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Sentado en la cima de una montaña tuve un sentimiento, fue bello, era como un aroma que ahogaba toda duda y ansiedad, calmando todos mis dolores, haciendo que el pasado, pasara de página, dejándome solo de frente al presente. Un ave se puso cerca de mí. Era una gaviota. La miré y ella me miró a mí. Pareció conocerme de siempre, como si toda la vida me hubiera esperado en este presente. Dime, ¿quién soy?, le pregunté. La gaviota abrió sus alas y partió por el aire, dando vueltas y vueltas, para luego, posarse en el mismo lugar en que estaba antes de partir. Pareció que iba a decirme algo, pues la vi caminar sobre sus dos patas hasta llegar a saltar encima de mis piernas. Ella comenzó a sobarse en mis ropas, mientras yo sentía mucha alegría. Todo era bonito, el viento soplaba suave y la brisa arañaba como seda las montañas y a mi piel. La gaviota alzó su cabeza y se fue volando sin volver la mirada. Ya todo empezaba a negrearse. Las nubes cambiaban de color, y un frío empañaba mi piel. Me iba a parar cuando sentí las ganas de volar. No tengo alas, me dije. Miré mis brazos y empecé a agitarlas como lo hiciera la gaviota. No podía volar, lo supe. No tenía pasado, pero el presente me gritaba que yo no era una gaviota. Comencé a descender de la montaña y cuando estuve de camino a la ciudad, a los hombres, un sentimiento me dijo la verdad: Eres un sentimiento. Sentí que era verdad, y en ese momento, todo el presente se hizo muy grande, tanto que todo pasado y futuro se hicieron presentes. Ya frente a todos los hombres, caminé sin miedo a nada, sin duda de nada, pues sabía que quien caminaba, ya sabía de donde venía y hacia donde iba. Aun estaba oscuro, mas una luz de la ciudad se puso ante mis ojos. Era una mujer con cinco niños. Tengo hambre, me dijo, y extendió sus manos para que le diera algo que comer. No tenía nada en las manos, pero le di mis ropas y todo mi dinero. Lo recibieron y me sentí totalmente pleno, lleno de algo hermoso que alimentaba mi sentimiento. Seguí caminando hasta llegar a la falda de un árbol. Tenía hambre, y le dije al árbol si tenía un fruto que darme. Una manzana cayó de sus ramas. La cogí y me sentí mejor. Gracias, le dije al árbol, y ella, atada a la tierra, no dijo una sola palabra, pero no dejó de mover todas sus ramas. Salí de aquel pueblo y desde ese lugar vi que todas las casas empezaron a encenderse. Vi que toda la gente del pueblo: niños, hombres, mujeres y ancianos, salieron y con sus manos en alto me dijeron adiós. Alcé las manos y seguí mi camino y no paré hasta llegar a mi destino, que era, un sentimiento, que día y noche crecía así como el alma de toda existencia…



San Isidro, Abril de 2007

Texto agregado el 11-04-2007, y leído por 276 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
17-04-2007 oe webas, si te piden plata , porque aparte de darle plata le diste tu ropa? , no te pidieron ropa sino plata , o te gusta que te vean calato? eldiablox31
13-04-2007 ahi nomas eldiablox31
 
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