Fuegos artifiales
El festival había cambiado mucho, las reinas de la belleza ya no eran como las recordábamos, vestían sintéticas y con adornos de suripanta de buque. Nosotros habíamos dejado de vernos muchos años, y esta vez coincidíamos en aquella fiesta de propagandas y memelas quemadas a la intemperie, para recordarnos nosotros mismos que el pueblo había dejado de ser el lugar en donde corríamos por los paredones del rió volando papalote, para ser una copia barata de el puerto mas cercano y urbanizado del estado. Habíamos dejado a nuestras esposas sentadas en unas mesas viendo extasiada el circo de gente y caminamos hacia la polvareda.
Todos nos veíamos raros, preguntándonos que habían hecho cada uno con su vida, que pasaba por sus mentes, y a que parte del gran terreno lleno de focos y reflectores iríamos primero. Ofuscados por un estridente sonido de una banda de un pueblo cercano que cumplía cuarenta y cinco años de vida; haciendo un esfuerzo casi inhumano por no pasar desapercibido entre una multitud de jóvenes alcohólicos, y mujeres con olor a tabaco impregnado en el pelo; decidimos ir lado oeste del campo, pasamos muchísimos puestos nuevos antes de llegar a los sitios que frecuentábamos cuando no teníamos dinero. Nos sentíamos perdidos en nuestra propia casa.
Cada uno había dejado volar su memoria, y había llegado muchos años atrás cuando el mundo solía ser diferente, percibimos el mismo olor a masa chamuscada por las brasas, pero no se respiraba el polietileno de los papeles espectaculares que se mostraban en el centro del pandemonium, tampoco el exceso de luces que alumbraban a las personas haciéndolas irreconocibles desde la distancia. Todos habían llegado a una misma fecha, hablando entre ellos para que cada uno estuviera ahí, recordando los momentos graciosos, quizás hasta se rieron de mi; pero, yo no, estaba en un tiempo muy distinto al espacio de ellos, mi sonrisa y aquel brillo en mis ojos, delataban un momento mejor, uno crucial en mi vida.
Me recordé caminando por entre los arbustos, y volví a sentir la tierra suelta entre mis botas, cuando una polvareda infernal hizo que me entrara basura en los ojos, camine medio ciego entre los mercachifles, pase a los malabaristas y traficantes de aves, hasta que me recosté sobre un puesto de dardos, me talle los ojos como lo hice en ese tiempo; tal vez para recobrar el hilo de mi recuerdo; y una figura entre sombras con una forma delineada apareció ante mi.
--¿vas a jugar o estas llorando por tu novia? Dijo mientras me sonreía
-- ninguna de las dos, una, me entro polvo, y dos, no me gusta jugar dardos—ella me miro tibia, calida, como quien mira aun pobre pajarito que se estrella sobre la ventana.
--mmm—musito, --es verdad, en esta parte del globo no se ven muchos desamores, pero si una excepcional puntería—
Siempre había tenido como parte de mi personalidad ser muy tímido, pero aquella vez, su familiaridad al hablar y su voz con una resaca caribe y un puntero flamenco, me hizo sentirme libre y cómodo.
--es cierto que gozan de una puntería nata—respondí el elogio de doble filo, --pero ningún hombre puede contra los caprichos del viento—
ella atenta, mientras se agachaba para sacar el plumero de dardos; soltó una leve risita picara y tal vez malintencionada, pero que atraía a seguir la conversación.
-- casi no pesan mi joven magdaleno, deberías probar—el ojo aun lagrimeaba haciendo que el otro hiciera lo mismo.
--tratare después cuando me recupere, espero no quitarte todos los premios—me miro pensativa, yo esperaba la contestación rauda y veloz, para cambiársela por un suspiro vivaz y colorido.
-- son baratijas hechas por mi, aunque te las ganaras todas necesitarías mucho dinero, suficiente para comprar el material y hacerlas de nuevo—sonreí –entonces no me cuentes tus secretos prefiero ser un estafado ignorante—me devolvió la sonrisa
--creo que eres de confianza además; podemos apostar en el juego tu silencio—
-- creo que me conviene un trabajo así, me gusta sentirme inteligente y me falta confianza—esbozo una sonrisa y dijo –aquí no es de inteligencia, es tener cara de persona desamparada, y por lo que te veo, tienes lo suficiente como para no serlo--.
--tu que sabes de mis privaciones—
-- se que no son de comida y ropa—
--pero son de oído—
--ahora yo te estoy escuchando—
--si, pero todavía no hay confianza—
--todavía quedan muchos días—
--¿es una cita?—pregunte emocionado
--mmm no, cada vez que vengas jugaras por lo menos una vez; yo seré tu amiga y tu serás un muy buen cliente—
accedí como las cuatro horas cuando ya casi todo estaba solo, en mi casa me espero una regañada con un soliloquio de mi madre, que termino con un posdata “esto es un preinfarto”.
Estaba ahí puntual, era el mismo escenario de la noche anterior, pero tenia algo distinto, esta vez llevaba los lentes que me receto el doctor y no me entro polvo.
Platicamos toda la noche, no vimos los cohetes por que a ella no le gustaba que llenaran el cielo con humos apestosos, en vez de eso me enseño las estrellas, jamás pensé que tuvieran tantos nombres y tamaños tan grandes.
Cada día llegaba más temprano, y cada día pensaba mas en ella y en lo que le diría cuando nos viéramos, veía momentos graciosos del día y los guardaba para comentarlos y reírnos juntos. Me gustaba mucho verla reír.
Recuerdo que era muy optimista y siempre me hablaba de que lo mejor que puede tener un ser humano son los sueños, aun cuando no se cumplan.
El último día de feria mi madre tuvo un compromiso, llegamos en la madrugada, espere que se acostara y salí por la puerta del patio, pero cuando llegue al lugar ya la feria no estaba.
Paso el año y no hubo un día hasta hoy, que cuando mire las estrellas no me recuerde a la gitana de los ojos azules que me enseño lo que era la casualidad y la puntería. Un año más tarde supe que murió, nunca quise preguntar más sobre el tema.
Y toda esta bruma de espejos se disperso con la voz de un amigo
--¡hey! Están quemando el castillo—
Hacia mucho que no veía fuegos artificiales. – yo te sigo--.
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