un dejo centelleante que partía de sus enfurecidos ojos.
El caminaba rápido, para amainar el frío. Salió apenas con el suéter que tenía puesto en casa y ramito de jazmines robado al florero que adornaba la mesa.
El viento soplaba cada vez más fuerte. Pablo miró hacia arriba en el preciso momento en que los nubarrones desataron torrentes de agua helada sobre su cara. Tal como si el cielo quisiera despertarlo con un baldazo.
No supo bien si su estremecimiento se debió a la lluvia, o al choque de ese cuerpo contra el suyo.
Ella estaba ahí. Frente a él. Mirándolo, mojada, aterida, dulce, seria. Quiso protegerla del vendaval, pasó la mano por detrás de su espalda y la atrajo hacia su pecho. El ramito de jazmines, voló sobre la calle, planeando los pétalos.
-No importa. Eran para vos.
Junto al relámpago que le iluminó el bello rostro, refulgió la sonrisa más plena.
-Corramos, nos estamos empapando.
.
Entraron al bodegón chorreantes, abrazados, temblorosos.
-¡Pasen, pasen! Cierro todo y ya estoy con Uds. ¡Menudo resfriado han de cogerse! -Dijo el gallego- mientras cerraba presuroso, puertas y ventanas.
Ellos se miraron y rieron. Rieron toda la noche, de su sincronía, sentados en aquella mesa sin mantel, sin velas, despojada de flores.
Cuando la hospitalidad del gallego les acercó el caldo humeante, sin flores de calabaza, les pareció un manjar.
El vino de la casa, reemplazó como elixir el champagne, que esperaba bien frappé".
Vinieron los ravioles, sin salsa de la abuela, pero con un gusto nuevo, exquisitamente de ellos.
Y en cada una de sus casas las mesas vacías dejaron de esperarlos.
Ellos no necesitaban nada más.
Rita Mabel Paruolo |