entraron tres personas al negocio, ni uno de ellos parecía conocerse, pero tenían algo en común, los tres vestían de negro. deben estar de luto, pensé. primero atendí al mas grande, era un tipo de rostro grande, ojos demasiado separados así como las jirafas, y una nariz que era imposible de pequeña. su piel era blanca y su voz, al hablarme era profunda. me dijo que necesitaba encontrar una dirección que tenía escrita en un papel. leí lo que decía y, era a unas cuadras del lugar en donde estaba. ya iba a irse cuando me dijo si vendía cigarros, le dije que sí y este me compró una cajetilla. le agradecí y se fue fumando como un condenado. el otro era gordísimo, tenía una cabecita de juguete, sus ojos eran brillantes y negros como luceros, parecían ser ojos de brujo. tenía harto pelo en la cabeza, aunque usaba pelo corto. tenía tanta vellocidad que los pelos se le salían de los brazos y el pecho. hablaba despacito como un pajarito. este me pidió un kilo de cereal rojo y dos kilos de azucar y medio kilo de sal. le entregué su pedido envuelto en una bolsa, y se lo entregué. me dio un billetón y yo no tenía sencillo, así que le dije que iba a cambiar para darle su vuelto. salí y dejé encargado mi negocio a mi vecino. fui al banco, había una cola larga, la hice de todas formas y después de cinoc minutos, me cambiaron el billete. regresé y le di su vuelto, pero este ya había separado mas mercadería. y el precio de este nuevo pedido, exedía el vuelto. me dio otro billete y fui nuevamente al banco. lo mismo, esperé y me dieron cambio. le di su vuelto y esta bola de cebo se fue muy campante con sus bolsas rellenas de mercadería. el tercer cliente era un jovencito de unos veinte años. me pidíó licor, mucho licor. se lo dí y este, se lo bebió todo. volvió a pedir lo mismo, y así la pasé hasta que se tomó casi toda una caja de doce botellas de cerveza. pero este jovencito de rostro casi femenino, pareció no perturbarse por el alcohol ingerido... iba pedir mas licor y le dije que ya era suficiente. son veinte soles, le dije. este me miró y con una sonrisa de imbécil, me dijo que no tenía un centavo en el bolsillo. me puse helado y con un ágil pensamiento, le pedí su ropa, al menos su saco que costaría el monto de todo lo comprado. se lo quitó y me lo tiró al piso. lo recogí y cuando estaba revisándolo, le vi marcharse sin despedirse. cogí el saco negro y me fui a mirar al espejo de la tienda. me quedaba exacto, se me veía exelente. tanto me gustó que no hay día que no uso este saco negro. nunca mas los he vuelto a ver a estos clientes. la gente que viene, son las mismas de siempre, y siempre compran lo mismo. pero yo, desde aquella vez, uso el saco negro del extraño jovencito que nunca mas volvió al negocio. esa experiencia me queda en mi cerebro, como un deja vu, pero, una vez, le pregunté a un conocido, si en esa época había muerto una persona del vecindario. me dijo que sí, que tres personas extrañas, habían muerto mientras esperaban el bus. vino el bus, pero con tal suerte que los atropelló como si fueran palitroques de un bowling... me asusté y fui a buscar el saco negro. allí estaba, emperchado sobre una silla, y yo le miraba y me preguntaba el cómo había parado en mis manos... el tiempo ha pasado y ahora, aún recuerdo el momento en que los tres personajes entraron por última vez, a mi negocio. quién sabe si su último deseo hubiera sido el de entrar en una pequeña bodega de la ciudad, ¡¿quién lo sabe?!
san isidro, abril del 2007 |