Saltando como un cabrito se va y dobla sin avisar y de repente, mi corcel. Negro como la noche y fuerte como el roble de mi abuelo. Muchos lo admiran y no pocos lo envidian, pero el espíritu libre de mi rocín los hace palidecer quedándose tiesos y sin hablar, especialmente cuando se pasea por los terrenos de esa derecha tan arcaica. El pendular del tiempo no lo puede abatir y ni se inmuta cuando el maldito patrón de enfrente lanza algún amenazante peón que lo quiere espantar con puñal, garrote y las botas embarradas de algo sospechosamente carmesi. Contonéandose de alegría se va, mi caballito, provocando algarabía -sólo en mí por supuesto- mientras que, con el mismo desparapajo, contemplando el camino dibujado por mi petiso, me dirijo al frente (un poco de ladito) a cachetear la boina del milico que te'amenazao. Y aunque el insista en que mi caballo hace zetas y por eso no lo vio, yo le ilustro recordándole que lo que hace son eles de libertad al mismo tiempo que le canto ¡fuera de mi casa milico homicida! usando las palabras jaque mate.