Exactamente un año atrás, José recibió de regalo una horrible corbata. Era roja con lunares morados, y dentro de cada lunar había dibujado un ridículo conejo con las patas extendidas, como recién tirado a la parrilla. Sin embargo, él usaba la corbata religiosamente todos los días. Innumerables bromas y humillaciones soportó José por esa corbata. Sin embargo, no se la podía quitar. Su señora, su amada señora se la había regalado ese nefasto cumpleaños.
- ¿Te gusta? - le preguntó Herminia a José, con una sonrisa que reflejaba la alegría que sentía al regalarle algo tan hermoso.
- Emmm... ¡Me encanta mi amor! - respondió José, ante las atónitas miradas de los invitados.
Después de un abrazo y un beso, su señora le confesó que había tirado todas las otras corbatas horribles y de mal gusto que tenía en el armario. Desde hoy en adelante, José estaría condenado a utilizar su regalo para siempre.
Hizo varios intentos por ocultarla. Compró otra corbata en un supermercado, y se la cambiaba apenas salía de casa. Esta artimaña le duró hasta que olvidó volver a cambiársela antes de entrar a casa, de vuelta de su trabajo. Herminia no le habló en un mes. Para qué hablar de un cariño más íntimo. José tuvo que jurar que jamás intentaría de nuevo algo parecido. Mucho tiempo después de aquel juramento, José había pensado tanto en cómo librarse de la maldita corbata que sus palabras empezaron a cobrar nuevos matices. "Si, le juré que no intentaría nada parecido, pero esto no se le parece en nada" pensaba para sí, que aunque no podía odiar más aquella corbata, José era un hombre de palabra. Y así, muchos tecnicismos después, encontró la manera de deshacerse de ella.
- Herminia, hoy quiero comer algo rico. ¿Recuerdas esos tacos que me cocinaste cuando nos comprometimos?
- Si, mi amor. ¡Me quedaron deliciosos! Estaban sazonados con mucho amor y cariño.
- ¿Qué tal si me los preparas de nuevo?
- ¡Por supuesto mi vida!
Esa noche, José comió tacos hasta quedar casi inconsciente.
Al día siguiente, José se puso la corbata frente al espejo como nunca antes lo había hecho: con una sonrisa. Al volver del trabajo, Herminia soltó un grito de espanto.
- ¡José, tu corbata! - exclamó, al ver desabotonado el cuello de la camisa de su marido y sin la prenda que ella encontraba maravillosa.
- Amor, déjame explicarte - dijo José, con un tono que denotaba un poco de recriminación y pena -. Mientras iba hacia el trabajo en el auto, de pronto comencé a sentirme mal. Me vinieron unos calambres estomacales como nunca antes había sentido - mintió José, aunque sería la primera y última mentira de su explicación -. Tanto fue el malestar, que tuve que detenerme en el centro, antes de poder llegar a la oficina, y tuve que entrar a un baño público. Amor, apenas coloqué mis nalgas en el WC me vino una indigestión increíble. ¡Yo pensé que se me estaban saliendo las tripas! Cuando por fin terminaron los estertores intestinales, me di cuenta de una cosa terrible.
- ¡Por dios José! ¡Qué pasó! - exclamó Herminia, desesperada.
- Pues que no había papel, corazón. Estuve media hora sentado tratando de encontrar una solución, pero no se me ocurrió nada... bueno, casi nada... tuve que sacrificar la corbata, mi vida. No tuve otra opción. Realmente lo siento. Parece que los tacos me cayeron un poco mal.
José hablaba con mucha pena, pero en su interior reía a carcajadas al recordar el placer que sintió al limpiarse el culo con la maldita corbata. Recordaba perfectamente la indigestión que le provocaron los tacos en aquella romántica cena con la que celebraron su compromiso. Por supuesto, todo era parte de su plan maestro. A Herminia se le escaparon unos lagrimones, pero no dijo nada. Sólo se arrojó a los brazos de su marido, pidiéndole disculpas por la comida y por el malestar que le había causado. José sintió un poco de remordimiento, pero se le quitó apenas se formó una imagen mental de la corbata. Unos momentos mas tarde, Herminia estaba en la cocina preparando agua de hierbas para su marido. José disfrutaba de la televisión, cuando alguien golpeó la puerta de su casa.
- ¡Sorpresa! - gritaron sus amigos, que se hallaban en el umbral sosteniendo botellas, regalos y serpentinas, arrojando confeti y haciendo sonar estruendosas cornetas. Su cumpleaños. José lo había olvidado completamente. Un escalofrío terrorífico recorrió su espalda y transformó su rostro en algo indescriptible. Lentamente José giró sobre sus talones, sólo para descubrir a su amada señora en el umbral de la cocina, sosteniendo un pequeño paquete de regalo, perfecto para contener una corbata.
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