Tantos años ayudando en el análisis de muestras de ADN no lo habían preparado para la presión bajo la que se encontraba. Siempre supo que su trabajo era de suma importancia, que un error suyo podía costarle la libertad a un inocente y liberar a alguien peligroso, pero nunca había temblado como lo estaba haciendo en ese momento. Lo peor de todo es que no tenía ni idea que era lo que sucedía. Había recibido una llamada en medio de otra investigación diciéndole que el jefe del departamento necesitaba ayuda con un caso clasificado muy importante. Habían sido las seis horas más largas de su vida.
Durante el análisis se iba imaginando como podría haber sido la escena de un posible crimen del que no tenía la menor idea. Lo único que sabía es que estaba haciéndole un “favor personal” a su jefe, lo cual, en teoría no podía ser algo malo. Tenía que ser algo que la gente no podía saber, una de esas cosas que hace que los hombres importantes tengan que quedarse callados. Tal vez se le metieron a la casa en la noche y le robaron algo valioso. Pero entonces de dónde sacó las muestras de los sospechosos. O tal vez sospechaba que su esposa lo estaba engañando. Eso encajaba con que le hubieran aclarado que las cinco muestras que le dieron fueron de hombres. Aunque sería extraño, la última vez que vio a la esposa del director del departamento no parecían ser de esas señoras que se pondrían a jugar de esa forma. Probablemente tenía enemigos, la gente poderosa suele tenerlos. Le intentaron hacer algo y él, sabiendo quienes podrían haberlo hecho, mandó a hacer las investigaciones correspondientes.
También estaba la pregunta de cómo se consiguieron esas muestras. La primera y la cuarta, que eran pelos, eran fáciles de explicar; los consiguieron en un abrigo o en un cepillo. No hay mayor misterio. La segunda era una uña. Podía parecer algo rebuscado, pero era posible que hubieran buscado en la caneca de basura de alguien y encontraran algo por el estilo. La tercera muestra eran mocos. En ese caso se pudieron haber robado un pañuelo de alguien con gripa, esa también era fácil de explicar. La que más lo intrigaba era la quinta. Esa era de sangre, pero también tenía un poco de tierra en ella, como si la hubieran recogido del suelo. Por más que no quisiera lo único que podía pensar era lo peor.
Ideas como estas iban y venían por su mente todo el tiempo mientras esperaba la llamada del jefe preguntando por el culpable. Pero ¿el culpable de qué? Si bien los nervios abundaban, era la curiosidad la que realmente lo estaba carcomiendo. Pero fuera lo que fuera el sospechoso número tres sufriría las consecuencias de haberse metido con quien lo hizo.
Cuando el teléfono sonó no alcanzó a timbrar dos veces. Él sabía quién estaba llamando sin necesidad de ver el identificador de llamadas; por fin se iba a acabar esa tortura. La voz del otro lado del auricular era el inconfundible tono grave de su jefe. Había en ella una muestra de impaciencia contenida. Por fin esa voz hizo la pregunta que tanto había esperado.
-Entonces Gutiérrez, ¿ya sabemos quién es el desgraciado que está saliendo con mi hija?
-Sí jefe-, dijo el analista cada vez más nervioso.-Pero, ¿podría hacerle una pregunta antes?
-Dígame.
-¿Cómo consiguió las muestras? Pregunto por la uña y la sangre sobretodo.
-No veo que tiene que ver, pero si insiste. Para la uña tuve que mandar a alguien que conocía a buscar en el bote de basura de alguien. Lo de la sangre… tal vez es mejor que no lo sepa Gutiérrez. Pero dígame, ¿Quién fue?
-Fue el sospechoso número cinco-, mintió.
-Gracias, esto no lo olvidaré.
Mientras colgaba pensaba en todo lo que tenía que hacer. Primero pasar su carta de renuncia lo más pronto posible. Tendría que buscar otro trabajo además. Y sobre todo tendría que recordar no volver a pedir un pañuelo prestado cuando tuviera gripa.