En una ciudad pequeña, con árboles verdes en primavera y lagos en donde nadan los patos, tomó el poder un alcalde obseso por el orden. Por eso creó, junto con los otros obsesos por el orden que también tenían su lugar en el ayuntamiento, una lista con TODO lo que estaba prohibido a partir de aquel momento, con un tarifa de multas para cada ocasión y a veces con una ridiculez forzada que debía ser tomada en serio, por ejemplo:

Tirarse un pedo en público: 100 hasta 500 pesos (dependiendo de la calidad, duración y sutileza o descaro del pedo)

Los habitantes de la pequeña ciudad al principio rieron, curiosos y prepotentes. Callaron cuando los policías les aplicaron multas a diestra y siniestra por burlarse de la autoridad en público. Los primeros desaparecidos aparecieron en la prensa. Los que aún no desaparecían suponían que los que habían desaparecido eran unos pobres diablos que no tuvieron dinero para pagar alguna multa encandilada en su contra y por eso habían terminado vendidos como esclavos.

Después desaparecieron todos.