Perujita y Polvorín eran dos niños que vivían con sus padres en una casita de pizarra a las afueras de la gran ciudad. Perujita era una niña pelirroja, colochita y regordeta, y tenía unos grandes ojos color de miel. Perujita era muy glotona y no le hacía ascos a ninguna comida, pero lo que más le gustaban eran los dulces. Era una auténtica golosa. Polvorín tenía también el pelo rojizo y rizado, como su hermana, y unos grandes ojos color de miel, como ella; pero, a diferencia de su hermana, era fino como un espárrago. A pesar de su extremada delgadez, Polvorín era todo energía y siempre estaba en el parque jugando con sus amigos al futbol, a polis y cacos, al cortahilos, al tula y a mil juegos más. No sabía estarse quieto. A menudo Perujita, como era muy pequeña, no comprendía cabalmente las reglas de esos juegos, pero, como tenía mucho carácter, no consentía de ninguna de las maneras que la dejaran fuera de ellos.
Los dos hermanos se querían mucho y siempre se defendían el uno al otro. A veces, cuando no tenían a nadie con quien jugar, Polvorín ideaba pequeñas travesuras sólo para hacer reír a su hermana pequeña. Una mañana, sus padres les dijeron que tendrían que ausentarse un rato y que se quedaran tranquilitos en casa. Pero, nada más se quedaron solos, se empezaron a aburrir. Cuando estaban ya más aburridos que una mona y les parecía que los minutos no pasaban ni a tiros, a Polvorín se le ocurrió una broma para entretener a su hermana, creyendo que la misma no entrañaba ningún riesgo. Le dijo a Perujita que había visto en la calle, a través de la ventana, un gato de color blanco, con un elegante frac negro, zapatos de charol y unos enormes bigotes con forma de pajarita. No tuvo que insistir mucho para convencerla de ir tras él a buscarlo.
Nada más salir de la casa, Polvorín le dijo a su hermana:
- ¿ Lo has visto? , ¿lo has visto?. Es un gato la mar de bonito. Acaba de doblar la esquina. ¡ Vayamos tras él !.
Perujita le seguía, cada vez más intrigada. A veces, su hermano imitaba el maullido de un gato para dar más verosimilitud a la historia. Así siguieron por un buen espacio de tiempo, sin mayores sobresaltos que los que el propio Polvorín provocaba. Pero, finalmente, después de cambiar de dirección tres o cuatro veces, cayeron en la cuenta de que se habían perdido. Estaban en medio de un descampado y no reconocían ninguna de las casas que les rodeaban. Les llamó la atención una de color chocolate y se acercaron a ella. Una vez que llegaron, quedaron atónitos: no era sólo una casa de color chocolate, ¡era una casa de chocolate!. Nunca habían visto nada igual.
A todo esto, los dos hermanos ya empezaban a tener hambre y pensaron que el dueño de la casa de chocolate quizá tendría algún bombón o algún dulce para ellos. Además, con un poco de suerte, tal vez les indicara el camino de regreso a su casa. Llamaron a la puerta y les recibió una vieja encorvada, nariguda y con una prominente verruga en la barbilla. A Polvorín, que ya había leído muchos cuentos, le dio muy mala espina aquella pinta: era idéntica a la de todas las brujas de todos los cuentos que había leído. Sin embargo, con sus palabras amables y cariñosas, la vieja les convenció de que pasaran adentro, les instaló en un precioso salón con cortinas de chocolate blanco y sillones de mazapán, y les ofreció un montón de caramelos, de chupa-chups y de otras chucherías, que se dispusieron a zampar con gran delectación. Pero, como lo bueno nunca dura mucho, nada más hubo comenzado el banquete, los dos niños se empezaron a marear. Lo último que oyeron antes de desmayarse fue la malvada risa de la vieja, quien los había envenenado mediante una pócima secreta que sólo ella conocía y con la que había impregnado todas las golosinas.
Cuando los dos niños recobraron el conocimiento, se alarmaron al ver que tenían las manos esposadas y los pies encadenados con pesadas argollas a unos postes. A su lado, la vieja, recostada en un butacón, los escrutaba maliciosamente. Antes de que los niños pudieran decirle nada, ella comenzó a hablar:
- Ah, niñitos, qué mal hicisteis, desobedeciendo a vuestros padres. Por desobedientes, estaréis encerrados en esta casa durante mucho tiempo. Tanto tiempo como haga falta para que se complete vuestra educación, de la que yo mismo me encargaré. Sólo entonces saldréis al mundo exterior a ganaros el pan. El mundo laboral es muy duro, pero no os preocupéis porque tengo previsto ser vuestro representante y velar por vosotros. Claro que, como representante vuestro, he pensado que sería justo que yo recibiera una parte del dinero que ganéis. Todo lo que exceda del gasto de daros de comer y de vestir será para mí. ¿Qué os parece?. No me digáis que no es generosa mi propuesta. Gracias a mi, no seréis unos vagos y unos malhechores el día de mañana. Eso ya debería de bastaros. Vuestro trabajo consistirá en presentaros a todos los “castings” para realizar anuncios en la televisión, y también a todos los concursos de belleza y de canto que haya. En estos últimos, en los concursos de canto, es donde mayores esperanzas tengo puestas. Vosotros seréis el dúo Pimpinela del siglo XXI en versión infantil. Yo os prepararé concienzudamente para ello. Todos los días y a todas horas escucharéis canciones de Joselito y de Marisol para que vuestro oído se habitúe progresivamente a estas melodías maravillosas. ¿Qué os parecen mis planes?. ¿No son geniales? .
Pasado un tiempo, la bruja salió de la casa a comprar algo para comer. Una vez se quedaron solos, Perujita se echó a llorar, diciendo que echaba mucho de menos a sus padres y que no sabía si algún día volvería a verlos. Al ver que su hermano, al contrario que ella, estaba más feliz que unas castañuelas, le preguntó si es que él no les extrañaba. Polvorín le respondió:
- No tonta, lo que pasa es que, en un descuido de la bruja, deslicé mis brazos a través de las esposas y logré quitarle las llaves que le asomaban de la faltriquera. Aquí están.
Los dos niños se pusieron locos de alegría y empezaron a juguetear con las llaves. Pero a Perujita, que era muy inconsciente, no se le ocurrió otra cosa que probar si las llaves eran de chocolate. Y ya lo creo que lo eran: en un plis plas, sin que a su hermano le diera tiempo a hacer nada por impedirlo, se las comió. A pesar de lo mucho que Polvorín quería a su hermana, se enojo muchísimo con ella. Tanto que se le nubló la mente, y no veía qué hacer sin las llaves. Perujita sí supo qué hacer. Como seguramente habréis adivinado, Perujita se comió las esposas, las argollas, los postes, la puerta del cuarto, la puerta de entrada y la verja que rodeaba la casa. La verja estaba tan rica, toda ella bañada de crocanti, que Perujita continuó comiéndosela aún después de haber abierto en ella un agujero lo suficientemente grande para escapar a su través. Su hermano le dijo que no podían demorarse más, que la bruja estaría al caer, y que, si los pillaba intentando huir, el castigo que tendrían sería terrible. Pero Perujita no dejó la verja en paz hasta que Polvorín le prometió que podría tomarse todo el crocanti que quisiera cuando llegaran a casa de sus padres. Finalmente, los dos hermanos echaron a correr para alejarse cuanto antes de la casa de la bruja.
Al poco de haber escapado, Perujita y Polvorín tuvieron que restregarse los ojos varias veces antes de darles crédito: justo en dirección contraria a la que llevaban vieron acercarse a la abuela Violeta. ¡Qué suerte habían tenido!. ¡Estaban a salvo!. Se lanzaron corriendo hacía ella y la llenaron de abrazos y de besos. Entre sollozos, le contaron todo lo que les había pasado. Ella les respondió:
- No os preocupéis porque yo os llevaré de vuelta a la casa de vuestros padres y no les diré nada. Será nuestro secreto. Pero tenéis que prometerme que no les desobedeceréis nunca más. Y aprovechando que tengo la sartén por el mango, tú, Polvorín, tienes que prometerme también que vas a comer más de ahora en adelante. Ya me has contado cómo te valiste de tus delgados brazos para quitarle las llaves a la bruja, pero estás hecho un palillo y eso no es bueno. ¿No dices que quieres jugar en la NBA?. Pues tendrás que comer más. Si no, no te admitirán. Allí sólo juegan los más altos y los más fuertes. Y tú, Perujita, tu glotonería os ha salvado esta vez, pero estás hecha una bolita y eso no puede ser. Tienes que prometerme que comerás mejor de ahora en adelante. No puedes seguir comiendo tantos dulces y tantas chucherías. No son nada buenos.
Cuando los padres de Polvorín y Perujita volvieron a casa, encontraron a sus hijos charlando animadamente con la abuela Violeta. Era ya la hora de comer y la abuela preparó una magnífica paella con la que todos se chuparon los dedos. Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado. |