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Alejandro no buscó a Gabriela, y tampoco puede afirmarse que Gabriela buscó a Alejandro. Simplemente se encontraban.
La frescura y la osadía de ella siempre lo desarticulaba, esa mezcla curiosa entre timidez y desparpajo con la que se manejaba con las personas era encantadora y terminaba por seducir a todos. En muchas ocasiones la encontraba en el palier hablando con alguno de los vecinos y él, que nunca se había detenido casi ni a saludar, últimamente se sumaba a esos corrillos sólo para disfrutar indirectamente de su voz cimbreante y de su sonrisa luminosa.
Disimuladamente obtuvo información gracias a Joaquín, el encargado del edificio que todo lo sabía: era del interior del país, más específicamente de una localidad perdida en Santa Fe, cursaba el último año de Biología en la universidad, sus padres tenían algo de dinero y por eso podían bancarle la estadía en la capital aunque ella también se ganaba sus pesitos, trabajando por las mañanas como preceptora en un colegio privado regenteado por las mismas monjas que dirigían la escuela de su pueblo natal. Aparentemente no tenía novio aunque varios jóvenes la visitaban de cuando en cuando, viajaba a su pueblo aproximadamente cada quince días y lo que más le sorprendió, tenía veinticuatro años. Alejandro había supuesto que aún era una adolescente que no pasaba los diecinueve.
Ella no precisó la vía indirecta de Joaquín, una tarde se encontraron en la entrada del edificio y ella lo miró curiosa. A él le temblaba el alma cada vez que ella posaba sus ojazos en su persona así que se limitó a sonreír con su mejor cara de idiota. Ella se mordió el labio inferior en un mohín de decisión y le preguntó directamente: -¿Cuántos años tenés? -Cuarenta y dos. –Ah … Hace rato que te veo con tu compu y tu carpetita y la verdad es que no se me ocurre ningún trabajo posible, ¿a qué te dedicás? –Soy periodista. -¡Uau! ¿Y qué clase de periodismo hacés? –De actualidad, comentarios políticos y eso. Además trabajo en una escuela de periodismo como profesor.
El ascensor se detuvo en el quinto piso y ella le volvió a clavar la mirada llena de curiosidad, nuevamente se mordió el labio, abrió la boca pero en el último instante se arrepintió. Él hubiera querido animarla para seguir hablando pero no encontró la manera, así que se limitó a saludarla insultándose mentalmente por su cortedad y sus prejuicios, repitiendo por lo bajo una letanía que lo desesperaba: –Son casi veinte años de diferencia, son casi veinte años …
CONTINUARÁ |