Sigo caminando tranquila por la misma calle de todos los días buscando, el ya tan mentado, “sentido a mi vida” y pasan por mi cabeza el millón de ideas de todos los días, de pronto esa teja casi parte en dos mis pensamientos. Pasó tan cerca que sentí los pensamientos huyendo hacia los costados para no ser aplastados, pero el único que sufrió daños fue el talón derecho, que suele retrazarse en situaciones como esta.
Ya había sentido antes que los pensamientos huían para no ser aplastados por algún susto, cuando suelo tropezar, o al ver un automóvil a veinte centímetros luego se hacer de oídos sordos al malhumorado conductor con su bocina y palabrotas agresivas.
Entre las contradicciones propias luego de un accidente, alguien vendaba mi talón, advirtiéndome que debía fijarme dónde pisaba o por dónde pasaba, pero jamás creí que los techos que suelen cuchichear mientras paso por debajo a diario habían decidido jugarme tal broma.
Por esas extrañas casualidades de la vida todos los caminos siempre te llevan a casa y por casualidades aún más extrañas el último de esos caminos o calles es la calle cuyos techos acaban de atentar contra tu vida, claro fue un atentado fallido, pero mi talón lo va lamentar, según dice el doctor, un par de semanas sin hacer los esfuerzos que nunca hice, así que no hay cuidado.
Los miro enojada, con reproche y veo la teja que cayó sobre mi talón, sigue tirada en la calle, me acerco cojeando para verla con más cuidado, sigue entera con cara de “yo no fui”, mirando a un costado tratando de ocultar la culpa, la tomo y me la llevo a casa para torturarla un rato y que confiese el porqué de su tentativa, quien le pagó por hacerlo y cuánto fue el monto por el cual vendió su vida, aunque no la perdió, puede que haya sido suerte de principiante o quizá su objetivo no era eliminarme del mapa.
Y en medio de las divagaciones y cojeras llego finamente a casa, con una teja mecanizada en los brazos, la abuela me mira extrañada al abrir la puerta, no logro definir la duda en su rostro… será por la teja, la cojera o el talón vendado, o... la misma mirada extraviada de todos los días. La saludo con un beso en la mejilla y recorremos el largo corredor y subimos las gradas hacia la cocina, siempre es encantador pasar por allí porque esta lleno de flores y todo tipo de enredaderas meticulosamente cuidadas por la abuela. Los aromas y frescura del lugar llenan de paz un alborotado espíritu listo para luchar contra el enemigo, y reconfortarnos al volver de la batalla.
Mi abuela sigue mis pasos desiguales con la mirada, piensa en preguntar o no lo que pasó, siempre espera que le comente lo que hice en el día intentando calmar mi imaginación con ciertos sarcasmos que me desconciertan, pues siempre la veo como un ángel incapaz de hacer una maldad o una broma, pero los ángeles hacen bromas y ríen, supongo. Al empezar las gradas hacia la cocina llegan a mis narices el olorcito del café recién tostado con cascaritas de naranja y sin pensarlo dos veces corro hacia la cocina a coger el pan con queso más grande del centro de mesa. Un grito me frena antes de dar el segundo paso de la carrera hacia el pan con queso, que me congela, fue la abuela, qué le pasó, no quiero voltear, el grito finalmente tiene un sentido, estoy a punto de pisar con el talón vendado en una loca carrera subiendo los escalones de tres en tres, giro el cuerpo y caigo sentada porque la teja, mi rehén, no puede quebrarse, ¡No debe quebrarse!
Mamá Graciela me levanta, me quita el polvo de encima, acomoda mis cabellos, acomoda la mochila sobre mi espalda, me dice – el pan no huirá, tampoco el café, falta poco, sube despacio – y seguimos subiendo las interminables gradas de veintitrés escalones y doce maceteros, todos a la derecha. Ya en la cocina siento a mi rehén junto a mi, y mientras tomamos el lonche le cuento el largísimo día que tuve a la abuela intentando no saltarme detalles importantes que podrían ayudarnos a descubrir los motivos del atentado fallido del callejón.
La familia de la abuela, no me incluyo, siempre vivió para las ceremonias para las costumbres, los horarios, los ritos sagrados y demás cosas que tengo que cumplir para no matarla de un disgusto o una gastritis. El desayuno sagrado y proteínico a las 6:30 de la mañana para no llegar tarde al colegio, el almuerzo a la 1:30 siempre con verduras para conservar la fortaleza y el café, el agridulce café, a las 7:30. Una hora diaria de lectura sobre cualquier tema, de libros propios, prestados y robados, una hora escribiendo las memorias de la abuela y un beso en mi frente cada vez que salgo de casa. De todo esto, lo único que detesto es el baño de agua fría de madrugada para ahuyentar los malos pensamientos… pero yo no los tengo, supongo que lo del agua funciona.
¿Qué nueva historia se le ocurrirá ahora a la abuela?, ya llevamos 300 páginas y parece que está empezando, tiene en los ojos el fuego de una historia fantástica, días como este doy bendiciones a la abuela por haberme obligado a estudiar mecanografía. |