Con tu puedo... Cap 33
La ollita
Llega el jueves, con la llegada del día llega el tren contratado especialmente por la Compañía para trasladar a los invitados chilenos. El convoy sólo tiene carros de Primera Clase y Coches cama.
Apenas bajan, caminan directamente al interior de los terrenos que comparten los empleados de confianza de la Administración y los ingleses.
Quienes llegan es gente capitalina y de Los Andes, personas que no conocen los rigores del desierto. Algunas mujeres mueven sus abanicos para darse aire frío. Los hombres visten trajes de última moda. Lucen zapatos tan brillantes como luna de espejo. Arriscan la nariz cuando pasa cerca de ellos algún niño pampino.
Luego del primer paseo entre la Estación y la Administración, no saldrán de allí, salvo en las noches que tendrán que ir a dormir a Iquique ya que las habitaciones están reservadas para los ingleses.
Los niños se pegan a las rejas, miran hacia el interior. Los más grandes mascan resentimientos por las diferencias. Los menores, sueñan con un mundo desconocido, el cual encuentran bello por las vestimentas. Los jóvenes y muchachas sueñan con calzar y vestir como los visitantes.
El viento hace que los olores se mezclen, la aleación de aromas de perfumes franceses y carne asada despiertan los sentidos de cada habitante del campamento. También despiertan hambre. Hambre de carnes asadas y de una vida mejor.
Alamiro, toma un cigarrillo lo enciende, se sienta en una banca en la plazuela, se coloca a la sombra del kiosco. Al parecer el Administrador se ha olvidado de él, tiempo necesario para aclararse las ideas y trazar planes. El día siguiente tendrá una reunión con alguien que llegará desde Iquique.
Sabe el joven que, aislados les será difícil triunfar, que se requiere de la necesaria solidaridad del resto de obreros del desierto y de la ciudad. Son años que se ha vivido con el miedo por la matanza en la Escuela.
Entiende que habrá hambre, que los niños no entenderán que haya poca comida.
Sus pensamientos le sumen en una especie de sopor, ni se percata cómo una decena de niñas y niños que se le han acercado y sentado en torno a él, le miran extrañados ya que siempre lo ven moviéndose.
—¡Alamiro! – habla el mayor de los niños
Despertando del sopor y sus sueños, Alamiro les sonríe.
—¿Qué hacen por acá con este calor? – Pregunta Alamiro
—Nada, es que nos cansamos de mirar a los pitucos. ¿Tú no vas, Alamiro?
—No, no voy, prefiero mirar las plantas y ver cuando el primero de estos árboles mostrará la primera hoja.
—Cuando se acabe el casamiento, vamos a empezar a armar dos salas para la Escuela. ¡A toitos ustedes los quiero ver allí!
—Alamiro. ¿Alguna vez vamos a poder ser como esa gente?
—A mí no me gustaría ser como ellos.
—¿Por qué? Ellos tienen mucha plata, se puede comprar todo lo que uno quiera.
—No me gustaría ser como ellos, porque a ellos no les importa que haya niños como ustedes, sin ropa, sin escuela, sin doctores. ¿Saben una cosa?
—¿Qué cosa? –pregunta una pequeña.
—Fíjense que cuando las yeguas van a parir, les traen un veterinario. Cuando las mamás de ustedes tienen a sus hijos, no hay nadie que las atienda, a veces está el practicante y muchas veces las guaguas se mueren al nacer. Eso es injusto, por ello no quiero ser como ellos.
—¿Qué es un veterinario? – Pregunta la misma niña
—Es un doctor para los animales.
En el recinto donde se prepara la fiesta, los hermanos Aravena van colocando cada maceta en el lugar señalado por la señora Estela, casi todas las plantas han florecido. La mujer de don Fernando brilla de alegría con las flores que hizo llevar desde la zona central.
En la plaza, Alamiro queda nuevamente sólo, sigue sumido en sus pensamientos.
El lunes o martes cuando se vayan los invitados, la cuestión acá dentro cambiará de color. El patrón anda a la siga de saber lo que se trama. Esto no puede durar mucho. El secreto dejará de serlo. Él se aprovechará de la necesidad de alguien y ese alguien hablará, con ello explotará todo. Vendrá el cepo y quizá la muerte.
Sé que necesita entregar un cargamento grande de salitre por lo que requiere de toda la producción.
Esa es nuestra fortaleza. Creo que cuando acabe la fiesta las conversaciones no serán del mismo tono, ni siquiera sé si habrá otras. Es probable que me tenga lista la salida. Es claro que ni él ni nosotros, podremos mantener el tren de espera.
El sábado, pasado el medio día cuando lleguen los novios y los invitados, luego de que los casen en la principal Iglesia del puerto, se iniciará la gran fiesta. Ese es el instante de reunirme con los delegados para definir el día y la hora de entrega de petitorio y paralización.
Si ganamos algo, será un avance. No podemos volver al trabajo sin nada. Una de las cosas principales es que al final quede organización. Puede ser una sección de la Mancomunal. Más respeto hemos de lograr. ¡Eso es fundamental!
—¿Que sueñas Alamiro?– pregunta un niño. Los que han regresado luego de mirar a los visitantes
—Nada, pensaba en cosas, nada importante.
—¿Es verdad que para arriba por los cerros hay zorros?
—Oh, sí, y también pumas y huanacos.
—Alamiro. ¿Tú conoces los zorros y los pumas? Mi apá dice que los leones comen gente ¿Es verdad? – Pregunta la niña más inquieta
—Con hambre, podrían comerse a una persona.
—¿Le tienes miedo a los zorros?
—Si se quedan acá, les puedo contar una historia que me pasó hace muchoooooos años y fue con un zorro gigante.
—¿Verdad, Alamiro?
—Verdad. Miren... Esto me pasó hace ya como quince años... – Alamiro se levanta, cambia su rostro por uno muy amigable y comienza a hablar a los niños.
Ya les decía que esto me ocurrió hace hartos años. Yo cuidaba las cabras de mi papá, a veces iba a las minas a buscar minerales. Había un zorro que era muy grande, casi un gigante de zorro, cada noche se comía una cabra, a veces mía, otra de los vecinos, no hallábamos que hacer, ya que el zorro era muy astuto.
—¿Qué es astuto? – Interrumpe la niña
—Muy inteligente.
Esperaba que uno mirara para otro lado y ahí se robaba la cabra. Una vez yo me di vuelta para hacer pichi y justo ahí me robó el chivato café. Por suerte me robó al cabro que si no, me come a mí. Yo sólo le vi la sombra, era una sombra tan grande como la sombra de este kiosco, así que me asusté mucho y me meé los pantalones. ¡Por Dios! Mi mamita me dio de correazos y mi papi me castigó, sin salir de la casa. Pero yo vivía en lo más alto de una loma, así que ¿para donde me iba a ir? Y con el miedo que le agarré al zorro, no quería salir para ningún lado. Mis hermanos comenzaron a llamarme Alamión, a mí me daba rabia.
Una noche cuando me iba a ir a acostar, mi papá me dijo:
Alamiro, mañana nos vamos a la mina, ya estás grande así que me servirás de apir, tenís ancho los hombros así que podrás subir con cuarenta kilos a la espalda.
Lo que usted mande papá – le contesté yo.
Así que a las cinco y media de la mañana me sacó de la cama y me dijo: A ver hijo, vaya a mear ahora, que o si no se mea en los pantalones en el cerro – Los niños miran a Alamiro y no saben si estar serios o reírse de la desgracia de su amigo.
A mí me daba vergüenza, por suerte aún estaba oscuro, así que mi viejo no me veía que estaba yo coloraito Y empezamos a subir los cerros, subíamos uno y llegábamos a la cima y bajábamos y había que subir otro cerro, cada vez más alto. En una vuelta del camino, vimo unas huellas de zorro, eran de zorro porque son parecidas a la de los perros, pero estas eran grandes, ustedes no me van a creer, pero eran del porte de mi pie. A mi me dio mucho miedo, porque, el zorro era gigante. – Los ojos de los niños crecen tan grandes como la huella que dejaba el zorro.
¡Ah! Me había olvidado contarles que mi mami, nos preparaba una ollita llena con comida para el día. Bueno, yo iba con la ollita cada mañana, porque tuvimos como dos meses sacando cobre de esa mina. Sí, yo llegaba a la mina y bajaba, mi papá sacaba las piedras y las colocaba en un capacho, luego me las colocaba en los hombros y yo tenía que subir por una escalera larga. ¡Por Dios que me dolían los hombros! Un día a la hora de almorzar salimos de la mina y juimos a calentar la ollita con un puchero más re rico que nos había hecho la mami.
Mi papá me mandó a calentar la comida. ¿Y saben que había pasado?
¡EL zorro! Se comió toda la ollita con comida.
—¡Papá! Le grité.
—¿Qué pasa hombre? Me dijo
—¡El zorro! le grité yo
—¿Dónde anda esa sabandija? Me dijo...
—Papá se comió la comida – le contesté
—¡Las reputa! – Gritó el papá y fue ver, y había sido el zorro ya que estaban las huellas, así de grandes, del porte de mis zapatos.
—Pucha hijo, yo tuve la culpa – me dijo el papá – mire, se me ocurrió dejar la ollita colgada y se me olvidó que el zorro es tan grande y que alcanzaría la ollita.
Y así día a día, nosotros llegábamos a la mina, escondíamos la ollita, pero el zorro tenía tan buen olfato que la encontraba en cuanto nos dábamos vuelta.
Pasó como un mes, yo llevaba cada mañana la ollita con la comida, iba con mucho miedo a que si el zorro me pillaba, podía fácilmente comerse la ollita y a mí también.
A veces miraba la sombra. ¡Tan grande era la sombra que se veía de lejos!
—Ya poh Alamiro, cuéntame los que pasó con el zorro.
Ah, si, porque todas las cosas tienen su fin. Una mañana íbamos apuraditos subiendo una cuesta, ya nos faltaban solo tres cerros para llegar a la mina. Yo miré para arriba y el sol me cegó un poco, pero, vi que en la punta del cerro estaba parado el zorro, estaba esperando que llegáramos nosotros, le dije:
—¡Taita, mire pa´rriba! Y él miró, y fíjense que vio lo mismo que yo.
—¡El zorro maldito, si parece un caballo! Hijo no vamo a tener miedo, malo fue que no trajimos la escopeta.
—¡Pero si no tenemos escopeta, taitita! —le dije. El viejo mi miró y me dijo...
—Pero el zorro no sabe que no tenimos escopeta, le hubiéramos dicho, ¡te vamos a disparar zorro maldito, espérate no más! Pero ya oyó que no hay escopeta y no me hará caso. Hijo, junte piedras para espantarlo – me dijo mi apá
Yo, que me habían dicho, junté hartas. El zorro nos miraba, me miraba a mí, porque yo llevaba la ollita con el almuerzo. Cuando estábamos como a diez metros, así cerquita, como de acá hasta el arbolito, y como yo tenía fuerza, le tiré hartas piedras. El zorro escondía la cabeza y no se movía, al final se me acabaron las piedras, ni en el suelo había ninguna, y ¿saben lo que hice?
–¿Qué hiciste Alamiro? – La niña, pregunta, a la que ya no le caben sus ojitos en su cara.
Yo, tomé la ollita, hice harta puntería, respiré, así profundo, así fmmmmmmmmmm, abrí los ojos, yo miraba al zorro y el zorro me miraba a mí, mi taitita se había sentado en una piedra grande, él también le había lanzado tanta piedra que se cansó y se sentó.
Yo, miraba al zorro y él zorro me miraba a mí. Tomé la ollita con la mano derecha, y ¡Zas! Se la tiré, el zorro cerró los ojos y yo también cerré los ojos, cuando los abrí, no había zorro, mi taitita estaba mirando para abajo, así que tampoco vio ¿Y saben qué pasó?
—¿Qué pasó, Alamiro?
—No estaba el zorro.
—¿Y la ollita? – Pregunta la niña, de ojos grandes
—La buscamos y no la encontramos.
Ese día no comimos nada, así que bajamos con tanta hambre, mi mamita, me quiso dar de azotes con la varilla de damasco por haber perdido la ollita. Mi taitita me ayudó, así que mi viejita no me pegó pero me mandó a buscar la ollita, al día siguiente la busqué y nada, ¿pero, saben que pasó?
—¡Noooooo!
El zorro tampoco estaba, y pasaron los días y no había ni ollita ni zorro. Un mes lo buscamos, ya no veíamos ni las pisadas ni la sombra. La mina la cerramos porque no sacábamos mineral, nos juimos a otra mina, más arriba, como tres cerros más arriba, y un día, cambiamos de camino. Nos habían contado que había un atajo por donde se podía llegar más luego, íbamos caminando cuando sentimos un olor muy feo, y en el cielo de donde venia el olor, habían unos cóndores dando vueltas. Allí hay algún animal muerto –Me dijo mi taitita- ¡Vamos, a ver! ¿Adivinen quién se había muerto?
—Una cabra – dice la niña
—No, no era una cabra.
—Una vaca – dice un niño
—No, no era vaca ni caballo.
¿Quién, había muerto, Alamiro?
—El zorro, ahí estaba el sabandija ¡Por Dios que era grande! Muerto estaba. ¿Y saben de qué murió?
—¡Nooooooooo! – Gritó el piño de niños.
—De hambre y sed había muerto. ¿Y saben por qué?
—¡Noooooo!
Porque cuando yo le tiré la ollita, esta se abrió, y fíjense, se le metió en el hocico, y como era chiquita, con la fuerza que iba, se le metió tan fuerte que quedó atascada, el zorro no se la pudo sacar, así que no podía comer ni tomar agua y se murió de hambre y sed.
—¿Que hiciste con la ollita?
—Se la saqué, la lavé y me la llevé a la casa.
Alamiro luego de su cuento cerró los ojos. Los niños no sabían si creer o no. Alamiro los miraba con un ojo entrecerrado y sonreía para sus adentros.
Cuándo quedó nuevamente solo, pensó en el día siguiente y en que terminada la boda. Las cosas cambiarían, ya no serán tan simples las charlas con el patrón, éste apretará y nosotros apretaremos, veremos quien salta primero, Fernando Gómez.
Curiche
Abril 11, 2007
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