Casi sin darse cuenta había pasado ya un año desde aquel día en que sus ojos volvían a secarse de la misma manera que lo habían hecho un 27 de marzo años atrás, cuando siendo tan solo una niña habían arrebatado de su vida a una de las personas a las que más quería, siete años después, alguien se tomaba la libertad de arrancar de su vida a esa persona a la que había considerado su modelo a seguir, a su icono de lucha, a su símbolo de fuerza. Ahora era capaz de pensar en el con más claridad, ahora veía las cosas de otra forma, ya no estaba enfadada con todos por el simple hecho de no tener a nadie a quien culpar... Sobre sus huesos habían pasado 365 días de los cuales no podía decir nada en general más que que se había acordado de él la mayoría de las veces. Recordó su cara cuando llegó corriendo a casa para contarle que había aprobado el bachillerato, recordó su preocupación cuando le dijo que quizás haría enfermería, y sus discusiones todas las tardes del año anterior mientras veían las noticias, recordó que él había sido la primera persona que había conseguido que comiese pescado, y como desde aquel día que se comió un lenguado sentada en sus rodillas no había comida que le gustase más, recordó aquel hermoso kimono japonés que le había traído de uno de sus viajes, su admiración cuando hablaba de la China, Hong-Kong, la India o Japón. De niña, él había representado la puerta abierta a su imaginación, el traía en sus manos cada vez que volvía un nuevo trozo de imaginación, al que ella daba forma. Al observar aquellos tapices de terciopelo negro, con todas aquellas montañas pintadas con brillantes colores, aquellas flores de loto flotando sobre las charcas a la entrada de una enorme casa con aquellos extraños techos se acordaba de todas las historias que habían quedado por contarse. Él había dejado sus viajes cuando ella todavía era niña, y aquellos años en los que dejó sus viajes los usó para contárselos a ella... había despertado la ilusión dentro de si ya desde muy pequeña, ella también quería conocer tierras lejanas y exóticas, quería montarse en un barco holandés y recorrer el Océano Pacífico, luego el Indico, rodear África y ascender sobre el Atlántico otra vez, y luego volver a puerto pa traer a sus nietos tapices pintados de ilusión, kimonos bordados de fantasías, flores de loto flotando sobre ganas de volar... |