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Emanaba de mi cuerpo un intenso aroma. Mezclando la textura de un ambiente recargado, acoplándose a un aliento venenoso, tiñendo así las ventanas de mi habitación. Con un vaho ponzoñoso que al percibir cualquier ser vivo lo condenaría a muerte, hundiéndose así en una modorra interminable. Sin fuerza. Enfrentándose al holocausto de su ser. Irrumpió en mi letanía sin efecto, la criada, anunciando la llegada del galeno, tenía instrucciones de no aproximarse ya que mi situación era precaria, en cuanto penetró la habitación inmediatamente percibió el hedor que emergía de mi cuerpo, lo note cuando frunció el seño e hizo un gesto de aversión. Mi cuerpo estaba hinchado además de despedir una pestilencia que ahuyentaba galenos y criados, tenía un alma exhausta sin ganas de vivir. Con este ánimo recibí al galeno, con un gesto de derrota. A más de dos metros de distancia me saludó y con aires de sapiencia me hizo saber lo que ya varios habían diagnosticado, taciturno en medio del silencio no mostré ni la más mínima importancia, solo presté especial atención al hermoso crepúsculo que nacía incipiente, reflejando en el mar su inmensa belleza. Sin mas, divagando en mi mente entre la mezcla de almizcle que mi pálido cuerpo emanaba y el intenso amoníaco caí dormido.
Me despertó a la mañana siguiente el fabuloso aroma de los jazmines que sembraba tan minuciosa y esmeradamente la criada, me sentía mejor así que decidí levantarme, como nadie me dijo donde quedaron las muletas, fui a buscarlas, lentamente caminaba apoyado de las barandas de mi cama, por un momento sentí que no pude mas y me desplome sobre ella, al caer vi mi reflejo en el espejo que quedó frente a mi a causa de la caída, quede perplejo, tenia el cuerpo escuálido, la piel lívida, los ojos de un color verde opaco y los labios totalmente resecos parecía mas un muerto que un ser vivo, contemple mi semblante por unos segundos, la ventana estaba abierta, alguien había estado ahí, aun no corría mucho viento pero sentía una pequeña brisa que estremecía por completo mi cuerpo. Al voltear la cabeza quede impresionado al ver a una muchacha joven contemplarme asustada tratando de ocultarse tras los velos transparentes que cubrían las ventanas, quede encantado con su belleza, sentí un síntoma de renovación, sentía que renacía ese mismo instante. Hacia su aparición justo en la última estancia de mi vida derramando centellantes estrellas, con un mágico brillo en la sonrisa y con unos ojos febriles asomándose por la abertura, por primera vez se despertaba en la mansión una pureza que poco a poco se perdía en mi memoria, escasamente pude conservar en ese corto instante su rostro plasmado en mis pupilas, para que al instante corriera intimidada al darse cuenta de que la observaba, quede extasiado de su belleza, dentro de la casa se percibía un silencio intenso, la muchacha había desaparecido, quería volver a verla, fue entonces cuando la criada ingresó a mi cuarto, me miro a la cara, observé sus ojos apesadumbrados y le pregunté quien era esa hermosa muchacha que había estado en mi habitación hacia un instante, se alarmó, seguro pasó por su mente que me disgustaba, pero era todo lo contrario, enseguida la llamó, fue la primera vez que oí su nombre, de los labios de la sirvienta brotó lentamente el nombre de la dulce muchacha, Clara. Insistió varias veces, pero nunca contestó, , gritó, esperaba impaciente una respuesta para conocer por vez primera la voz de aquella muchacha que me colmaba infinitamente de felicidad, de pronto sentí unos ligeros pasos llegando hasta mi puerta.

Cerré los ojos... .... era ella, apenas la vi, sin pensarlo la invite a pasar, se situó al lado del tragaluz, habiéndose secado en la falda el sudor de sus manos abrió totalmente la ventana, desde donde se podía observar el movimiento de las rosas al ser acariciadas por una brisa pura y afectuosa.

, le dije

No hizo más que mirarme a la cara, como leyendo mi rostro, no podía dejar de buscar sus ojos para que al verme se intimide y respondiera, al otro lado del tragaluz permanecía mí criada, consternada, asustada por lo acontecido, pero como la mayoría de tiempo, yacía silenciosa. De repente Clara movió lentamente los labios, esos que deseaba con locura, percibí un dulce aliento a pesar de estar a más de dos metros de distancia, y emanaron de esos labios unas cuantas pero sólidas palabras Sus suaves pero concisas palabras colmaron mis oídos, quedé sorprendido, no esperaba tal respuesta, solo tenía de consuelo el verla, tenía que responderle, pero callé, no pude expresar más mis deseos, esas palabras se llevaron todas mis esperanzas, mis ilusiones, me pedía lo imposible, no podía dejar de amarla, ¡que locura!, no podía despertar mis sentidos, en mi absurda imaginación yo era suyo y ella era mía, se había acoplado tan fuertemente a mis deseos, mis sueños, mis pensamientos, pero la había perdido, aun sin conocerla la había perdido. Empujé la puerta con fuerza tratando de observar a Clara cubierta por la penumbra del pasillo, la llamé, pero mi voz se perdió en el tiempo, la criada no se volvió a mirarme, estaba avergonzada. Quedó perdido en un laberinto, delirando, trastornado un ser triste llorando por una sonrisa bella e indiferente. ¿En donde quedó la magia, las ilusiones, la fantasía?, ahora se que nunca volveré a mirarla a los ojos como hice aquella vez, solo intenté amarla, al menos por unos minutos sentí que mi vida tenia significado, solo unos minutos, pero ahora mi corazón esta muerto, se que nadie me ama y lo único que me mantiene vivo es no saber si mañana o en algún futuro este nadie se convierta en alguien. Ahora ¿qué va a ser de mi vida?, si es que aun poseo una, tan solo soy un vago recuerdo en su memoria, ya no le encuentro sentido a la vida, grietas en mis ojos dejó su hermoso rostro, ese es su único legado, una herida que espero perdure por el resto de mi vida. Llegaste a mi vida sin avisar, ahora te alejas y el amor contigo, aun ahora la imagen de mis ojos te acosa en mi recuerdo, las imágenes de mi mente se han vuelto sombrías y el viento ha borrado tu figura perfecta de ese amplio espacio que todos llaman mente, mente que al pasar un segundo observa mi vida consumida sin dejar rastro………

Me encontraba cabizbajo, pude sentir una sutil risa invadir mis oídos, fue entonces cuando alcé la cabeza, miré hacia la puerta con los ojos entreabiertos a causa de el encandilamiento que me impedía ver, aun así la reconocí inmediatamente, era ella, Clara. Creo no haberles dicho que soy muy tímido, mi mayor dificultad es entrar en conversación, no pude soltar una sola palabra lo único que me quedaba era esperar a que ocurriera lo imposible, que ella me hablara primero. Fue hasta que al fin entendí que era yo quien debía tomar la iniciativa de nuestra conversación.
Al verla frente a mí todas las ideas se alborotaron en mi mente, no sabia que preguntarle, me sentía demasiado nervioso y alterado, lo único que hacia era observarla, habían tantas preguntas en mi mente y no sabia cual escoger eran frases sin completar, se juntaban y formaban un barullo cada vez mas grande, ¿Qué podía hacer?, solo estaba ahí sentado absorto. De pronto, al ver que no salía de mi boca una sola palabra se volteó y se retiro, fue entonces cuando reaccioné y estúpidamente pregunté > Habiéndome dicho su madre, (la criada que servia en mi casa desde hacia mas de veinte años), que aquella era su hija y que por tanto era la nueva criada. Sin embargo, ella regresó y respondió afirmativamente. Trataba de no mirarme a la cara comprendí entonces que me había reconocido y que esas mejillas sonrojadas intensamente eran a causa de lo que había pasado esa misma mañana, cuando la vi observándome minuciosamente detrás de esos velos blancos. Era tanta mi emoción que arremetí bruscamente con otra pregunta >, tenía las mejillas extremadamente rojas, no deje que respondiera y agregue a mi pregunta una respuesta inmediata >, - Sentí que había sido demasiado duro- , Sentí de pronto que se me adormecía el cerebro, pensé entonces que no le había dado la menor importancia, que me había visto solo por simple curiosidad. Me sentía ridículo, pensé raudamente que todo lo pensado anteriormente parecía quedarse dormido en algún rincón, algún desierto de mi memoria, se me perdían las palabras. Este era uno de esos momentos en los cuales el tiempo parece detenerse y la soledad llena completamente nuestro espacio. Pasado un buen rato, al no escuchar una respuesta se volvió hacia la puerta, la abrió bruscamente y salió. Comprendí su reacción, ni siquiera intenté llamarla, era absurdo seguir insistiendo en aquel momento ella estaba avergonzada, y yo también, además era evidente que podía verla en cualquier momento ya que ahora, trabajaba para mi.
A las nueve y media de la noche del día siguiente empezó a caer del cielo una lluvia fría mientras estaba recostado en la ventana, viendo a Clara contemplar el jardín entre la neblina. El halo de la luna alumbraba su absorto rostro, aun sentía su olor que quedó impregnado en cada esquina de mi habitación, olor que se fundía lentamente con el vaho que emanaba de mi cuerpo. Finalmente se levantó de la acera donde había estado sentada, se irguió y tiritando de frío entro a la casa. Al entrar me vio, estaba sentado frente a la mesa ojeando un libro cualquiera que había encontrado por ahí, solo para disimular. Fue entonces que al igual que ayer, solo por decir algo, pregunté > Me sentí nuevamente demasiado estúpido haciendo esa pregunta ya que, efectivamente sabia que lo era, al cabo de unos instantes contestó >, preguntó Clara, sonriendo desconcertada, mientras se acercaba a la mesa y se sentaba junto a mi. > -murmuré- > afirmó con elocuencia. Quedé totalmente absorto, era ahora yo el ruborizado ante tal audacia, pero tratando de disimular fruncí el ceño y traté de mirar al suelo pero me era imposible dejar de mirar esos ojos celestes y ese rostro blanco, hermoso. El rumoroso sonido del reloj era el único que rompía la quietud, además de la intensa brisa que traía consigo el delicioso perfume de las rosas del jardín. Al cabo de unos segundos Clara dejó de mirarme, pensó durante un buen rato, y luego volvió la mirada. > exclamó, sin embargo no respondí poseía un sentimiento fatalista, una personalidad demasiado pasiva, cerré los ojos, y precisamente en el instante en que lo hice, Clara se marchó. Consternado me pregunté >. No se que esperaba. Pronto me levanté y me dirigí hacia el mueble, ahí quedé pensando en lo abstruso de mi razonamiento y de mi mente, perdiéndome muy lentamente en el laberinto que ahí yacía. Me imaginé miles de cosas, la realidad no era como en mi mente donde ella era imperecedera, eterna. La Clara real desaparecería en cualquier momento, > Me dije. Porque no conocería y mucho menos poseería a esa magnífica muchacha, jamás podría olvidarla y me consumirá ese brillo tan especial que esconden sus miradas, como ahora me consume, en este preciso momento la idea de que llegaré a perderla. Son demasiadas las cosas que aun no sé, que aun no vivo es por esto que simplemente tengo miedo de pensar, tengo miedo de creer.

Los días siguientes fueron realmente alborotados. No vi a Clara la mayoría de esos días. Solo me dedicaba a imaginar su rostro, y recordar esas memorias empañadas de mi mente. Al comienzo de esos agitados días recaí nuevamente en mi malestar, era raro ya que la mayoría de tiempo me sentía bien, a pesar del hedor natural que despedía. Raras veces como esta, recaía agonizantemente. Al principio como siempre, empezaba con una fiebre excesiva, seguida de profundos dolores de cabeza, anómalas pústulas en todo el cuerpo; y posteriormente me invadía un dolor abdominal pertinaz con manifestaciones cutáneas, mucosas, y viscerales surgiendo incontables llagas y ampollas de color rojizo y amarillento en mi boca y distintas partes de mi cuerpo, las cuales reventaban una a una, afluyendo su contenido aguado y viscoso por los escondrijos de mi boca. Todo esto ocurrió en una sola noche, pero perduró mucho más. El resto de los días que siguieron a este quedé postrado en la cama y lo único que hacia Paula viéndome infeliz medio muerto de dolor, era arrastrarme hasta la bañera que permanecía con agua caliente y bañarme, ya que todos los días amanecía con rastros de un pus espeso por todo el cuerpo. Ya supondrán como me sentía, cuando aquella mujer pasaba sus manos por mi espalda, mi pecho y distintas partes de mi cuerpo, no hacia más que gemir y gritar de dolor con desesperación ya que en el momento que abría la boca sentía aun más dolor, al sentir las llagas de mi boca dilatarse lacerantemente. Una de esas tardes en las que Paula se apresuraba en llegar a bañarme llegó envés de ella, Clara. En cuanto entró, me miró fijamente, su intensa mirada me estremeció por completo, fue entonces que desvié la mía hacia el baño. Al cerrarse la puerta detrás de ella, se acercó a mí y sujetándome suavemente de los brazos me arrastró hacia la bañera. Ya sentada frente a mí, suspirando preguntó >. Habiendo dicho esto se puso de pie, y cogiendo la esponja se hincó y delicadamente empezó a frotarla por mi espalda. Sentía un dolor inconmensurable, pero no pensaba gritar, el dolor era demasiado fuerte sin embargo no salió si quiera un solo gemido de mis labios, quizá por la vergüenza, o la mala impresión que daría, pero en ningún momento despegué los labios. Mientras me frotaba la espalda le dije con una fingida sonrisa en los labios >. Habiendo transcurrido mas de dos minutos Clara contestó >, > -le dije con deseos de animarla- Esta corta respuesta pareció regocijarla. No me dio la respuesta que esperaba, pero sus ojos y la expresión de su rostro fueron más que suficientes. Al terminar de bañarme se levantó y dirigiendo una mirada furtiva hacia mí, se retiró. Postrado en la cama como casi todas las noches, insomne, en mi habitación pensaba en la devastación de mi alma, y a veces en la curiosidad acerca de porque seguir viviendo. Quizás alguna noche podría conciliar el sueño, era difícil dejar el éxtasis en el que me sumía el pensar en el hecho de ser indigno de poseerla. Vivo la vida soñando porque es la única manera que encuentro para desaparecer, en el vacío de mi soledad. Para mí la vida esencialmente es la cosa más deplorable y repugnante, una verdadera tragedia. Muchas veces en mi mente se entablaba un profundo debate acerca de la vida y el porque no morir, sabemos que es el tiempo el que corrompe cada espacio y a veces pensaba en el porque no terminar con lo que éste estaba empezando. De ésta manera me veía condenado por ilusiones pasadas. Había vivido escasamente en la realidad, es por ello este pensamiento miserable, jamás cobré ni cobraré lucidez, sin duda vivía en una libre y absoluta miseria, es cierto a veces pretendía tomar la vida en serio tratando de pasar desapercibido, pero las únicas veces que soy totalmente sincero es en mis ilusorios pensamientos, en mi mente, lo único que amé con verdadera, profunda pasión, el único lugar en donde me siento completamente libre. Es cierto que mis argumentos son contradictorios, que un día amo y al otro muero, y es que después de hacer un largo análisis sobre mí mismo comprendí que no hay excusa para ello, hay verdaderamente incógnitas e ideologías que jamás llegaré a comprender.
Todo el tiempo la idea de la muerte irrumpía en lo mundano de mi vida. Me aterraba la idea de no tener tiempo para completar mi ilusión, me perseguía un pánico grotesco, era imposible morir sin confesar antes mis deseos hacia la mujer amada. Dormía y despertaba con aquella idea, era cada vez más insoportable, cada día al despertar descubría cuanto más odiaba mi alma, jamás lo he dudado, y que no les sorprenda lo que digo ya que aborrezco mi vida mi alma y definitivamente mi ser.

El día empezaba a despuntar. A las seis y media de la mañana, Paula ingresó en la habitación y abrió lentamente las ventanas. Quedó un largo rato observándome para después moverme suavemente y despertarme. Aparté los ojos del tragaluz ya que la reluciente ráfaga de luz lastimaba mis ojos, inmensas nubes se acumulaban allí arriba. Lentamente recordaba lo frenético de la idea y el sueño de la noche anterior, ese seguía siendo mi ánimo. Lo primero que hice al levantarme fue anunciarme una efímera determinación, la de dejar de lamentarme por mi vida convencido de que era un maleficio creado por mi propia mente, y tratar de cortejar lo mas pronto posible a Clara. Me cambie rápidamente, me puse lo mejor que tenía, salí de la habitación y bajé. El sol con todo su esplendor alumbraba por completo la sala. La brisa frágil susurraba en mi oído golpeando sutilmente mi rostro lívido. Cuando llegué a la entrada de la cocina, a la derecha se encontraba Clara, con un aspecto poco perturbado por las largas noches de fiebre que pasó a mi lado. Relajado, le mandé me sirva el desayuno. Al cabo de un instante, la vi moverse cojeando del pie izquierdo, no le hice el mayor caso ya que no me pareció del todo importante. Poco después se acercó apresurada hacia la mesa > exclamó Clara- > Estaba algo afligida, a lo lejos logre notar el brotar de un par de lágrimas de sus ojos. Me intrigaba el verla de este modo, al observarla a través del ventanal me levanté y dirigiendo la mirada hacia el hombre que la acompañaba sentí un pequeño escalofrío. Parecía gritarle, prestaba mucha atención, era evidente que este hombre era la causa de su dolor. De pronto vi a este hombre abalanzarse contra ella cogiéndola del cuello, como tratando de estrangularla, en ese momento sentí como una estaca atravesaba lentamente mi pecho llegando hasta lo mas hondo. Me acerqué un poco más al ventanal para tomar un poco de aire ya que el hecho cortó mi respiración. > Quedé conmovido. Habiendo dicho esto, mientras limpiaba algunas lágrimas que se habían deslizado de sus ojos guardó silencio, se dirigió a la puerta que daba directamente al jardín e ingresó. Veía al tipo sonreír de una manera maliciosa, taimado mientras observaba a su alrededor pretendiendo no ser visto, por lo cual di un paso disimulado hacia atrás escondiéndome así tras los velos de las ventanas. El rostro amargo y malicioso, y una cicatriz verticalmente situada entre los ojos que recorría por completo su rostro, quedaron plasmados por completo en mi mente. Parecía seguirme donde quiera que fuese, despertaba en mi una horrenda sensación de asco. Casualmente dos semanas después de haberme perturbado con frecuencia durante todos los días el rostro de aquel muchacho, llamaron a la puerta. Al abrirla vi a un individuo cabizbajo frente al umbral de la puerta prácticamente cubierto por la penumbra de la noche. Llevaba las manos completamente sucias y aferraba entre ellas un harapo maltrecho contra su pecho. Al erguir lentamente la cabeza, lo reconocí. Era el muchacho de la cicatriz. El miedo dominó mi cuerpo, pero la dicha de hallarlo era mayor. > exclamó >, > Por cierto semejante actitud legítima fue por completo simulada, ese momento hizo me rebele de mi cándida forma de ser, ya que el tipo no me inspiraba la menor lástima. Claro está que el hecho de haber hecho ingresar a mi hogar a aquel rufián fue por motivos definitivamente de fuerza mayor, motivos que me impulsaron por el miedo de no volver a hallarlo. Ya el alba despertaba, despuntando así la aurora y la gélida corriente de aire topando mis mejillas las hacia tiritar. No había podido dejar de pensar en el muchacho. Era poco más de las cinco de la mañana, y todos dormían. De pronto, percibí unos ligeros murmullos que provenían de las habitaciones del segundo piso, las frases eran relativamente lacónicas, pero en ellas se percibían extensos gemidos de dolor y disgusto, me sentía en cierto modo culpable. No tenía excusa, aquella mañana me sentí peor que nunca. A medida que transcurría el tiempo me sentía cada vez mas frustrado, comprendía lo que ella significaba para mí. Iracundo cada vez más, sentía el deseo de desquitarme. Mientras observaba el transcurrir de los días, obtenía fácilmente información de aquel muchacho, cada día que pasaba iba formando más mi idea. Efraín era su nombre, su aspecto externo era un poco extraño, era alto y algo corpulento. Su tez, era bastante blanca y tenía una frente realmente voluminosa de donde nacía la cicatriz que cortaba su rostro. Según había averiguado, no tenía familia, buscaba solo sobrevivir a toda costa de cualquier manera, y como mejor lo hacia era sacando ventaja de la misericordia y cordialidad concedida por otros. Un Domingo dos semanas después de haberlo conocido, como era de costumbre Clara y Paula procedieron a hacer las compras vespertinas. Eran casi las seis de la tarde cuando salí de mi habitación, En la sala se percibía un olor a incienso. Respiraba lentamente tratando de relajarme, era el momento que tanto había esperado, no podía dejar de recordar los gritos de dolor de Clara el día que vi a Efraín por vez primera. Empecé a subir lentamente las escaleras, caminaba tratando de no hacer el más mínimo ruido. Cuando llegué al cuarto número dos del segundo piso, instintivamente ingresé. Al abrir la puerta sentí una brisa resistente que choco contra mis fauces, no me detuve, Efraín permanecía durmiente, con las luces apagadas, tirado en la cama boca abajo. La penumbra proveniente del tragaluz era lo único que iluminaba su cuerpo. De repente una aversión inconmensurable controló mi cuerpo. Recordé lo salvaje de este hombre y los reiterados maltratos propinados a Clara. Al mirar a mi alrededor divisé en el velador que yacía al costado de la cama el harapo que vi aquel día entre las manos de Efraín, algo brillaba dentro de el, me acerqué y lo levanté rápidamente, temeroso de lo que hacia y empuñando la navaja que encontré dentro de aquel harapo, miré a Efraín, este seguía apaciblemente dormido. Domado por la furia abalanzándome sobre el, cogí sus negros y grasosos cabellos logrando así cambiar la posición de su cabeza. Al tener su cuello blanco frente a mí no pude resistirme y enterré la navaja por completo hundiéndola así reiteradas veces, solo oí un gemido ahogado y sordo que produjo el ahogo de Efraín con su propia sangre, al sacar la navaja, la sangre empezó a salir a borbotones. Retrocedí unos pasos y poco a poco me fui aproximando a la puerta. Al salir percibí un absoluto silencio, aun nadie había llegado. Al voltear observé el gotear de la sangre que provenía de la cama, Efraín seguía tumbado sobre ella y se podía observar un charco de sangre al lado de su ensangrentado cuello. Entonces sentí brotar unas pocas lágrimas que corrieron por mi rostro, al principio trate de soportar ese dolor inexplicable que ceñía mi garganta, lo observaba angustiado entre el llanto y el placer haciendo esfuerzos por deshacer ese nudo que lastimaba mi garganta, mientras Efraín se hallaba dando cortas convulsiones postrado sobre la cama. Al cabo de un momento la habitación quedó completamente limpia, me encargué yo mismo de arrastrar el cuerpo hacia el sótano del jardín de la parte interior de la casa, enterrándolo tras un biombo que cubría un espacio de tierra, de limpiar la sangre y esconder las sabanas manchadas de ella. Apenas oí el sonido de la puerta de entrada me sobresalté ya que no había sentido el pasar de las horas. Me asomé por la ventana, el jardín se veía diferente aquella noche, las sombras petrificadas borraban el color de las rosas y el olor de los jazmines se mezclaba con el aire. Por la puerta del fondo del corredor entraron Clara y Paula. Apenas regresaba de esconder el cadáver y ya estaban ahí. Traté de evadirlas regresando a mi habitación, cuando Clara estalló con una corta pero dolorosa pregunta. > señalando una mancha de sangre que cubría el borde de mi camisa. Nervioso traté de responder algo creíble. > Con un gesto de suspicacia miró de reojo nuevamente mi camisa y se retiró.

Al día siguiente, en la puerta de mi cuarto apareció Clara, y gesticulando unas cuantas palabras preguntó, >. Me angustié al oír su pregunta, flotaba en mi mente el cuerpo de Efraín. No me quedaba otro recurso así que invente algo para no levantar sospechas. >. Al terminar de limpiar, se apresuró en salir. Nada más quedaba por decir y hacer, quedé satisfizo con el éxito que había tenido mi valioso plan. Desde aquel momento, estuve más reservado que antes. Sin reflexionar pasé así el tiempo obviamente recordando perturbado las cosas que anteriormente habían ocurrido. No se volvió a ver a Efraín. Ya había pasado mucho tiempo después del incidente, todo se sentía muy tranquilo. Clara y yo habíamos entablado una bonita amistad, pero para mí no era suficiente. Ya desde hacía poco tiempo que notaba a Paula algo misteriosa, como si sospechara algo extraño en mi actitud con Clara. Las desmedidas miradas que le propinaba y los costosos regalos que le hacia eran los principales actos que la perturbaban, parecían enervarla. Yo ignoraba su actitud, para mí era simplemente una criada. No obstante llegué a convencerme de que pronto llegaría a hacerse notar, llegando a influenciar en mi relación con Clara; por lo mismo creí que debía hacer algo lo antes posible para poder así mantener encendida esa llama que nacía entre Clara y yo. Paula era muy fácil de controlar, o al menos eso parecía. Desde hacía mucho tiempo había estado muy reservada conmigo, casi ni me dirigía la palabra, tan solo me hablaba para saludarme y servirme en lo que desease. Todo lo que le pedía lo hacía resignada. Pasaron días y noches de espera. Llegado el día en que Clara viajó a la casa de sus tíos, Quedamos solos en la casa Paula y yo. Eran un poco más de las once y media de la noche de un día lluvioso, Paula dormía en un cuarto del primer piso y yo esperaba sentado en la sala a que den las doce. Lentamente me erguí recordando varias cosas que Paula le había dicho a Clara anteriormente en contra mía. De pronto me encontré de pie frente a la cama donde yacía Paula, percibía el pasar de la sangre por mis venas. Luego, caminé pausadamente tratando de no hacer ruido llegando hasta la ventana. A la izquierda se encontraba la vieja, era algo delgaducha tenía el pelo muy canoso. Su tez era blanca con la piel muy arrugada, tenía unas mejillas contraídas ya casi pálidas y sus labios eran delgados y resecos. Varios lunares se asomaban por sus mejillas, una nariz abultada sobresalía de su cara y no tenía casi cejas. Abrí el armario y temblando sujeté una soga que fue lo único que hallé. Giré hacia Paula que aun yacía temblorosa por la brisa que ingresaba por la puerta. Sabía que ella no debía vivir, pasé la soga por debajo de su cuello y empecé a apretarlo. Por un instante tuve la sensación de que se me cortaba el aliento y un par de lágrimas brotaban de mis ojos, haciendo así que el nudo alojado en mi garganta se dilatara fuertemente. Ella comprimió las mandíbulas y abrió rápidamente los ojos lanzando una vaga mirada hacia el cielo. A medida que pasaban los segundos la presión se hacía cada vez más fuerte. La oía gemir y sentía su pecho a punto de estallar, veía sus uñas clavándose en mi piel. Exasperado por el odio y el dolor dando un ultimo alarido y apretando la soga lo mas fuerte que pude la deje sin aliento. La habitación se sumió en un silencio absoluto. Paula estaba tirada en la cama, de su cuello amoratado casi sangrando colgaba la soga y con los ojos entreabiertos parecía observar al vacío. Por su mejilla derecha se derramaba una última lágrima tornando a su paso esa piel pálida y trémula a una lívida como la muerte. Había dejado de respirar. Me sentía realmente exhausto, tenía las manos frías y un gesto de desagrado se apoderaba de mi rostro. Nuevamente arrastré el cuerpo hasta el sótano y lo sepulté en la misma negra esquina detrás del biombo, junto a Efraín. Un impenetrable silencio se extendía por lo oscuro de la noche. Caminé pensativo hasta mi habitación. Al llegar, limpie las heridas de mis manos. Me derrumbé sobre la cama tan solo vislumbrando el destino que me aguardaba, lentamente quedé dormido. Todo el día siguiente estuve impaciente por ver a Clara, ignoraba el día de su llegada. Me sentía oprimido por un sentimiento penoso. Al atardecer me retiré de mi habitación donde había estado casi toda la mañana. Al llegar a la sala me serví un vaso grande de coñac, me senté sobre el sofá y Durante más de una hora intenté poner en orden mis ideas ya que parecían estar muy confusas. A pesar de no haber bebido más de medio vaso de coñac, una sensación de borrachera empezaba a manifestarse en mí. Así observe el transcurrir del atardecer. Al caer la noche y al notar que el sofá se me hacía cada ves mas estrecho, subí nuevamente las escaleras hasta el segundo piso y me encerré en mi habitación desplomándome así sobre el diván. La absoluta oscuridad reinaba en la habitación. De pronto caí en una especie de letargo. Me encontraba muchos años antes, en un estudio. De repente en Italia, con dos mujeres; una niña sentada en mi regazo y una mujer posada siempre inmóvil a mi lado. Frente a nosotros, me sorprendía un misterioso cuadro de excelsa belleza y naturalidad, del cual solo veía trazos y gamas de distintos colores y cuyo tema me resultaba absolutamente incoherente. Pero solo la fina y efímera luz naciente de un crepúsculo había hecho que me capte a mi mismo en el pintarrajeado lienzo. Funestamente una brisa fuerte de viento que entró por las ventanas interrumpió mí vaga quimera. Cerré nuevamente los ojos y quedé completamente dormido. Ahora soñaba con un prado lleno de flores de distintos tipos y a lo lejos divisaba a dos mujeres y un hombre vestidos de negro alrededor de un féretro. Al acercarme me di cuenta de que estas tres personas que se encontraban en torno al féretro eran Clara, Efraín y Paula. Clara llevaba en sus labios una sonrisa maliciosa, pero Efraín y Paula veían dentro del féretro con un gesto de amargura expresando una tristeza desgarradora. Al acercarme quedé aterrorizado ya que en aquél ataúd descansaba mi cuerpo con el cuello perforado por lo que parecía ser una navaja y las marcas amoratadas de una soga que parecía haber estado ceñida a mi cuello por varios días. Tenía los ojos abiertos y al fijar los míos en ellos movió las pupilas hacia mí. No hice más que dar un largo grito de desesperación y despertarme abandonando la cama lo más rápido que pude, acercándome a la terraza a tomar un poco de aire. Saqué rápidamente de mi bolsillo un pañuelo blanco de lienzo y enjugué las gotas de sudor que corrían por mi frente. Había bastante luz ya a aquella hora, centenares de aves planeaban y revoloteaban por los aires. Después de un par de horas y apenas terminé de bañarme se me ocurrió salir de la casa y dirigirme al jardín, pudiendo así contemplar el pasar de la gente frente a mí. En el momento en que abrí la puerta, apareció frente a mí detenida bajo el umbral, Clara. >-Exclamé-. > -Afirmó con una mirada abstraída-. Apenas dio un paso dentro de mi habitación recordé entonces la escena de hacía dos días con Paula y su muerte premeditada. Recordaba cada fracción del suceso, yo por el contrario me encontraba impávidamente, inalterablemente convencido de que Clara no repararía en creerme. Un momento después ya estábamos sentados sobre el diván. Nuestra conversación fue algo larga. Le conté qué su madre había decidido irse a trabajar a la casa de mis hermanos, > -Afirmé-. De pronto percibí en ella una mirada inquisitiva que no me permitió saber si era de credulidad o desconfianza. Se preguntó porque no le había avisado, pero por suerte no prolongó el tema. Al levantarse posando en mí una mirada de incertidumbre se retiró.

Habían transcurrido cuatro años, y en este tiempo supe abrirme camino ante una caprichosa Clara. A pesar de todas las contrariedades, logré al fin comprometerme con ella. Me sentía satisfecho, nacía ahora el sueño que me costo tanto fraguar. Después de tantos años éste se iba a realizar. Pasó mucho tiempo después de casarnos, por cierto, fue un matrimonio magnifico. Hasta entonces ella había sido una mujer muy agradecida, ocupada, preocupada solo por mí, o al menos eso parecía.
Cuando llego el Invierno y con el mis cincuenta y nueve años, yo recaía nuevamente después de tanto tiempo en mi melancólica afección. Llegué a pensar que esa vez no iba a lograr recuperarme. Sin embargo, una noche invernal salí a la calle después de haber estado más de tres días postrado en la cama sin haber visto a Clara. Llegue a la casa al cabo de un momento, después de haber buscado a Clara desesperadamente. Me sentía agobiado caminaba por toda la sala. Así transcurrieron más de quince minutos. De repente me llamó la atención un ruido extraño, qué más bien parecían leves quejidos. No venían de afuera de la casa sino parecían llegar desde alguna habitación del segundo piso. Hasta entonces yo había escuchado en silencio con los ojos fijos en las escaleras preguntándome si debía permanecer en la sala o subir. El sonido era insistente. Subí las escaleras pausadamente, deteniéndome así en el último peldaño. Ahora los quejidos se hacían incesantes, cada vez más fuertes. Me di cuenta que la puerta de mi cuarto estaba entre abierta, tuve la certeza de que de ahí surgían los sonidos. Me sentía confundido pensé que quizá lo mejor era salir de la casa de inmediato. Quizá todo era producto de mi imaginación. Pero era demasiado real para serlo, ahora esos quejidos se tornaban en gemidos. A lo lejos divisé un par de sombras producto de la penumbra y encandilamiento que topaban contra el muro. Subí el último escalón avancé unos cuantos pasos y empujé levemente la puerta. Las dos sombras quedaron inmóviles. Me asomé rápidamente. Cesaron los gemidos, era Clara. Retrocedió horrorizada, tenía los ojos centellantes y la piel trémula. Resonaron en mis oídos sus chirriantes y penetrantes palabras acompañadas de blasfemias, injurias, vituperios. De repente se hincó y besándome los pies me suplicó. Apartándola con ambas manos, clave una mirada quebrantada por las lágrimas en aquél rostro repulsivo. La fisonomía de Clara poseía un aspecto brusco más bien grosero. Entre las sabanas de mi cama, atrás de esta mujer un individuo desconcertado, totalmente desnudo con rastros aun de excitación, contemplaba prosternado la escena. > vociferaba con furia. >, >. Lancé un manojo de insultos con un acento desesperado, trataba de controlarme retorciendo las manos tras mi espalda hasta que el individuo desapareció, no me percaté del momento en que se fue, evidentemente se retiró apenas terminé de pronunciar el último insulto. La mirada fija y vehemente de Clara parecía penetrar hasta el meollo más profundo de mi alma, arrastrando con ella la esencia de mí ser. Más de diez minutos de silencio invadieron la enorme habitación. En el rincón de la derecha se encontraba ella, entre la cama y el velador. Irritado exclamé >. >. Habiendo dicho esto preso enardecido de la ira me arrojé sobre ella, y tirándola del pelo, la zarandeé hasta tirarla contra el piso, despojándola poco a poco del vestido que llevaba. Lo hice añicos. Pasé lentamente ambas manos palpando cada rincón de su cuerpo mientras ella suplicaba. Subí mis manos desde la cintura hasta llegar a fundirlas en su cuello, sus senos combatían con mi torso, dejé su cuello y bajé a sus pechos, comprimiéndolos fuertemente con ambas manos. Noté como sus pezones reaccionaban a cada opresión, esto provoco el aumento de mi excitación y las ganas de seguir surcando ese maravilloso cuerpo deseado por años. Logré en una fracción de segundo arrepentirme de éste impulso, pero de pronto el fulminante, fraudulento arrepentimiento empezó a quemarme la sangre y no hizo más que tornarse en una satisfacción que conllevaba a un odio cruel, quedando así encerrado en éste. Antes de continuar lo inevitable y mientras descargaba súbitos golpes sobre la cara y cuerpo de Clara vi caer una sola lágrima, fría y muy fina sobre mi hombro izquierdo que fluyó lentamente hasta llegar a mi pecho posándose luego en la abertura de mi ombligo. La lágrima era tan fría que el estremecimiento de mi cuerpo era inevitable. > -exclamé con furia- La acerqué a mí, le abrí las piernas temerosas flexioné las rodillas sintiendo como se vencían mis articulaciones y coloqué mi marchito sexo sobre el suyo empezando con un ritmo frenético de embestidas, corriendo una lágrima suya por cada una de éstas. A la vez que mi sexo invadía sus adentros un placer compuesto de lujuria corrompía mi cuerpo. Seguía con un ritmo inhumano sobre ella oyendo los impactos de nuestros cuerpos. Las estocadas eran cada vez más fuertes iban al ritmo de los segundos. Terminé con una cascada compuesta de un elixir espeso que dejé correr por completo por su cuerpo. > -exclamé- Y abalanzándome contra su cuerpo desnudo balanceando los puños resonó en mis oídos un alarido penetrante emitido por Clara que cayendo al suelo empezó a convulsionar, retorcía las manos, vomitaba sangre, gemía, lloraba, se golpeaba la cabeza contra el suelo. Me sentí fulminado no por la desdicha de aquella mujer sino por la sorpresa de la muerte autónoma de ésta. Me bastó con atizarle un puntapié en la cabeza y aplastarle la garganta con el fin de triturarla, para poder así deleitarme con sus arcadas y finalmente con el sonido de sus gemidos producto de la asfixia con su sanguinolento vómito. En eso sentí un fragor bastante fuerte, y un violento chubasco sacudió los vidrios de las ventanas. Enseguida me levanté y di unos cuantos pasos a través de la estancia, siguiendo con los ojos el cuerpo exangüe de Clara. No sabía donde esconderla, pensé en el sótano, atrás del biombo. Sin pensarlo dos veces la arrastré impaciente. Con la incertidumbre y al intentar equívocamente ocultarla en el mismo lugar donde se hallaban Efraín y Paula intenté hacerlo dentro de un recóndito y roído baúl de madera, para mí totalmente desconocido ceñido a un alambre y sellado por un cerrojo de metal enteramente oxidado, que logré quebrar a patadas. Antes de cargarla me detuve a tomar aliento y a recuperar un poco de fuerza. Las ráfagas mentales hendían con frecuencia la zona confusa que sucedía al desvarío, entre desvencijadas turbaciones y una impotencia agobiante con el afán de bregar por el último trago de aire que se perdía en mis narices. Me apresuré en tratar de meterla, al acuclillarme distinguí un vetusto pero magnífico cuadro que hasta el momento había pasado desapercibido. Miraba con adusta ansiedad el portentoso cuadro, con los ojos fijos en la decolorada superficie de la pintura que aun así yacía fantástica. Conmovido, con una minuciosa mirada reconocí mi rostro en ésta y a dos personas más acompañándome, una mujer muy joven parada junto a mí posaba sus risueñas manos sobre mis hombros. Pocos segundos después volví a mirar fijamente la pintura, no pude dudar de lo que vi entonces. La reminiscencia despertó y la sorpresa desgarró mi alma, la corta evocación de la pintura acudió a mi memoria, evocación hundida en el más remoto pasado, casi abstruso en la amplitud de mi mente. Era una niña sentada sobre mis muslos, la zona de su rostro se había borrado con el tiempo, sin embargo el resto estaba perfectamente conservado, era pequeña y delgada como una muñeca, con el pelo rubio casi blanco cubriendo sus hombros. La vi como si hubiera nacido repentinamente de entre la luz, era tan tensa la atmósfera que la percibía en un rincón de tinieblas difuminada por los colores opacos del lienzo, y tuve la sensación de estar viviendo nuevamente esos tiempos venturosos en los que tuve un vástago que cargaba mi vida de restos homeopáticos de felicidad. Carecía de contacto con la gente desde la violenta muerte de Mercedes mi esposa por algún indeterminado infortunio del destino. Me comunicaron la infausta expiración de mi hija que según los médicos había sido incinerada sin mi consentimiento. No fui el mismo desde entonces, decidí tener la mayor discreción y no volver a hablar de ninguna de ellas. Poco a poco me fui olvidando del infortunio, llegué a creer que jamás tuve una familia. De repente mi pálido rostro se tiñó y las lágrimas afluyeron lentamente de mis ojos, experimentaba una suprema confusión que se mezclaba con pensamientos equívocos. Bruscamente me volví y con un rápido movimiento, tambaleándome por el impulso me arrojé con Clara por los suelos. Caí súbitamente junto a ella abrazándola fuertemente. Frente a mi se encontraba la puerta y en el tabique izquierdo había un portón que había permanecido cerrado siempre. Contra la pared opuesta se veían tres inmensas ventanas. Me deslicé y me asomé por una de éstas que daba a la calle. Fue entonces que contemplé en silencio a los visitantes que examinaban mi habitación de manera destemplada. Eran hombres de distintas razas, recios como ninguno. Sudaban con auténtica vehemencia, con un semblante taciturno y macizo. Llevaban en sus manos a una niña muy parecida a la del cuadro que poco a poco iba creciendo entre sus manos, llegando finalmente a convertirse en una hermosa mujer. Caminó hasta la ventana sin más que una mirada impenetrable, y dijo vagamente. > Se acercó hasta que sus manos chocaron con las mías traspasando las paredes. Un cambio brusco se apoderó nuevamente de la expresión de su rostro, era Clara. Así transcurrieron varios minutos. Permanecía de pie, con las manos posadas sobre las mías, cabizbaja y con una sonrisa taimada. De repente, acercó sus manos a mi rostro y con un súbito golpe clavó sus uñas como dagas sobre las córneas verdes de mis ojos vaciando éstos de sus cuencas. El suelo se tiñó de sangre. Un temblor repentino agitó mi cuerpo ante el recuerdo de la escena que había tenido con mí hija poco tiempo antes. Enseguida sentí como más de una decena de personas pateaban y hacían profundos tajos en mi cuerpo. Mientras que una sola oprimía ansiosamente mi cuello hundiendo sus mojadas uñas en éste, tuve la certeza de que era ella ya que jamás hubiera confundido ese olor siempre peculiar emanante de su cuerpo. No pensaba en nada ni quería hacerlo, pero unos sueños unas ideas indefinidas, incoherentes surcaban mi cerebro. A pesar de que ya lo creía borrado por completo de mi memoria, reapareció fulminantemente como un fantasma nostálgico, como aquella duda corrosiva y la quimera irónica que conquistan mis insipientes sentidos. Un féretro de tamaño normal se hallaba en medio de un prado completamente rodeado por rosas, tulipanes y guirnaldas; en aquel ataúd descansaba sobre un lecho de perlas y pétalos de rosa una niña vestida de seda con los brazos cruzados sobre el pecho. Sus rubios cabellos totalmente desordenados cubrían su cuello, y la sonrisa de sus labios color escarlata expresaba una impávida amargura y una maldad inadmisible de una niña. Aquella infanta, de una sensibilidad humana nada común para su edad, era hija mía. De pronto creí ver un ligero movimiento de sus lívidos párpados y debajo de estos se interpretaba una mirada burlona y maliciosa impropia de una niña, ese rostro era cualquier cosa menos infantil. Instantáneamente sus ojos se abrieron por completo envolviéndome con una mirada lasciva y desenfrenada. No existe nada más repulsivo que un rostro infantil cuyas facciones desprenden lujuria. Inmediatamente volvió hacia mí su rostro llameante, y fijó sus grandes ojos celestes como un par de carbones encendidos, expresando su verdadera naturaleza inhumana. Un cuerpo cándido, párvulo de hermosura demoníaca se ensalzaba majestuoso en medio de mis ojos. Y dando un zarpazo certero que atravesó mi corazón me arrebató el llanto. El austero y gélido perfil de su rostro frente a mí parecía tallado en jaspe y sus pétreas manos ceñían firmemente mi garganta. Su piel pálida y desencajada parecía rajarse súbitamente. Agarrándome violentamente por los brazos me zarandeó brutalmente con una fuerza descomunal, arrojándome contra el suelo, luego me alzó inexorablemente con poderosa fuerza y me depositó en el lecho de perlas y pétalos de rosas negras esparcidas que cubrían en su totalidad el espacio del féretro. Miles de moscas que nacían del desvanecer de negros pétalos proliferaban y acribillaban mi cuerpo. Mientras reía desbocada con las manos hundidas en la cabeza y con un gesto de sorna naciente de sus labios. De repente su impuro rostro infantil se cubrió por completo de arrugas, el color escarlata de sus labios se tornó purpurino y se fruncieron hasta quedar totalmente retorcidos, se transformó al fin en el escueto rostro de Clara, con una truculenta sonrisa asomada entre sus labios tratando de deleitarse con la impertinencia de las moscas dentro del féretro.

La ceremonia fúnebre empezó con el renacimiento de cinco almas del purgatorio ávidas de martirio. Las cinco estaban arrodilladas a ambos lados del féretro. Mercedes lloraba. Detrás de ella Paula lloraba también, procurando ocultar la ambivalencia de su rostro, este último con un inacabable caudal de registros interpretativos. El sol iluminaba sus rostros diáfanos y las miradas centellaban a mí alrededor. Clara no manifestaba la menor aflicción ni la menor aversión hacia mí. Mi alma estremecida y agitada permanecía lóbrega y nula ante un secreto íntegramente ignorado. Mientras el oxigeno de mis pulmones se agotaba segundo a segundo la intensa palidez de mi rostro se tornaba transparente. Sentía un ligero céfiro producto del susurrante aleteo de las moscas que se aglomeraban sobre mi faz descolorida, y a la vez un temblor misterioso se apoderaba de mi cuerpo, en ese instante éste empezó a elevarse atravesando frontalmente el ataúd y tuve de pronto la sensación de que volaba, aunque sin percibir exactamente en que dirección. Contemplaba los lejanos cúmulos de nubes en mi ascenso vertical al cielo. Allí estaba la luna. Enfrente de mí. La luz que desprendía era solo el espectro de ésta que penetraba certera a través de mis luceros. Una luna colosal que iba subiendo junto a mi casi tangible sobre un cielo apagado era lo único perceptible que iba perdiéndose conmigo para siempre en el vasto horizonte, donde no podía alcanzarnos ni la esencia del alma más intrépida y pura que existiera en mi memoria. Desde el cosmos se oía un rumor monótono y lejano siendo cortado por el toque del alba.

Texto agregado el 13-04-2007, y leído por 202 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-04-2007 Pero a pesar de las cosas que te he enviado de Cortazar y quiero que lo tomes a bien , pues un material de lo que nutro a diario a la hora de escribir, pienso que esta historia es muy rescatable y no coincido para nada con la agresividad que maneja la primera opinión...aqui todos estamos para aprender y cada dia ser mejores y no para hacer papilla a los que intentamos escribir... un abrazo amigo y no se desanime. Enhorabuena MIRACHE
21-04-2007 sigue Cortazar: 6. Intensidad (...) Basta preguntarse por qué un determinado cuento es malo. No es malo por el tema, porque en literatura no hay temas buenos ni temas malos, hay solamente un buen o un mal tratamiento del tema. Tampoco es malo porque los personajes carecen de interés, ya que hasta una piedra es interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka. Un cuento es malo cuando se lo escribe sin esa tensión que debe manifestarse desde las primeras palabras o las primeras escenas. Y así podemos adelantar ya que las nociones de significación, de intensidad y de tensión han de permitirnos, como se verá, acercarnos mejor a la estructura misma del cuento. MIRACHE
21-04-2007 sigue cortazar: 5. El ritmo (...) Cuando escribo percibo el ritmo de lo que estoy narrando, pero eso viene dentro de una pulsión. Cuando siento que ese ritmo cesa y que la frase entra en un terreno que podríamos llamar prosaico, me cuenta que tomo por un falsa ruta y me detengo. Sé que he fracasado. Eso se nota sobre todo en el final de mis cuentos, el final es siempre una frase larga o una acumulación de frases largas que tienen un ritmo perceptible si se las lee en voz alta. A mis traductores les exijo que vigilen ese ritmo, que hallen el equivalente porque sin él, aunque estén las ideas y el sentido, el cuento se me viene abajo. MIRACHE
21-04-2007 sigue Cortazar: (...) -¿Cómo se le presenta hoy la idea de un cuento? -Igual que hace cuarenta años; en eso no he cambiado ni un ápice. De pronto a mí me invade eso que yo llamo una "situación", es decir que yo sé que algo me va a dar un cuento. Hace poco, en julio de este año, vi en Londres unos pósters de Glenda Jackson -una actriz que amo mucho- y bruscamente tuve el título de un cuento: "Queremos tanto a Glenda Jackson". No tenía más que el título y al mismo tiempo el cuento ya estaba, yo sabía en líneas generales lo que iba a pasar y lo escribí inmediatamente después. Cuando eso me cae encima y yo sé que voy a escribir un cuento, tengo hoy, como tenía hace cuarenta años, el mismo temblor de alegría, como una especie de amor; la idea de que va a nacer una cosa que yo espero que va a estar bien. -¿Qué concepto tiene del cuento? -Muy severo: alguna vez lo he comparado con una esfera; es algo que tiene un ciclo perfecto e implacable; algo que empieza y termina satisfactoriamente como la esfera en que ninguna molécula puede estar fuera de sus límites precisos. MIRACHE
13-04-2007 No sé qué quisiste hacer, pero sospecho fuertemente que no te salió. Esto es lo más parecido a una doble penitencia que encontré en esta página, penitencia para vos que lo escribiste como para el desafortunado que intente leerlo. Las cosas mínimas que debe tener un cuento son justamente las que le faltan al tuyo, aunque sobran errores de ortografía, frases mal estructuradas y toneladas de palabras que no aportan nada, salvo algunas veces confusión. ¡Qué es esto! Suelo pensar que todo borrador mediocre de cuento puede crecer y mejorar hasta convertirse en una obra al menos razonable, pero en este caso no estoy segura que valga la pena invertir tiempo alguno. La única forma en la que podría llegar a entender un trabajo como este, es si me dijeran que todo fue una broma, o que quien lo escribió perdió una apuesta y se vio obligado a escribir cualquier cosa hasta completar casi 10000 palabras. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Lo malo, si súper dimensionado, no te puedo explicar lo que produce... AnaSal
 
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