La ve corriendo entre las sombras de la noche en esa calle oscura que ni él se atrevería a cruzar solo. Decide seguirla, ella persiste hasta tropezar y vuelve a levantarse. Levanta su mirada, dejando ver su rostro empapado en lágrimas. Se asusta y vuelve a la carrera casi sin respirar en el apuro. De pronto vuelve a caer, él no tolera ver a esa joven mujer hecha pedazos dejando partes de su alma en la vereda.
-Disculpe, no se asuste -dice él-. Puedo acercarla con el auto adonde desee. Estas no son horas de estar en esta zona y usted no parece estar muy bien.
Ella aminora un poco el paso, se denota cansada.
-Señorita. Me llamo Gabriel, la acompaño al menos para que no la vean sola.
Ella continúa agitada y llorosa, sin contestar pero en cierta forma acepta el ofrecimiento y sin acercarse demasiado camina junto al auto.
El la observa y nota que lleva ropa negra, tan negra como sus largos cabellos que apenas muestran su rostro.
-Déjeme señor. No se preocupe. Estoy buscando a alguien. No me va a pasar nada -dice ella.
-Por favor señorita, si vuelvo a casa sin saber que está bien no podré dormir. No importa lo que diga, no la dejaré sola.
-No le dijeron nunca que no meta las narices donde no lo llaman -dice ella impaciente.
-Todos los días, pero no aprendo... -dice él para aflojarla un poco.
-Ya casi es hora, déjeme por favor que estoy llegando. Ya se lo dije, no se meta donde no lo llaman -dice ella y se mete a un callejón oscuro, uno de esos donde la gente busca refugiarse del frío entre cartones y basura. Él se preocupa más todavía, posiblemente haya algún borracho que puede llegar a molestarla, o algo peor.
Baja del auto y la sigue. Puede ver su sombra acercarse al último rincón del callejón, allí donde hay un bulto que parece un ser humano. El no entiende por qué a esa hora, en ese callejón. ¿Será acaso una mujer de mala vida y no se dió cuenta? Aminora el paso cuando está lo suficientemente cerca y ve a la mujer que voltea a verlo. Ella estaba a punto de besar al viejo que yace en el suelo pero cambia de opinión.
-Así que no pudo con su genio -dice acercándose. El ve por primera vez el cuerpo de la joven y nota que es extremadamente blanca, tan blanca que en el callejón oscuro su piel parece brillar.
-Disculpe señorita -dice mientras ella se coloca frente a él y lo mira con ternura dejando rodar una lágrima. Él siente pena por ella, luce tan indefensa...
Pero la pena dura muy poco. Sin mediar palabras ella toma el rostro del joven entre sus heladas manos y lo besa en la boca, y él siente como el aire se le va junto al alma. El beso dura lo que dura ella en cegarle la vida y dejar el cuerpo inerte mientras se seca la lágrima. El bulto que yacía en el callejón se pone de pié y deja ver su rostro sonriente apenas iluminado por la luna:
-¿Viste?. Te dije que caen fácil. Nadie puede dejar a una mujer caminando sola durante la noche.
-Si, lo dijiste. Estoy cansada de esto. Ya se que es mi trabajo pero no puede ser que solo tenga un beso y chau, así nunca voy a conseguir a nadie...
-Si mi amor, un beso y suficiente. ¿Quién puede resistirse al beso de la Muerte? -dice el anciano.
Ella siente pena por ella misma, comienza a llorar, y sale corriendo. No pasa mucho tiempo hasta que un auto se le acerca y el conductor al verla de esa forma le dice:
-Disculpe señorita, no se asuste. Puedo acercarla con el auto donde usted lo desee. Estas no son horas para estar sola en esta zona y usted no parece estar muy bien...
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