TIC...TAC...TIC...TAC...
Los relojes desgranan lentamente las horas, devorando día tras día el calendario de manera sutil pero implacable. Tiempo transcurrido, tiempo pretérito, tiempo perdido, tiempo, tiempo, tiempo.
Ese tiempo inventado por los hombres para controlar sus propias vidas y que ha conseguido esclavizar a la humanidad para siempre. Ese vacío profundo surcado por los veloces segundos que sin embargo nos parecen a veces terriblemente lentos en su infinito caminar. Ese mismo tiempo cuya noción se pierde entre la vorágine de estrellas brillantes y nebulosas sin nombre, entre ese cosmos sin fin que se extiende en la mente de cada ser humano.
TIC. Un segundo.
Una eternidad consumida en un breve lapso, un latido, un trocito de vida que huye, amparado por la oscuridad, hacia un destino ignorado. ¿Dónde va la vida cuando la envoltura carnal muere? No ya el alma, esa esencia invisible que nos acompaña y que, llegada la hora de la muerte, se pierde entre ignotas dimensiones, sino la vida en sí, ese milagro imposible que no se puede identificar y que jamás se llegará a conocer porque nos estamos destruyendo cada vez más rápido. ¿Hacia qué secreto lugar corre ese diminuto punto luminoso que exhala al final nuestro cuerpo cansado? Valhalla, Shangri-la, Cielo, tantas denominaciones evocadoras, esotéricas, algunas aterradoras, que tratan inútilmente de cifrar la posición exacta de la morada donde descansa, frágil pero inmortal, esa caja dorada que contiene la Vida, esa esfera de energía, de chispa vital que es el Ser absoluto.
TAC. Un parpadeo.
Un brevísimo momento durante el cual el hombre queda ciego, indefenso frente a un enemigo mortal que le infringe una nueva estocada. Tiempo. El hombre ya no tiene tiempo, ha perdido su control, se le escapa entre los dedos como granos de arena y corre, corre, cada vez más rápido pero siempre inmutable, perfecto.
TIC. Un relámpago ilumina el cielo oscuro.
Un instante de luz en un imperio de sombras y tinieblas, el cegador lamento de un corazón oprimido que estalla, lanzando a la noche toda la energía de su desesperación. El latido poderoso del corazón de un niño aterrorizado gritando perdido en mitad de la tormenta, bajo un cielo cargado de oscuros presagios, de funestas profecías de muerte, de visiones de horror que hacen que sucumba ante el miedo, que huya ciegamente hasta precipitarse por un sobrecogedor abismo y caer muerto en los brazos de su madre, la cual, sollozando, le acuna dulcemente una última vez, sumiéndolo en la paz de los que eternamente descansan allí arriba, más allá del fin del firmamento, en la Luz.
TAC. Una vida que comienza.
Un nuevo ser que abre sus ojos por primera vez y contempla este mundo destrozado por el tiempo y los hombres, que agónico pero impertérrito gira y gira incansable desde su trono en el espacio. Un mundo que quizá no llegue a ver jamás su final, puesto que el fin coincidirá con un nuevo principio, con una nueva serie de renacimientos y muertes presididas por y para siempre por ese ser implacable que crea y destruye, que forma y transforma, que fue creado empero ya existía, que morirá con el último de los hombres y que sin embargo seguirá existiendo.
TIC...TAC...TIC...TAC...
Tiempo, tiempo, tiempo.

©2007 Adolf J Fort