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IV


En un bosque algo lejano, donde los humanos aún no hemos llegado, un conjunto de árboles, flores y matorrales vivían en armonía. Los bellos abedules, de tronco nudoso, y los verdosos abetos, de fresca fragancia de verano. Encontramos al triste sauce, derramando sus dulces lágrimas en una cascada de azul y verde, junto con las zarzamoras rojas y las agrias zarzaparrillas. Entre las flores se hallaban las dóciles rosas, y las plácidas tulipas, todas brillando bajo el ferviente sol, luz divina que nos dejó el Señor.
Todos vivían en felicidad y armonía, tal como les había enseñado el señor el día de su creación. Pero en el interior de la tierra, en lo más profundo de la madre, se encuentra una pequeña vida, joven, limpia, una minúscula plantita con sus vivos colores verdes y bañada en pequeñas gotas de rocío. La planta de lirio miraba con ojos inexpertos a los árboles y plantas que la superaban. Deseaba con toda la inocencia de su alma el poder ser tan alta y esbelta como ellas, tener esas bellas hojas verdes y esas preciosas flores que lanzaban un dulce aroma. Añoraba poder sentir los cálidos rayos del sol, y poder ver el cielo por encima de esas malvadas copas que se le encerraban encima para impedirle crecer. La plantita ni podía sentir la lluvia, pues por encima de ella los árboles se cerraban para alcanzar la mayor parte de las gotas. Tenía mucha sed, y le costaba poder tomar un poco de agua, pues las malvadas vecinas suya le robaban su alimento. La pobre matita no tenía mucho tiempo de vida, y a pesar de ser tan bonita por fuera, sabía que por dentro iba muriendo.
“¿Cómo voy a poder crecer si esas malvadas plantas y esos feos árboles siempre me quitan el agua que necesito? ¿Qué voy a hacer para no morir?”
Las flores eran sus únicas amigas, pues ellas comprendían, que los matorrales le sacaban su comida y los árboles les impedían ver la luz del sol.
“No te preocupes, pequeña plantita, Dios es sabio, él sabe lo que hace. Nosotras te comprendemos, y sabemos lo triste que estas. Seremos tus amigas, y te ayudaremos. Dios nos protege, incluyéndote a ti, y te quiere mucho a ti, ya verás, velará por ti”. La plantita no cabía en tristeza, le gustaría crecer y proteger a sus amigas las flores de aquellos malvados seres. Fue cuando un árbol descuidado arrimó un poco sus ramas…un momento, no las arrimaba, algo le obligaba!
La plantita no entendía, pero algo nuevo había en ella. Con el movimiento de las ramas la luz del sol podía pasar, y tocó a la pequeña plantita con su dulce calor. La plantita sintió como la vida volvía a ella, y como el calor y la luz le atravesaba hasta lo más profundo de su ser. Fue cuando sintió la dulce caricia del viento, como si una mano invisible le consolara. Y fue cuando escuchó, una voz, no estando segura de si era la voz de los animales o del bosque en sí, sólo sabía que esa voz le hacía sentir paz interior.
“Plantita, hija mía, tan hermosa que tu eres y tan bondadosa, y siendo maltratada por éstos seres malos que sólo sienten codicia y envidia. Tienen codicia de obtener todo el alimento y toda la luz que puedan tomar, y envidia por querer ser los más bellos de todos. Pero tú, sólo te preocupabas por crecer, y por desear proteger a tus amigas. Ahora vine yo, a decirte que siempre estaré aquí para protegerte, para cuidarte y para guiarte. Mi camino de luz es el más bello y seguro de todos. Te daré lo que más deseas, si haces lo que yo; protege a tus queridas amigas, y a los próximos también, que yo te estaré cuidando, hija mía, y queriéndote también.”
La plantita sintió como algo cambiaba en ella. Sus ramas crecieron y se extendieron a lo largo de la tierra, sus pequeñas y débiles ramitas se transformaron en un esbelto y fuerte tronco, tan brillante como el cobre, y sus ramas se levantaron, como grandes brazos queriendo tocar el cielo, y sus hojas de distintos verdes brillaban bajo la luz del sol. La plantita se había convertido en un hermoso árbol, el más bello de todos. Y ahora, con sus grandes ramas, buscaba agua por si sola, sin quitársela a nadie, y la compartía con sus amigas las flores, quienes reposaban en sus ramas para protegerlas y brindarles luz. La plantita, o ahora el hermoso árbol, contempló su nueva vista por encima de todos los árboles que tanto le habían hecho sufrir, y sabía que ella no lo haría, ella era buena. Contempló el horizonte, allá a lo lejos, viendo el cielo de distintos tonos de rojo y naranja, totalmente difuminado, y despidiéndose del sol, contemplando las blancas nubes, y diciéndole a Dios:
“Gracias, papá Dios, por cumplir mi sueño. Siempre supe que estabas junto a mi, y se que siempre lo estarás, para quererme y protegerme, pero sobre todo para guiarme. Ahora protegeré a mis amigas y a los próximos que tenga. Siempre pensaré en ti, y creceré aún más, para así poder estar cada vez más cerca de ti”.

By Amiu

Texto agregado el 08-04-2007, y leído por 78 visitantes. (0 votos)


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