Gerontes clamídeos volantes y nubarrones en el alma…
¿Sabíamos a caso mi sombra y yo qué entes éramos antes de nacer, o nada éramos?
…..era tal vez lo que ahora no recuerdo pero mi sombra sí, ella mi querida sombra carente de voz que se desliza junto a mí por los senderos de la luz y las sombras.

Claroscuro está que nuestra existencia tenía el sabor de la sal del mar de la tranquilidad,
Sal micro-granulada azul y etérea con reminiscencias de una luna que brilla tan lejos ahora - sí que está lejos aunque los perros ladren como si anduviera desnuda por la vereda del frente.

El dios que habita en mí ahora por aquellos años no entendía que era un dios porque así como yo era un niño- hombre él era un dios-niño y los dioses-niños no saben que son dioses cuando juegan desnudos en la arena plagada de ágatas y caracolas vacías de una playa tan ancha como Playa Ancha.

De esos años de la infancia es que pertenece este recuerdo, y mas no recuerdo pero sé que de lejos vine al nacer junto a mi sombra a jugar en esa ancha playa que me es muy familiar.

Otros dioses se dedicaron a juntar arena y cochayuyos, minerales, rocas molidas… y de la montaña trajeron azufre. Fabricaron pilas para un centenar de artefactos inventados, un millar tal vez -es que no los he contado-. Los vehículos se fueron haciendo cada vez más veloces y me dejaron con mis caballos, mis peces, mis otros animales y mi querida soledad que luego no quise tanto. Me dejaron de vuelto además estos otros dioses – no quiero decir “estos otros amigos dioses” porque si uso esa palabra “amigos” tal vez alguno de ellos se ofenda e inicie entonces una absurda guerra- un centenar de cosas para ampliar mis pensamientos, para facilitar mis desplazamientos, para guardar hasta cifras cercanas al infinito los ideogramas que antes se archivaban solo en la memoria de mi cerebro hecho de una materia que es del color de una mañana nubosa en la orilla de mi ancha playa ancha con su mar y su cielo, según me contaron los de la alta academia escolar.