Él Estaba seguro de que la había tenido en la cabeza todo el día, ansioso esperando el día para verla, cada pensamiento estaba siempre atravesado por su imagen, sentía tan cerca su piel y ese olor, la sentía y cada vez su memoria se hacía mas fuerte y precisa, la construía en efigie mítica frente a su cara, en la silueta perfecta dentro de sus párpados que solo se movían para pensarle un poco más profundo, sus manos parecían amarrarla y le ceñían al pecho el cuerpo tan único de ella, la sentía tan tibia y tan dulce como la leche que recién sale de la ubre rosa de la vaca una mañana de invierno antes de la borrasca.

A cada minuto Ella era una imagen mas clara en ese cuarto frío invadido por el silencio de los que duermen a medianoche, empezó a sentir sus poros, y también su palidez, se acerco a sus labios y la besó, empezó a morderle el cuello y a sentir las vellosidades ínfimas de sus brazos desnudos, cada uno de los lunares fueron cayendo como gotitas ámbar y azabache en la anatomía que se parecía cada vez menos a el destello blanco con el que todo se había desatado, vio sus ojos que empezaron como una mancha burda, tosca, verdusca y que mutando en procesos maravillosamente intrincados llegaron hasta el brillo perfecto y único que solo ella podía tener, su nariz se moldeaba poco a poco hasta conseguir el respingar exacto y simétrico, poco a poco construyó el nervudo tramar de sus cabellos que despeinados correctamente la hacían ver tan agresiva y hasta algo salvaje, la sombra lóbrega tras los lóbulos de sus orejas, cada uno de esos puntos odoríferos, los recovecos que formaba la clavícula, sus axilas, sus hombros, que lo excitaban y que empezaban a causar en Él un crispar quisquilloso mientras que lo adentraba a un sopor siquiera pronunciable.

Empezaba a percibirla sensual, a palpar cada una de las zonas dérmicas que nunca creyó tan cerca, todas sus energías parecían paridas para este momento; entonces para no perderle ni un momento decidió no abandonarse nunca más a la incertidumbre de los sueños y así fue como poco a poco Él, internado en el éxtasis que exprimía cada molécula de ATP, se fue adentrando a la muerte, pues al tiempo que Ella parecía un ser más vivo en ese cuarto álgido y vacío Él caía con sus órganos mermando poco a poco su marcha y el corazón dejando como recuerdo un último latido que le pareció a la inmisericorde soledad doble.

Al otro día en el tercer escalón y luego de dos horas de espera Ella dejó caer un par de lágrimas que luego se convirtieron en un océano brillante que ahora parece desgastar poco a poco el esmeralda de sus ojos. Por el resto de su vida.