Intenté escribirte algo, pero cuando lo hice me quedé mirando la pantalla en blanco y el cursor temblando en la esquina. Me acomode mejor en la silla a ver si las palabras se movían de mi estomago, o por lo menos esperé que una parte de todo ese cúmulo de sentimientos que descansan ahí se convirtieran en palabras que pudiera brindarte, pero nada ocurrió...

Entonces me quedé callado y quieto y simplemente esperé que de repente aparecieras y pudiera brindarte un abrazo, esperé que todo ese peso que tenía sobre los hombros desvaneciera caminando a tu lado, o que por lo menos mis huesos quebrados dejaran de sentir dolor, que salieran de su entumido estado y corrieran a buscarte, pero mi cuerpo es débil y mi boca apenas traga saliva.

Dentro de mi cabeza me dí cuenta de lo mucho que te extraño, lo grite y nadie lo escuchó, los sonidos retumbaron en las paredes y al instante volvieron a mi cráneo, estallándose contra cada una de sus óseas latitudes, fragmentándose en palabras que eran el umbral de la soledad que en ese preciso instante me invadió, estas mismas palabras que te regalo, y que ahora preceden este punto.