Renuncié a todo. A los miedos, al pasado, al dolor, a los sueños, a la culpa. Todo quedó en una caja de cartón rotulada con la palabra ‘frágil’ en el vacío de siglos que nos es ajeno y del cual no podremos ser parte nunca. Fue fácil. Bastó con renunciar a lo que me vi obligada a aceptar como normal.
Por un tiempo fue maravilloso. Todo simulaba estar en un sopor eterno. Era nada. Ni los relojes funcionaban. Había renunciado a ser persona. Así sin más. Parecía perfecto…
Pero JA! nada es lo que parece…. Sin darme cuenta, seguía cautiva; pero de algo a lo que no pude renunciar. Ni podré nunca.
Por que sí, señores, el tiempo pasa.

Aunque los relojes de mi casa no funcionen.