| Qué es amar sino caminar por la senda equivocada,errar los pasos y no poder rectificar jamás
 repetir el error y la caída,
 olvidar y encontrar satisfactorio
 un nuevo descalabro.
 Qué es sino hablar sin contenido
 recitar sin declamación,
 no hay parlamentos válidos para discursos vacíos.
 Qué es sino dormir con los ojos abiertos
 expectante, en profunda vigilia.
 Qué es sino hallar duelo en la alegría
 llanto en la felicidad,
 la satisfacción dura tanto como el lamento
 pero está llena de estelares acontecimientos.
 Nos atrapa y nos cautiva
 sugestiona nuestra inteligencia
 somos pupilos aún cuando la experiencia pudiera nombrarnos doctores.
 Qué es sino guardar celo al amado
 incluso aunque nada esperemos de él,
 sentirnos como vulgares fieras marcando el territorio
 embobados en primariedades
 cuando somos racionales y complejos,
 aún así, al alma, entonces, sólo la complace la intuición
 porque enteramente nos desbordan los sentidos
 esos huecos enajenadores que nunca empleamos
 y una sola advertencia a ellos puede suponer una insana demencia.
 Qué es sino ser egoísta y generoso
 tan desprendidos que la piel se derrite entera
 como la cera de una vela, se cae y se dispersa,
 ligera y abandonada,
 no le importa en qué resquicio vaya a caer espesa y húmeda,
 se entrega
 pero sólo por su afán de poseer.
 Una pequeña mirada,
 una hecatombe de universo.
 Qué es sino conocer a un dios y su debilidad,
 sentirnos omnipotentes y humillados,
 en nuestra sojuzgada espera está dormido
 velado como una emanación del ideal,
 incapaz de ser correspondido,
 en su potencial aún insatisfecho
 en el misterio dormitando
 como un clandestino pasajero,
 como una película muda
 que sólo cobra sentido en la asimilación del anónimo diálogo,
 incognoscible, de abrumadora simpleza,
 el deseo.
 Qué es amar sino tener conciencia y poco escrúpulo,
 qué sino equivocarse  y acertar
 con el arma en la diana,
 en su cálido centro naufragamos,
 pero un ancla nos salva de la deriva.
 Es inútil resistirse al esperado final,
 hemos amado tanto, contrariados contemplamos
 como la pasión es entonces un muerto que está vivo,
 apegado al recuerdo, apelando a la fragilidad de la memoria
 que la invita a pesar de la cerrazón,
 mientras nosotros somos como un vivo vencido por la muerte
 al que la incapacidad de su estado no le permite transigir.
 Todo se reduce a ceder ese espacio,
 consentir, pero cómo si hemos olvidado la fórmula,
 si se nos agotó el diálogo en el prolongado silencio.
 Su estela se queda a un lado
 como una sombra perdida en el trazo del mundo,
 un fantasma que nos pertenece
 porque es la imagen pasada de nosotros mismos,
 nos hace padecer, nos provoca sufrimiento
 pero deseamos que se quede por siempre,
 oscureciéndonos los días.
 
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