Entonces te fui descubriendo con tus pro y tus contras. Fui llenando mi cabeza de momentos pero vaciándola de otros tantos. La vida se hacía eterna en segundos y corta con las horas. Había pasado un tiempo, poco, pero un tiempo al fin y al cabo y descubrí que yo fui una especie de transición, una suerte de conejillo de indias que había que mimar un par de meses para volver a entenderte a ti mismo. Tenías la carita intrigante y yo sólo quería enseñarte que la vida es más dulce si sonreías. Cuando aprendiste y te diste cuenta que había logrado un cambio en tu irónico orgullo me tomaste la mano y la encontraste bonita. Yo me reí pero en realidad no estaba pensando mucho, me bastaba reírme de tus pestañas que sanamente envidiaba y sonrojarme cuando sentía que por fin me mirabas sin la máscara que solías usar ante el mundo, aunque después supe que para ti el mundo eras tú y el que quisiera adentrarse en ese mundo resultaría ser un jugador más que quedaría en el libro de récords en el mejor de los casos. Y ahora que me senté a pensar resulta que recién voy captando las reglas, en un manual hecho por una persona que vivió lo mismo que todos los que alguna vez pensaron esto pero nunca se atrevieron a escribir. Con las instrucciones al reverso voy riéndome, porque al final tengo que practicar lo que digo, así es que sonrío y se hace más fácil ahora que voy conociendo que tu mundo no era el mundo, y que hay personas que me cautivan sin importar tanto la carita intrigante, aunque en eso, aún nadie te gana.