El viejo avanzaba por el camino con dificultad, los años a cuestas y una prematura enfermedad le había dejado las piernas casi inservibles, motivo por el cual tenía que apoyarse en dos “muletas” improvisadas con maderas provenientes de la cimbra de una antigua construcción. Esta imagen ya de por si desoladora, estaba aderezada de una tarde brumosa y fría propia de la temporada. Un par de perros caminaban siguiendo los pasos del viejo con una actitud tranquila y paciente (yo diría hasta comprensiva).
Recordaba esa imagen de una forma vivida y frecuente, siempre sin poder dejar de preguntarme el destino de aquel viejo errante. Recuerdo como en aquella ocasión y movido por un sentimiento de solidaridad detuve mi auto junto al viejo y de forma directa pregunté: ¿Qué hace usted a estas horas Don? (no sin dejar de sentir que estaba cometiendo cierta intromisión y que podía ser repelido de forma grosera). El viejo mantuvo su camino y se limitó a comentar “ando buscando mi vida”, la frase me pareció sin sentido, así que insistí ¿le puedo llevar algún lugar?, a lo que el viejo respondió tranquilamente ¿Y cómo pretendes que te diga a donde voy, si ni siquiera yo sé?, ¿sabes? en algún momento de la vida uno tiene que salir a buscar su vida y creo que la hora de buscar la mía ha llegado. Dicho esto soltó una carcajada y se alejó tarareando una canción. La respuesta hizo que una mezcla de sentimientos encontrados se agolparan en mi pecho, no pude dejar de admirar el ánimo con el que el viejo continuó su marcha en medio de la bruma, el frió y la noche, así como tampoco pude evitar reprocharme las tantas veces que me sentí infortunado por nada.
Existen ocasiones en que las experiencias vividas tienen tintes de sueños o bien, los sueños parecen tan vividos que a uno se le dificulta separarlos de la realidad, en este caso y después de varios meses o años, realmente no lo sé¡, empecé a dudar si tal historia había sido realmente cierta o era sólo parte del recuerdo de una trasnochada, así que decidí dejar de preguntarme la veracidad de lo ocurrido y me limité a disfrutar de vez en vez la nostalgia que me producía recordar tal evento. Es curioso, pero llega tarde que temprano un momento en la vida en el que uno tiene que “echar” mano de la nostalgia como para mirar hacia delante y el recuerdo del “viejo” siempre “tiró de mis orejas” cada vez que me sentí desafortunado ó sólo ó triste.
El tráfico de la avenida resultaba insoportable, además hacia un calor de los mil demonios, en esta situación no podía estar menos que desesperado. A lo lejos, entre los autos, una figura me pareció conocida. De pronto todas las borrosas siluetas y colores de mi vista aturdida por la aglomeración citadina tomaron un mejor enfoque, mi sorpresa fue mayúscula cuando pude identificar al “viejo” portando las mismas desvencijadas “muletas” y la misma sonrisa. Me percaté que de hecho venía solicitando limosna entre los autos, así que entre mi entusiasmo, busque algunas monedas para poder entregárselas una vez que estuviera a mi alcance. Cuando el viejo se acercó y para mi sorpresa soltó esa carcajada que yo conocía bien y dirigiéndose a mi preguntó ¿Cómo ha estado?, un poco contrariado (nunca pensé que se acordara de mi) le respondí –bien, muy bien ¡- ¿Y usted? –bien, come vera aquí sigo, acto seguido se despidió de mi con otra de sus peculiares carcajadas y se alejó de mi sin aceptar la limosna.
Varios años han pasado y no volví a ver al “viejo” y aunque su recuerdo una vez más se me confunde entre la realidad y lo fantástico, su carcajada me sigue animando cada vez que me destruyó y me rehago en medio de mi periplo personal.
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