La joven desnuda su cuerpo. Revisa el celular y lo coloca al alcance de la mano. Se sumerge en la bañera y se acaricia con el jabón de perfumes franceses, mientras ansiosa aguarda la llamada.
Han pasado dos largas horas de espera. Con calma, sale de la tina, va hasta el tocador y se posa frente al espejo de cuerpo entero. Coge una peinilla y la desliza por sus rizos rápidos. Con la mirada recorre su piel canela, los senos excitados, su pubis intenso. Piensa que es realmente bella y no entiende por qué despreció el placer.

Pasa a su estudio. Por un instante, observa el loro que entretenido come sin inmutarse ante su presencia. Toma un caballete, acomoda el bastidor y se dispone a pintar “un hombre desnudo en una bañera en actitud de espera de su última amante”.