Necesitaba dos mujeres, con una sola le parecía que algo de su equilibrio fallaba. Por ello y apelando a toda su sinceridad, esa tarde habló con su esposa para exponerle el delicado asunto. Por supuesto ella puso el grito en el cielo, le insultó, amenazó con separarse, abandonarlo e irse a la casa de su madre, pero en el inventario de sus amenazas no había ni siquiera una que deseara llevar a cabo tan radicalmente. Como toda mujer bien nacida, amaba a su hombre con esa distensión que provoca la rutina, sentimiento que en el fondo es el que a la larga provoca el quiebre definitivo de tantas parejas que se creían sólidas y férreas y que de un día para otro reparan que lo único que las sustentaba era un delgado filamento parecido al acostumbramiento. Además estaban sus hijas, dos pimpollos a punto de florecer y que no podían quedarse a la deriva con tantos lobos acechando. No, definitivamente llevaba todas las de perder. Tanto así que agachó la cabeza en señal de acatamiento y le dio carta blanca para que el sabandija de su esposo diseñara su vida tal como él la había presupuesto.
El hombre, decidido a todo y convencido como un iluminado que estaba sentando un precedente histórico, tuvo la portentosa desfachatez de recurrir a esos programas de conversación en que los participantes cuentas sus dramas, atados, rollos o como quiera denominárseles. Allí con su mayor desvergüenza, le contó a la animadora –Eva creo que se llama- que él deseaba ser auténtico, que deseaba vivir bajo dos banderas, que sentía la necesidad de escuchar el latido de dos corazones que tañeran por él. La platea se sonrió, la animadora puso cara de espanto ¿Acaso era un nuevo profeta? (Para los que no conocen esa historia, les cuento a grandes rasgos que este personaje que vive en una de las comunas del gran Santiago, de un día para otro se sintió llamado por Dios para realizar un apostolado y para ello, juntó a cinco mujeres e hizo o actualmente hace vida marital con todas). El asunto quedó allí, nuestro héroe, si cabe llamarlo de ese modo, buscó y buscó y continuó buscando hasta que conoció a una niña por el chat, se gustaron, se contaron sus cosas y cierto día se reunieron. Ella venía llegando del extranjero y él, aprovechando que tenía auto, la sacó a conocer la capital, desayunaron juntos, conversaron bastante, se miraron a los ojos y nació entre ellos un sentimiento puro y rotundo. Como el hombre tendrá sus cosas pero juega bastante bien a la sinceridad, le confesó su anhelo y ella como que no se convenció mucho con la idea pero lo tomó como una extravagancia pasajera. Además recién estaban comenzando y hasta era posible que este romance no cuajara.
El corazón no es autónomo en este tipo de situaciones. Poco a poco el hombre pasó a ser un personaje nostálgico, pensativo y silencioso. Su mujer le inquiría detalles pero era en vano. El silencio de él era total y su cabeza sólo giraba en torno a la imagen de su amiguita.
El asunto llegó a tanto que la esposa, registrando entre sus pertenencias como sólo ellas saben hacerlo, encontró una dirección y un teléfono. Ni corta ni perezosa, llamó a tal número haciéndose pasar por una hermana de su marido. Supo allí que la niña se llamaba Myriam y que vivía con su acaudalado padre viudo en una lujosa residencia. La poca vergüenza de algunos tipos y el inconmensurable coraje de sus cónyuges son el reactivo para provocar situaciones inesperadas.
Esa tarde, el hombre le comunicó a su esposa que ya tenía elegida a la mujer que completaría el círculo de su felicidad. Ella una vez más agachó su humilde testa y acató. Además, con su voz más serena le pidió que llevara a la niña a la casa esa noche para celebrar este trascendental acontecimiento. El tipo como que se sorprendió pero luego comprendió que su mujer, enamorada como estaba de él, prefería compartirlo a perderlo. Y besándola con una pasión que no sentía en realidad, le agradeció tan magno gesto y le juró que haría todo lo posible por beatificarla en el santuario que le levantaría en el patio de su casa.
Rebosantes de dicha, el picaflor y Myriam llegaron esa noche a la cita convenida en su propia casa. El, sacó sus llaves, abrió la puerta de la vivienda y con gran ceremonia, invitó a la niña a que ingresara al living. Todo estaba preparado para la gran ocasión Luces tenues, música suave y una botella del mejor champagne sobre la mesa. Los ojos del hombre brillaban de júbilo. Cuando le presentó a Myriam a su esposa, se emocionó al verlas abrazarse con tanta dulzura. Era como si se conociesen por largos años.
-Es hora de celebrar- dijo él con voz cantarina.
-Si- es el momento- convino la esposa y puso cuatro copas sobre la mesa.
-¿Invitaste a alguien más?- preguntó el marido.
-Si- respondió ella con voz acaramelada. Y entonces hizo su aparición Tancredo Santelices, el padre de Myriam.
-Yo también pienso que es importante que uno se complemente como ser humano- dijo la esposa. El Hombre la miró con expresión de no comprender nada. –Y he decidido que este guapo ha de ser con quien yo logre mi completa felicidad, esa que contigo solo tengo a medias.
Hoy, el marido, que ahora es yerno de su ex esposa, ya que ella se separó de él al poco tiempo de esta cita para casarse con Tancredo, convive con la hijastra de su mujer, es decir, Myriam, en una humilde casita de los barrios periféricos. No son todo lo felices que era deseable que fueran, pero por lo menos tiene una renta fija proveniente de las labores de jardinería que ejecuta en la casa de su suegro bajo la severa mirada de su suegra y ex cónyuge.
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